LA VIDA Y LA PALABRA
Uno de los rasgos psicológicos más saltantes del peruano, en términos generales (admitiendo que haya numerosas excepciones), es la carencia del sentido de responsabilidad.
¿Qué es el sentido de la responsabilidad? Es aquella convicción, o impulso interno, que nos impele a cumplir con las obligaciones y compromisos que hemos asumido frente a nosotros mismos y frente a los demás; y que, al mismo tiempo, nos hace considerar las consecuencias que nuestros actos y nuestras palabras pueden tener, así como las que puede causar el dejar de actuar, o hablar en determinado momento, cuando sería apropiado hacerlo.
Creo que esta definición es bastante amplia como para cubrir todo el abanico de posibilidades que pueden presentarse en nuestras actividades, incluyendo eventualmente las que son recreacionales.
Para poner un ejemplo común, el sentido de responsabilidad impulsará al padre de familia a progresar en su trabajo para poder contar con los recursos necesarios para el sostenimiento de los suyos; lo llevará a indagar acerca del colegio más adecuado a donde llevar a sus hijos; lo impulsará a preocuparse por las amistades de sus vástagos, y por el desarrollo de sus estudios, etc.
El sentido de responsabilidad de una madre la hace sacrificarse por asegurar el bienestar de su hijo pequeño, la impulsa a levantarse de noche para ver si está con fiebre, o si está bien abrigado; le hace asumir infatigablemente la tarea de darle de mamar, pese a las incomodidades que esto pueda traerle, etc.
El sentido de responsabilidad impulsará al médico a examinar cuidadosamente al paciente que tiene delante, sin dejar de prescribirle los exámenes que puedan ser necesarios, y le recetará con sumo cuidado los medicamentos que sean los más adecuados a su condición.
El sentido de responsabilidad motiva al empleado o funcionario a desempeñar sus funciones (de ahí viene la palabra “funcionario”) de la manera más eficiente y honesta posible, y le hará permanecer en su escritorio hasta tarde, si fuere necesario, para completar sus tareas. Asimismo lo motivará a rechazar sin titubeos todo intento de sobornarlo.
Hará también que el congresista se informe lo más completamente posible acerca de los proyectos de ley que están sobre el tapete, o sobre otros asuntos acerca de los cuales debe dar su parecer, o emitir su voto.
En suma, el sentido de responsabilidad es aquella cualidad que asegura el buen desempeño de las labores asignadas, o asumidas, por cada miembro de la sociedad en el lugar que ocupa. Al mismo tiempo es la cualidad indispensable que nos permite ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos, y que nos frena cuando tememos que puedan ser negativas o perniciosas para nosotros mismos, o para terceros.
El sentido de responsabilidad está íntimamente vinculado al desarrollo económico. La población de los países desarrollados suele caracterizarse por poseer un alto sentido de responsabilidad. La de los países subdesarrollados se caracteriza, en términos generales, por no haber “desarrollado” precisamente esa cualidad tan importante. El inadecuado desarrollo de esa cualidad es un freno al progreso económico y material. La razón es obvia. Cuando los ciudadanos no hacen lo apropiado, o lo racional, en sus tareas u ocupaciones, sean las que fueren, reina el desorden y el descuido. El “Decálogo del Desarrollo”, que promovía el empresario Octavio Mavila, ya fallecido, para inculcar en nuestra población ciertos buenos hábitos, no es otra cosa sino un sumario de los ingredientes del sentido de responsabilidad. (Nota 1)
Al que carece de esta cualidad, sea hombre o mujer, le decimos “irresponsable”. Irresponsable es la persona a la que no le importa cómo hace o ejecuta las cosas que le han encargado, o que debe llevar a cabo por su posición en la vida. El libro de los Proverbios lo llama “necio”, y dice que “como el que se corta los pies y bebe su daño es el que envía recado por medio de un necio,” (26:6) aunque, obviamente, la irresponsabilidad no agota el significado de esa palabra.
Hay una edad irresponsable, por la que la mayoría de nosotros hemos pasado. Los niños y los adolescentes, cuya subsistencia y comodidad están aseguradas –y dependiendo de la educación que reciban– suelen ser, en mayor o menor grado, irresponsables hasta que maduran. Esto quiere decir que cuando crecen suelen –o debieran- volverse responsables de una manera casi espontánea y natural (2). Sabemos por experiencia que el sentido de responsabilidad se acrecienta con los años. Pero hay algunas personas que nunca desarrollan esa cualidad y siguen comportándose como niños, o adolescentes, aun en la edad adulta.
El desarrollo del sentido de responsabilidad es pues un síntoma de madurez. La irresponsabilidad es un síntoma de inmadurez. Cuando decimos que la mayoría de los peruanos son irresponsables, estamos diciendo que la mayoría de ellos son inmaduros.
Esto es triste decirlo, pero más penoso es constatarlo. La irresponsabilidad de nuestra gente es la razón por la cual nuestras calles están sucias, los servicios públicos están descuidados, nuestras ciudades han sido mal planificadas, las reglas de tránsito no se cumplen… No sigamos la letanía.
Es la razón por la cual hay tantos niños no reconocidos y que crecen sin padre. Fueron engendrados por un hombre que no asume su responsabilidad, y que evade el más sagrado y elemental de sus deberes.
Es también el motivo principal por el cual ocurren tantos accidentes de tránsito, sea porque los choferes hacen maniobras imprudentes, o toman el timón estando ebrios, o los frenos no son bien mantenidos, o se hace subir más pasajeros de los que soporta el vehículo, o las carreteras están en mal estado, etc., etc. El resultado de la irresponsabilidad, en el caso concreto del transporte, significa sangre en las carreteras, tragedias humanas, dolor en las familias, hombres y mujeres lisiados de por vida. Ésta es una de las mayores desgracias que afligen a nuestro país.
La irresponsabilidad tiene en verdad un altísimo costo personal y social. Donde quiera que se manifieste, sus consecuencias son sumamente negativas. A escala nacional es un fenómeno mucho más devastador que cien terremotos, que cien corrientes del Niño. Lo que es peor, es una catástrofe permanente.
A título de ejemplo, podemos comparar a las sociedades cuyos miembros tienen un sentido de responsabilidad desarrollado y donde, por tanto, se cumplen -por consenso y voluntariamente- las normas establecidas, y la gente actúa razonablemente, a un cruce de varias avenidas donde transitan miles de vehículos al día, y en donde los semáforos funcionan perfectamente y todos los respetan. ¿Cuál es el resultado? El denso tránsito fluye sin inconvenientes, no hay atascos ni accidentes.
Pero imaginemos que los semáforos se descompongan y el cambio de luces se descoordine, de manera que den paso simultáneamente al tráfico en sentidos encontrados, y que, encima, nadie respete la luz roja. ¿Cuál será el resultado? Lo sabemos por triste experiencia. Se forman enormes atoros y congestiones; cruzar la intersección se transforma en una pesadilla; transpiramos, nos sube la presión, llegamos tarde a la cita…
Ésa es la imagen de una sociedad donde prima la irresponsabilidad y nadie respeta leyes ni normas. Mientras que en la sociedad responsable todo fluye y se realiza fácilmente; esto es, los trámites, los negocios, las actividades comunes, etc., en la irresponsable, donde no se respetan las normas, y la gente actúa irracionalmente, nada funciona, nada fluye, la menor gestión cuesta enorme esfuerzo, tiempo y dinero.
¿Conoces un país donde se dan esos síntomas? Creo que lo conocemos demasiado bien, por desgracia. Y si a las características anotadas le añadimos la corrupción de las autoridades, el despilfarro de los escasos recursos, la injusticia de las sentencias, el desorden en la administración pública, etc., los síntomas de esa carencia adquieren proporciones dantescas y la vida se vuelve un infierno.
Hay muchos peruanos que se han ido al extranjero para escapar al caos que reina en nuestra tierra. Cabe entonces preguntarse ¿Por qué en algunas sociedades el sentido de responsabilidad es una característica común y generalizada de sus habitantes, y en otras no?
En primer lugar, el sentido de responsabilidad está condicionado por el entorno natural, por las condiciones ambientales. Así como el niño que crece en un ambiente de pobreza, si está bien guiado, adquiere pronto un gran sentido de responsabilidad, porque la supervivencia de su familia y la suya propia, depende de que desempeñe bien las pequeñas funciones que se le asignan (por ejemplo, ir a traer agua del pozo, recoger los desperdicios que después se venden, cuidar al hermanito menor, etc.); de manera semejante en los países de clima inhóspito, frío, la supervivencia depende de que se hagan ciertas labores claves a tiempo, en la estación propicia, y que no se descuiden.
Por ejemplo, sembrar en el otoño o en la primavera, y cosechar en el verano (si se deja de hacerlo a tiempo, no habrá qué comer); conservar y almacenar alimentos para el invierno (si se omite hacerlo las provisiones se terminan); cortar leña en los meses cálidos para calentarse en los gélidos; proveerse de ropa abrigada, etc. Tantas labores sin cuya ejecución oportuna la vida en los países fríos sería imposible -sobretodo antes de que la tecnología facilitara las cosas- pero que siguen siendo indispensables aun en nuestros días sofisticados.
En cambio en los trópicos, donde la naturaleza es más benigna, donde las frutas cuelgan en abundancia de los árboles esperando ser cogidas, y donde no hay necesidad de abrigarse, las condiciones de la existencia son más fáciles y no incentivan el desarrollo del sentido de responsabilidad, porque la naturaleza provee generosamente lo necesario para el sustento a lo largo del año y subsana los descuidos humanos.
Por una razón semejante el habitante de la sierra es mucho más responsable y trabajador que el habitante de la costa. En las alturas la vida es más dura y difícil, y hay que luchar para subsistir. Eso hace también que el serrano sea más aguerrido que el costeño.
Pero hay también otras razones de diferente orden, que influyen en la gestación y desarrollo del sentido de responsabilidad. Éstas son más difíciles de identificar, pues son de naturaleza moral, psicológica y cultural.
El peruano que emigra a un país del hemisferio Norte se vuelve por necesidad responsable. De lo contrario lo marginan. No encuentra trabajo, y si lo tiene, lo despiden. El entorno, es decir, la cultura reinante, lo disciplina.
En nuestras ciudades grandes el trabajo, la competencia y la lucha por la vida, fuerzan al empleado a volverse responsable. En un gran banco, por ejemplo, hasta el más humilde empleado se vuelve por necesidad responsable, porque los errores pueden costarle caro, no sólo su puesto.
También los hábitos familiares, el buen o mal ejemplo de los padres, favorece, o desfavorece el desarrollo del sentido de responsabilidad. El exceso de dinero en la infancia, o el engreimiento, entorpecen el desarrollo de esta cualidad y vuelven irresponsable al joven.
Entonces podríamos decir que el entorno nos forma y nos vuelve responsables, o lo contrario. Pero esas causas solas no lo explican todo. Hay una base más profunda en la gestación y desarrollo del sentido de responsabilidad.
En las culturas del Extremo Oriente, en el Japón especialmente, el sentido de responsabilidad tiene su base en la filosofía de Confucio que impregna a la sociedad y gobierna la vida pública. Ese alto sentido de responsabilidad explica el gran desarrollo alcanzado por ese país. Nótese al respecto que el desarrollo material es siempre manifestación de una cualidad de carácter específica muy extendida en sus miembros.
En la cultura occidental el sentido de responsabilidad tiene su base en la moral cristiana, y sobretodo, en el amor al prójimo.
No se puede cumplir la regla de oro evangélica (“Trata a los demás como tú quisieras que los demás te traten”), si no somos responsables en el cumplimiento de nuestras tareas, porque si no las desempeñamos bien, hacemos daño al prójimo. El amor al prójimo, la consideración por los demás, nos obliga a ser responsables en nuestros actos, nos fuerza a medir las consecuencias de todo lo que hacemos, o dejamos de hacer. Pero dejemos el tema por hoy, pues el tiempo nos ha ganado. Lo continuaremos en la próxima charla.
Notas: 1. El Decálogo del Desarrollo contiene los siguientes puntos:
1. Orden. 2. Limpieza. 3. Puntualidad. 4. Responsabilidad. 5. Deseo de superación. 6. Honradez. 7. Respeto de los derechos de los demás. 8. Respeto de la ley y de los reglamentos. 9. Amor al trabajo. 10. Afán por el ahorro y la inversión.
2. El niño malcriado (que ha sido criado mal) el niño engreído, suele ser irresponsable, pero el que ha sido “bien criado” desarrolla temprano esa cualidad.
NB En 1998 hice una pequeña edición en fotocopia de dos charlas radiales dedicadas a este tema. El año 2004 hice una edición impresa más numerosa de estos textos, y los vuelvo a publicar con algunas ligeras revisiones, a fin de ponerlos a disposición del mayor número posible de lectores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#798 (29.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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