La elección de Gabriel Boric como Presidente de la República en la última elección viene a coronar un notable giro en la trayectoria del Chile de las últimas décadas, giro que se inició con el segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018). Y si bien aún no se encuentra culminado, todo apunta a que se logrará coronar ese proceso, si se aprueba la nueva Constitución mediante votación popular, lo que debiera ocurrir a finales del 2022, pues dadas las actuales circunstancias, es muy probable que esto último así ocurra.
Es por eso que resultaba tan importante la candidatura de José Antonio Kast, pues aun cuando no garantizaba la futura desaprobación de la Carta Fundamental hoy en elaboración, al menos permitía tener algunas herramientas políticas para intentarlo. Hoy, por el contrario, la balanza de poderes se encuentra tan desequilibrada, con un predominio casi absoluto de la izquierda, que es casi seguro que tendremos una nueva Constitución.
Por iguales razones, resultaba muy previsible que en caso que hubiera ganado Kast, el país se habría visto envuelto en un peligroso clima de inestabilidad y violencia, motivado por la izquierda (tanto extrema como “moderada”), quienes han empleado sin tapujos la violencia como arma política para conseguir sus fines, sea instándola directamente, sea apoyándola con su silencio. Todo esto, desde el llamado “estallido social” del 18 de octubre de 2019, que terminó consiguiendo lo que quería: elaborar una nueva Constitución.
Sin embargo, lo anterior no resta ni un ápice a la importancia que tenía el triunfo de Kast para al menos tratar de evitar la consolidación del giro mencionado. Por eso, quienes respiran aliviados por el triunfo de Boric, debido a que al menos por ahora no sufriremos ese clima de desorden y destrucción, no captan que la aparente calma que tendremos en los próximos meses, permitirá la incubación de una situación mucho peor en un futuro bastante cercano.
Con todo, antes de mencionar algunos aspectos de este giro, conviene hacer presente que igualmente surgen sospechas respecto del último evento electoral. En efecto, en primera vuelta Kast obtuvo algunos cientos de miles de votos más que Boric, lo cual hacía al menos tener esperanza de su triunfo en segunda vuelta, como ha sido la tónica, por lo demás sin excepción, desde el retorno a la democracia en 1990. Sin embargo y curiosamente, en esta segunda vuelta votó bastante más población que en la primera (siendo que muchas veces había ocurrido lo contrario), existiendo un superávit de más de un millón de sufragios en esta oportunidad. De hecho, superó incluso la mucho más trascendental votación en que se aprobó la propuesta de generar una nueva Constitución. Todo lo cual no deja de resultar sumamente extraño, pues la tradicional apatía de casi la mitad de la población con derecho a voto, sufrió aquí un vuelco considerable. ¿Es que era tan importante esta elección presidencial de cara a los apáticos, más que la decisión de dictarse una nueva Carta Fundamental?
Ahora bien, resulta evidente que la izquierda chilena requería tomar el control del país en la etapa final de la labor que está llevando a cabo la Convención Convencional encargada de dictar una nueva Constitución. Y es así, pues necesita a toda costa que esa propuesta sea la ganadora. Ello hace prever que durante este 2022, la estrategia del gobierno de Boric será la de agasajar lo más posible a su electorado, a fin que este siga manteniendo la ilusión -prometida hasta la saciedad en la campaña- de que ahora comenzaría una etapa de justicia, de mayor igualdad y de una auténtica prosperidad. En consecuencia, resulta fundamental mantener esta ilusión, para que el electorado, engañado por ella, crea que esta situación se perpetuará con una nueva Carta Fundamental y le dé su aprobación.
Luego de esta eventual aprobación, la situación se presenta incierta pero muy pesimista. Seguramente se intentará seguirle la huella a lo realizado en Venezuela, pero evidentemente, mientras no se sepa cuál será el texto constitucional que se proponga, no pueden hacerse demasiados vaticinios a este respecto. Con todo, la presión internacional, en particular gracias a los “derechos humanos”, impulsará a que los caminos que se tomen en Chile no difieran demasiado de los que se han adoptado en otras latitudes.
En todo caso, este giro va mucho más allá de lo meramente económico, que es lo que primero preocupa a las personas por lo general. Implica un completo cambio político y jurídico, que pretende llevarnos a un nuevo totalitarismo cultural que afecte todos los aspectos de nuestras vidas. Sin embargo, tal vez sea el notable detrimento económico que se vaticina lo que podría hacer despertar a la población chilena, acostumbrada como está, a un notable nivel económico y de consumo.
Todo lo dicho significa que para nuestro pesar, la estrategia del Foro de Sao Paulo ha ido teniendo un notable éxito en nuestro continente, siendo lo ocurrido en Argentina o Perú buenos ejemplos de lo anterior. Y por lo mismo, se ve con bastante pesimismo lo que pueda pasar en Colombia o Brasil, en que las próximas elecciones podrían tener un resultado similar a la de los dos primeros países o de Chile. Con todo, hay que reconocer que salvo el caso de Brasil, los supuestos gobiernos de “derecha” que han existido en los últimos años, han sido en buena medida continuadores de la agenda de sus supuestos enemigos, no sólo al no impulsar políticas que la reviertan, sino incluso al impulsarla.
Es eso lo que en buena medida explica por qué Kast logró tanto apoyo en la primera vuelta, pese a pertenecer a la “extrema derecha”, como peroraban sus adversarios, gracias a la votación de un electorado cansado de ser timado por una derecha cobarde y entregada a sus supuestos enemigos. Parece que salvo algunas excepciones, todos, “buenos” y “malos”, bregan en un mismo sentido.
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