En los últimos días, el “Telegraph” inglés publicaba la noticia de que las novelas infantiles de Roald Dahl estaban siendo “revisadas y corregidas”, es decir, adaptadas a la ideología de la inclusividad imperante por voluntad exclusiva del editor.
Las ediciones posteriores de “La fábrica de chocolate” (1964) y “Matilda” (1988), sufrieron importantes cambios y se eliminaron palabras como “gorda”, “fea” y “loca”.
¿Por qué hay que llamar a una persona gorda y obesa según el espíritu de la época? ¿Delgadez diferente? Una persona fea, quizá incluso con la cara deforme o rasgos desproporcionados, ¿Cómo debemos definirla? ¿”No muy guapa”, medianamente guapa?
Y a un loco, como los muchos que deambulan por las calles de nuestras ciudades, tras la moda de cerrar clínicas de salud mental, ¿Cómo lo llamaremos?
Pues bien, en este caso, llamaremos a los locos los tiranos “despiertos” de la cultura, porque de ellos procede la demencial censura y castración cultural que se nos viene imponiendo desde hace 20 años, en un crescendo que parece no tener límites.
Las revisiones impuestas a los libros de Dahl son presentadas con orgullo por la editorial Puffin, que declaró que la reescritura de algunos pasajes o la elección de nuevas palabras se eligieron para garantizar que los libros de Dahl “puedan seguir siendo disfrutados por todo el mundo hoy en día”.
La Roald Dahl Story Company, que gestiona los derechos de autor de las novelas del escritor fallecido en 1990, ha trabajado con Puffin para actualizar los textos, pero asegura que no se han perdido la “irreverencia y el ingenio mordaz” de los libros originales.
Al fin y al cabo, según la ignorante arrogancia contemporánea, los clásicos de Dahl debían ser más “contemporáneos” e “inclusivos“, respetuosos con todas las minorías como exige la fe “woke”.
Por eso “Puffin” y la “Roald Dahl Story Company” confiaron en el asesoramiento de “Inclusive Minds”, que se describe a sí misma como “un colectivo de personas apasionadas por la inclusión, la diversidad, la igualdad y la accesibilidad en la literatura infantil”.
También se introdujeron términos de género neutro: las mamás y los papás pasaron a ser “padres”. El giro “woke” de las novelas de Dahl desató la polémica.
Duro comentario del escritor iraní Salman Rushdie, agredido y gravemente herido el año pasado durante un acto en el norte del estado de Nueva York: “Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda”, escribió Rushdie en Twitter.
“Puffin Books y la R. Dahl Story Company deberían avergonzarse”. Nuestro mundo ha perdido completamente la brújula, ¿se imagina leer la “Biblia”, la “Odisea”, la “Eneida”, la “Divina Comedia” o la “Declaración de Independencia” dulcificando algunos de sus rasgos o suprimiendo palabras?
De la “corrección política” de hace veinte años, hemos pasado a la “wokeness”, una consecuencia lógica devastadora, el declive de la salud y la cordura del planeta.