El miércoles 27 de octubre de 2021 los Estados Unidos de Norteamérica, con Joe Biden y Kamala Harris a la cabeza, expidieron el primer pasaporte con un indicador de género “X” para el titular y el portador. No se sabe quién ha conseguido llevarnos a este histórico empate en esta lucha de sexos de nuestro tiempo, pero se rumorea que un tal Dana Zzyym, veterano de la Marina estadounidense residente en Fort Collins (Colorado). Zzyym es un hombre pero se describe a sí mismo como “intersexual”, y habría solicitado esta posibilidad en su pasaporte. Así, tras este experimento, la nueva opción estará a disposición del resto de ciudadanos a partir de principios de 2022. Pero todo ello no es más que un sinsentido.
El pasaporte es un documento de identidad que sirve para hacer reconocibles a las personas ante quienes no las conocen, y está diseñado específicamente para viajar y realizar transacciones en el extranjero ofreciendo todas las garantías de seguridad. No sirve para nada más que para esto. O lo que es lo mismo, no debe servir como medio para testimoniar al mundo cómo se percibe el poseedor y portador del documento en cuestión en lo que hace referencia a su propia sexualidad.
O te casas con el pensamiento libertario -que cuestiona fundamentalmente la autoridad para identificar a las personas con el fin de autorizar sus movimientos y transacciones-, o bien deberán suprimirse por completo los pasaportes y cualquier otro tipo de documento de identidad; o tal vez podremos mantener los pasaportes para identificar a las personas si es con datos físicamente verificables, nunca con opiniones subjetivas. ¿Qué otro objetivo perseguiría sino el uso de la biometría?
Si la persona que comprueba un pasaporte para reconocer a su titular y a su portador no puede confirmar una característica tan esencial para el reconocimiento del otro, a saber, el sexo de éste, el pasaporte es un documento absolutamente prescindible. Por lo tanto, tampoco sería necesario marcar la “X” en él: es como una hoja de papel maché ondeada por el viento como, si se quiere, bandera arcoiris sobre las embajadas de turno, pero no servirá ni por asomo para hacer que las fronteras, donde las haya, sean seguras para todos.
Se podría argumentar que la nueva opción de la “X” en los pasaportes estadounidenses está relacionada con el género de las personas y no con el sexo, pero aun así estamos ante un completo despropósito. De hecho, con una disociación entre género y sexo en las personas -algo buscado por el mundo LGBT+-, si el pasaporte muestra una característica relacionada con un género que no se corresponde con un dato sexual materialmente verificable y, por tanto, indispensable para el reconocimiento de una persona por parte de otro que lo ha de identificar, el pasaporte es un documento sin ninguna utilidad. Autorizar esa “X”, que puede ocultar cualquier cosa en una coyuntura de alta seguridad, equivale a legalizar la posibilidad de mentir en una circunstancia extremadamente delicada, poniendo a todos en riesgo. Sí, la administración Biden también es un peligro para las personas LGBT+.