Nueva Zelanda ha dado un paso sorprendente e inquietante en relación a la identidad de género. En este país austral la autocertificación de la reasignación de género ya era posible en 2018, pero contaba con una limitación importante a la vez que sorprendente: había que demostrar que se habían recibido los tratamientos sanitarios hormonales y quirúrgicos prescritos. Sin embargo, después de solamente tres años el Parlamento neozelandés ha ha ido un paso más allá: cualquier persona que lo desee, independientemente de cualquier intervención en su cuerpo, podrá informar al registro civil del cambio de género masculino a femenino o viceversa. El proyecto de ley fue aprobado por unanimidad en el que quizás sea el país más abiertamente LGBT+ del mundo.
La innovación recibió un fuerte apoyo del ministro del Interior, Jan Tinetti, que habló de un “día para estar orgulloso” en la historia de nuestro país. Un cambio que “marcará una diferencia real para los neozelandeses transgénero, no binarios, LGBT e intersexuales”, y que, según el ministro, apoyará a los jóvenes dándoles “autoridad sobre su propia identidad”, además de promover su “salud mental” y “sensación de bienestar”.
Incluso la eurodiputada de los Verdes Elizabeth Kerekere, delegada de las cuestiones LGBT+, acogió la votación con lágrimas de emoción aunque manifestó estar decepcionada porque la ley no se aplicaría a los inmigrantes, refugiados o solicitantes de asilo. Otra categoría excluida, al menos por el momento, son los neozelandeses nacidos en el extranjero, pero el ministro Tinetti se ha comprometido a eliminar también este obstáculo.
Si bien no hubo más que contar en el parlamento, sí hubo algunas complicaciones extras ya fuera del ámbito estrictamente político. Gracias a las feministas.
A modo de ejemplo, de mano del grupo feminista Speak Up for Women, que se ha opuesto sistemáticamente al proyecto de ley desde que se presentó en 2018. Esta hostilidad les ha costado caro a las feministas, ya que han sido tachadas de anti-trans y se les ha impedido celebrar actos en varios lugares, incluida la biblioteca municipal de Christchurch. Además de esto la portavoz del Partido Nacional de la Mujer, Nicola Grigg, expresó su preocupación por el “impacto social” que esta confrontación ha causado sobre las personas que “sienten que ya no pueden expresar sus opiniones”. El ministro Tinetti respondió cortando la historia: “La misoginia trans es siempre misoginia”, dijo el ministro, equiparando así la cuestión femenina con la homosexual.
Sin embargo, la nueva ley neozelandesa no entrará en vigor inmediatamente. Tendrán que pasar 18 meses, durante los cuales el gobierno consultará a las comunidades “arco iris” para asegurarse de que la legislación apoya a quienes se benefician de ella. También será necesario identificar a las personas adecuadas para dirigir los cuestionarios a los jóvenes, garantizar que los certificados de nacimiento incluyan las opciones no binarias y determinar los requisitos para quienes deseen cambiar de sexo más de una vez.
Esta innovación, que ha sido recibida con aclamación popular, destaca sobre todo por una paradoja muy clara. Aprobada para evitar la burocracia médica y judicial, la nueva ley corre el riesgo de provocar más complicaciones legales a la hora de elaborar los nuevos certificados. Aun más:, como no hay límite en el número de veces que se puede optar por el cambio de sexo en uno u otro sentido -podrá hacerse indeterminadas veces en la vida-, las oficinas públicas y los tribunales estarán más ocupados y concurridos que hasta ahora. Si, por un lado sobre la base del principio de autoidentificación todo el mundo se libra del calvario de la transición hormonal y quirúrgica, ¿cuántas estafas pueden producirse en virtud de esta supuesta libertad sobrevenida? ¿Cuántos hombres peludos y con barba podrán declararse mujeres, irrumpiendo arbitrariamente en los aseos y vestuarios femeninos o compitiendo en competiciones femeninas, y ganándolas con gran facilidad por cierto?
En resumen, la reforma neozelandesa con perspectiva de género representa la punta de lanza de un debate que ya es global. El Reino Unido es el epicentro de un choque antropológico y de una opinión pública dividida en dos, especialmente tras una nueva sentencia del caso Tavistock. En el México católico y machista, fue la Suprema Corte la que sancionó el derecho de los menores a cambiar su sexo de nacimiento. Sin embargo, si, por un lado, la psiquiatría está empezando a dar un paso atrás en la transición de género e incluso los testimonios de los denominados “de-transitioners” siguen aumentando exponencialmente, constatamos paradógicamente que la mayoría de las legislaciones y tribunales nacionales parecen ir en una dirección: la del ser humano fluido, insustancial e indefinido a nivel psicosocial y sexual pero, precisamente por ser frágil y manipulable, reducible al estatus de cosa o de esclavo. Y por ello, extremadamente “rentable”.
Traducido por Jordi Picazo
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