Para “entender” el amor
Amar, querer: estamos ante palabras y realidades clave.
¿Por qué?
Porque su recta comprensión permite conocer más adecuadamente la naturaleza del amor, vivirlo con mayor eficacia y contribuir así a levantar una sociedad más humana, más justa, más afable y más feliz.
Lo que “no” es el amor
Examinemos primero lo que no es el amor, aunque a veces se confunda con él.
El amor no se identifica con los me gusta, me atrae, me apetece, me interesa, me arrebata, me apasiona, me late, me provoca… y todo lo significado por expresiones similares.
Pues, al término, si se las considera aisladas, todas esas afecciones y realidades, así como los actos que de ellas se derivan, resultan más propios de los animales que del hombre o, al menos, son comunes a unos y otro.
Mientras que, en su significado más preciso, el querer de la voluntad no corresponde a ningún animal, sino que es exclusivo del ser humano.
Las apetencias y sensaciones son comunes a los animales y al hombre; el querer es propia y exclusivamente humano.
a) Los animales
Los animales se mueven por atracción-repulsión, por instintos, por apetencias. Por lo que experimentan en cada momento: hambre, sed, calor, frío, cansancio, miedo, impulso sexual…
Impelidos por lo que sienten, y sin poderlo evitar, buscan lo que les resulta beneficioso y rechazan lo que pone en peligro su supervivencia: la de cada uno de ellos o la de su especie en cuanto que es la suya.
Y, desde tal punto de vista, más que moverse, son movidos por su propio estado fisiológico, tal como lo perciben, buscando su propio bien.
Magis aguntur quam agunt, explicaba Tomás de Aquino. Más que hacer, son hechos hacer. Más que actuar, reaccionan.
En resumen: los animales reaccionan de manera necesaria a lo que en cada momento y situación experimentan, que deriva de su particular estado fisiológico en aquel instante (el punto de referencia de sus apetencias es su bien, precisamente en cuanto suyo, no en cuanto bien).
Los animales reaccionan, en función de su estado fisiológico en cada momento.
b) El hombre
El hombre, no.
El hombre trasciende las simples necesidades biológicas.
♦ No es forzosamente arrastrado por ellas, aunque las perciba de manera análoga al animal.
El hombre puede realizar acciones no explicables en absoluto desde el punto de vista de su propia supervivencia, individual o específica.
♦ Y entonces manifiesta, mejor que nunca, su superioridad respecto a los animales.
El hombre es capaz de poner entre paréntesis las sensaciones y los sentimientos derivados de sus instintos: sus gustos, sus apetencias, sus fobias…
♦ y atender a lo que, gracias a su inteligencia, advierte como bueno en sí mismo y, por consiguiente, como bueno también para los demás.
En resumen: en la medida en que actúa humanamente, el hombre no se limita a reaccionar ante lo que dictan sus instintos o pulsiones, sino que, con la voluntad, quiere libremente el bien (o rechaza el mal) que le presenta la inteligencia.
Más que actuar, los animales reaccionan o son movidos; el hombre, al contrario, actúa en sentido «fuerte y propio»: quiere libremente.
Lo que “sí” es el amor
Querer el bien, aunque me cueste
Es decir, marcando más aún las diferencias, el hombre:
Puede querer y realizar una acción en sí misma buena, por más que a él no le atraiga ni le apetezca ni le interese e incluso le desagrade y repugne y reporte cierto daño físico o psíquico.
♦ Como sucede, a veces, por poner ejemplos cercanos y familiares, en el cuidado de los hijos de corta edad, que pueden resultar agotadores, o de los ancianos y enfermos.
Evitar el mal, aunque me cautive
O, al contrario, es capaz de no querer ni llevar a cabo determinada acción, si con su inteligencia advierte que ese acto es en sí mismo malo, que no contribuye al bien de los otros, aunque le apetezca enormemente o se esté muriendo de ganas por realizarlo.
♦ Acudiendo ahora a una situación que puede repetirse con cierta frecuencia en la vida de cualquier matrimonio, el esposo desistirá de tener relaciones íntimas con su esposa, y viceversa, cuando exista una causa justificada: malestar, agotamiento, enfermedad…
◊ Y lo hará libre y gustosamente, aunque le cueste.
♦ De manera análoga, cualquier miembro madura de una familia renuncia al viaje que le entusiasma y lleva largo tiempo planeando si se pone enfermo de gravedad su cónyuge o alguno de los hijos.
◊ Y también lo habrá con libertad y gusto, aunque le cueste.
La inteligencia y la voluntad, “por encima” de los sentimientos
Expresado aún con otras palabras, el ser humano, varón o mujer:
Puede dejar a un lado lo que siente y cómo se encuentra desde el punto de vista fisiológico y psíquico, y moverse por lo que es en sí mismo bueno o malo, conocido a través de su inteligencia.
Puede actuar buscando lo que es bueno para otro, anteponiéndolo al propio bien, si fuere necesario.
Y a menudo actúa de ese modo.
Es decir: puede amar y, con mucha frecuencia, ama.
El hombre manifiesta su superioridad respecto a los animales cuando deja a un lado lo que siente y realiza acciones no explicables desde el punto de vista de su mera conservación individual o específica.
Muy por encima de los animales
Por tanto, uno de los hechos que mejor revela su superioridad sobre los animales es precisamente que el hombre, si las circunstancias lo exigen:
Puede hacer caso omiso de sus propios gustos y apetencias, de sus sensaciones, emociones o sentimientos, y conjugar en primera persona:
♦ El yo quiero libremente aquello que la inteligencia me hace ver como bueno.
♦ O, en su caso, el no quiero, también libremente, lo malo en cuanto tal, lo que me daña o perjudica a quienes me rodean.
Puede anteponer el querer libre al mero sentir.
♦ Sus sensaciones y sentimientos no tienen la última palabra.
♦ Esa última palabra corresponde al amor, que, como acabamos de ver, no es propiamente un sentimiento, sino un acto libre de la voluntad, en conexión con la inteligencia: un querer, en el sentido más noble de este verbo.
(Y, como veremos en el próximo artículo, además de querer, cuando es necesario, puede ejercer el querer-querer).
El hombre puede conjugar en primera persona el quiero y el no quiero . . . y también el querer-querer.
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