En este día de 1978, a las 18:18 en Roma, humo blanco se elevó sobre la Capilla Sixtina y el mundo escuchó las palabras “Habemus Papam.” Tras varias votaciones, el cardenal Karol Wojtyła fue elegido el 264.º papa de la Iglesia católica y tomó el nombre de Juan Pablo II.
Para aquellos comprometidos con la dignidad de la vida humana y el florecimiento de la familia, ese momento fue sencillamente providencial. En el papa Juan Pablo II llegaríamos a ver a un pontífice cuya vida y enseñanza dieron constante testimonio de una “cultura de la vida” en un mundo tan a menudo tentado por una “cultura de la muerte”.
Desde el mismo comienzo de su pontificado, Juan Pablo II abrazó la misión de defender la vida en cada etapa y de fortalecer a la familia como la unidad fundamental de la sociedad. Habló con audacia contra el aborto, la eutanasia y las muchas presiones que amenazan los derechos de los niños no nacidos.
Su encíclica histórica Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida) sigue siendo una piedra de toque teológica y moral para los defensores de la vida. Allí reafirmó la “dignidad inviolable” de cada ser humano desde la concepción hasta la muerte natural e insistió en que ninguna violación de la vida humana es lícita, ni siquiera bajo el disfraz de “progreso” o “elección”.
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