Una de mis hijas, la que tiene 10 años, tiene una asignatura obligatoria, “Educación en valores”. Cuando vi que tenía una asignatura así no me hizo ninguna gracia, pero en ese momento no tenía mucha opción ni estaba muy al tanto con el jaleo de principio de curso, le compré el libro y ya está.
El libro es la Agenda 2030 explicada a los niños. Los temas se organizan en base a los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), desarrollo y aplicación de ODS adaptado a niños. La clase es, quizá, algo genérico, explicarles a los niños que hay que ser buen ciudadano, no acosar, cuidar el planeta y esas cosas. Visto por encima podríamos no verle ninguna pega, pero lo cierto es que, en realidad, una asignatura de Educación en valores implica que los niños deben formarse en los valores que el estado decida.
Y eso es a todas luces, inadmisible. Como padres no debemos consentir que el Estado sea quien eduque en valores al margen de los padres. Y no se puede imponer un catálogo de valores.
Hace un mes la niña ha dejado de ir a clase. Ahora toca explicarle al colegio el porqué.
La Agenda 2030 es un lobo con piel de cordero, es la medicina con cobertura sabor a fresa. Y se la ha tragado todo el mundo. No niego que no haya cosas buenas, claro, esa es la cobertura: la lucha contra la pobreza, agua potable para todos, etc. Pero es una irresponsabilidad quedarse ahí, hay que formarse más y conocer más. Y no tragarnos lo que nos dan, ni hacérselo tragar a nuestros hijos.
Si yo, como madre, por no señalar a mi hija, por no enfrentarme al colegio, por no dar la nota, me callo y trago con ese libro cuyo eje principal son los ODS, mi hija está asumiendo que los ODS son algo bueno, algo que debe aprender. Y, por lo tanto, estoy haciéndole tragar la ideología impuesta por los estados que buscan instaurar un Nuevo orden Mundial que acabe con la cultura cristiana. Tal cual. Y si se lo explico a la niña, pero le digo que tiene que ir a clase por no ponerse en evidencia, estoy siendo inconsecuente y enseñándole a ser cobarde y a que más vale callarse las convicciones con tal de no señalarse o no sufrir alguna consecuencia. Y no estamos en tiempos de educar a nuestros hijos a tragar con la imposición explícita ni tácita.
Es tiempo de coraje, de actuar, de mantenerse firmes. Es tiempo de educar en ir contracorriente, cueste lo que cueste.
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