El pasado jueves 17 de diciembre el Congreso de los Diputados español aprobó la nueva ley que permite la eutanasia y el suicidio asistido, en consonancia con la deriva eugenésica que se viene haciendo desde hace tiempo en el país ibérico, sin debate público.
Como es la práctica en el proceso legislativo, tras el Congreso la pelota pasaba al Senado. Pero en el Senado de Madrid la victoria de los eutanasistas es una victoria previsible. Así pues, la nueva ley entrará en vigor tres meses después de su publicación en el Boletín Oficial, que se estima que será en abril. Mientras que el resto del mundo está celebrando los avances en las vacunas anti-CoViD-19, España será se empeña en quitarse de encima “el gasto de los los viejos”, todo lo “inútil”, todo lo “indigno” que el nuevo coronavirus habrá ahorrado y que el antídoto no habrá tenido aún a tiempo para su detección.
Se repite, de hecho, cada vez más grotesca y absurda, la paradoja de los “libertadores” de nuestro tiempo, los “buenos” con la jeringa letal en la mano votando hacer lo mejor para salvar el mayor número de vidas posible de la “nueva plaga” (o se presume que así sea) para suprimirlas ad libitum, con la “píldora de la muerte” del aborto por cuenta propia prescrita por teléfono o con la muerte legalizada procurada.
Casi como si el mundo en el que vivimos no pudiera soportar la idea de que es la enfermedad la que arrebata el sutil placer de matar al prójimo o a uno mismo. Como si no quisieran concederle a la naturaleza ni siquiera la muerte, así como intentan por todos los medios arrebatarle la vida. Un mundo, el nuestro, que lo hace todo, distanciamiento, aislamiento, segregación, para curar a la gente sólo para a continuación tener el placer de dcidcir sobre su muerte. Todos vivos sólo para disponer se sus vidas.
España, por lo tanto, también entra en el agujero negro de la muerte procurada, de la muerte “lamentable”, de la “buena muerte”, que se describe con ese eufemismo para que no haya salidas, ni perspectivas, ni esperanza. Lo que llama la atención es la obstinación en insistir en la libertad para morir que proclaman todas las modas culturales pero que niegan o se desentienden de la idea de que la muerte también puede tener un más allá. España se convierte así en el sexto país del mundo en legalizar la muerte procurada de inocentes y enfermos, después de los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia. Porque claro, estamos en un mundo civilizado, de hecho, haciendo todo según las reglas. No como esos bárbaros del Tercer Reich que hacían todo a escondidas.