Desde el momento de la concepción la mujer es XX y el hombre es XY.
Y esto implica muchas cosas a nivel biológico: caracteres sexuales primarios y secundarios diferentes, la naturaleza hormonal‐sexual no cíclica del hombre frente a la cíclica con dos fases bien diferenciadas en cada ciclo menstrual de la mujer.
Pero también características psicológicas diferenciadas y una sexualidad también muy diferente.
Estas diferencias no implican ninguna diferencia en los derechos. Todos somos iguales ante la ley, al menos en los países de cultura occidental.
Somo iguales en derechos y dignidad, pero diferentes y en esa diferencia radica la complementariedad.
Negar la diferencia implica reducir la fuente de riqueza. Y además implica crear desorientación en los más jóvenes que aún se están formando.
Edith Stein, en un capítulo dedicado a la capacitación profesional de la mujer dice:
“Donde se requiere ánimo, intuición, capacidad de empatía y de acomodación, allí donde se trata del ser humano en su totalidad, de cuidarle, de formarle, de ayudarle, de comprenderle, o también de expresar su ser, he ahí un campo de acción para la actuación puramente femenina; por consiguiente en todas las profesiones educativas y asistenciales, en todo trabajo social, en las ciencias que tienen como objeto seres humanos y la actuación humana, en las artes en las que se trata de la manifestación del ser humano, también en la vida de los negocios, en la administración estatal y municipal, en la medida en que el respeto sea necesario en el contacto con los seres humanos y su cuidado”.
Esto no limita la vida profesional de la mujer en absoluto, no la reduce, sólo la ilumina. Le ayuda a entender que tiene ciertas tendencia y habilidades que puede desarrollar más y mejor que otras por naturaleza. Y de la misma manera ayuda al hombre a desarrollarse como tal y encontrar su camino.
Complementarios a nivel profesional, social y político y, en la misma medida, complementarios también a nivel familiar. Un padre y una madre, ambos necesarios como los dos ojos de la cara. No da igual. Cada uno aporta su visión parcialmente diferente y complementaria de la otra.
Iguales en derechos y dignidad, pero diferentes y, por ello, complementarios. Y en ese esquema deben ser formados los niños y las niñas para reconocer, valorar y potenciar sus cualidades y sus diferencias. Es, sin duda, una riqueza a la que les están obligando a renunciar y que les desorienta y les limita, sin extendernos en la brutalidad y el crimen que supone la mentira de los cambios de sexo, la transexualidad etc., eso da para varios artículos más.
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