El Transhumanismo: ¿Liberarse de la humanidad?

El movimiento transgénero revela cómo la tecnología y la medicina modernas refuerzan un engaño subjetivista de autodefinición y supuesta autorrecreación

Fuente de la imagen: Needpix

La empresaria y abogada Martine Rothblatt, un elocuente defensor del transgenderismo como del transhumanismo, muestra cómo este último movimiento es el desarrollo lógico del primero. Argumenta que el movimiento transhumanista sigue una larga línea de fuerzas de liberación que incluyen la desegregación racial, el sufragio femenino y las victorias políticas transgénero más recientes. [1]

Afirma que finalmente ha llegado el momento de una libertad más radical de las formas que encierran nuestro ser. El siglo XXI ha traído posibilidades de liberación antes inimaginables, a saber, la capacidad de separar finalmente nuestras mentes de los cuerpos biológicos que, según él, asumimos durante mucho tiempo como si fueran partes de nuestro ser definitivo. Pronto podremos descargar los contenidos y patrones de nuestras conexiones neuronales a otros “sustratos superiores” no carnales 

Para Rothblatt, el yo es una visualización del mundo y un patrón de respuestas a tal mundo. Dado que estas visualizaciones y patrones son fundamentalmente información, nosotros mismos somos básicamente un complejo de información que puede ser transferida a otros servidores. Nuestra concepción previa del hombre como homo sapiens estaba demasiado arraigada en el ADN y ahora debe dar paso a la persona creatus. La tecnología de fertilización in vitro, ahora muy extendida, ya ha demostrado nuestra capacidad para controlar la transferencia de genes. El transgenderismo ha superado el dimorfismo de género que restringe las especies biológicas y ha abierto el camino a una manera más creativa de autodefinición y expresión que conduce lógicamente a la victoria más radical sobre las limitaciones biológicas a través de la transferencia mental. Rothblatt argumenta que así como la ausencia de una vagina no le impidió a él y a otros activistas transgénero convertirse en una mujer, del mismo modo, la falta de un cuerpo biológico en forma de carne no impide unirse a la raza humana. El transgenderismo nos ha demostrado que la identidad sexual está en la mente, mientras que su desarrollo ideológico en el transhumanismo confirmará que incluso la humanidad misma es también una construcción mental. Mientras que diversas formas de reproducción asistida han demostrado nuestra capacidad de manipular nuestra propia genética, el transhumanismo nos enseñará cómo reproducirnos sin ningún tipo de genética a través de clones digitales de nuestras mentes. El transgenderismo ya ha roto los límites de la anatomía sexual y ha allanado el camino para una liberación completa de toda la anatomía biológica. Como le declara Rothblatt con una cierta consistencia intelectual, “La humanidad está en la mente, como la identidad sexual” [2]

El movimiento transgénero revela cómo las herramientas de la tecnología moderna y la medicina se han empleado para reforzar una perspectiva subjetivista de autodefinición y recreación. El movimiento LGBT se ha convertido en una expresión particularmente influyente del individualismo radical que desvía al hombre de abrazar los propósitos incorporados de una naturaleza humana ordenada a un auténtico florecimiento humano. El transhumanismo se basa en la aplicación del transgenderismo de la revolución tecnológica al cuerpo humano para lograr una forma aún más radical de autodefinición y autoinvención. Como señala el filósofo Ted Peters, “el transhumanismo busca más que simplemente nuevos artilugios tecnológicos. Busca una nueva filosofía de la vida, una visión global del mundo, una gran metahistoria.” [3] El mismo movimiento transhumanista es sin duda el centro del discurso bioético contemporáneo. Así, aunque muchas de sus propuestas parecen de ciencia ficción sensacionalista, su visión filosófica del uso de la tecnología para satisfacer los anhelos eternos de perfección del hombre merece una seria atención. [4]

El transhumanismo merece elogios por su loable aceptación del progreso tecnológico y su genuina preocupación por mejorar la suerte del hombre. Sin embargo, es esclavo de un lamentable paradigma tecnocrático que tiene sus orígenes filosóficos en la tecno-utopía de la Nueva Atlántida baconiana. [5] En la versión secularizada contemporánea de la visión tecnocrática, el dominio de las materias primas del cuerpo es apreciado, mientras que el cultivo del alma espiritual es ignorado. Los seguidores de este movimiento frecuentemente ponen sus esperanzas en las capacidades de la medicina y la tecnología para prolongar y mejorar la vida física, mientras descuidan la realización humana más profunda y duradera que llega a través de la formación de virtudes. Tal transhumanismo secular es problemático no porque busque demasiado para el hombre, sino al contrario porque lo busca demasiado poco. 

La búsqueda equívoca de los transhumanistas de descargar los archivos de la mente y otras formas de inmortalidad terrenal refleja una búsqueda loable para superar la mediocridad y los límites de la existencia vulnerable del hombre. Pero su antropología limitada condena al fracaso sus ambiciones y proyectos bien financiados. Sin embargo, sus esfuerzos deberían abrirles las puertas a las ideas de una tradición tomista con respecto al origen del hombre, su naturaleza y su destino hacia la perfección deificada empezada en esta vida a través de la práctica de la virtud y llevada al cumplimiento en la visión celestial de Dios. Para la tradición tomista, la creación no es solo un dogma teológico, sino también una verdad filosófica naturalmente accesible que apunta hacia la dependencia ontológica de la criatura con respeto al Creador. La sana metafísica revela un orden natural, estructurado e inteligible, en el que cada miembro está ordenado a su realización mediante el cumplimiento de los fines propios de su naturaleza. El hombre se distingue de los demás animales en el orden creado por el dinamismo de una naturaleza, que le permite trascender los límites de los instintos determinantes para elegir libremente lo que lo llenará en varias dimensiones psicosomáticas. Sola la comprensión adecuada de la criatura humana conducirá al hombre más allá de los límites del “marco inmanente” hacia su auténtica vocación a la felicidad trascendente. [6] Esta tradición insiste en que el hombre debe perseguir incesantemente la perfección y no conformarse con menos. El esfuerzo del hombre, sin embargo, inevitablemente fracasará si solamente se preocupa por su destino mediante los medios tecnológicos y descuida la práctica de las virtudes que le traen el realce más auténtico.

El padre. Michael Baggot, LC es Profesor Asistente de Bioética en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum y Profesor adjunto de Teología en el Christendom College


[1] Martine Rothblatt, “Mind Is Deeper Than Matter: Transgenderism, Transhumanism, and the Freedom of Form,” in The Transhumanist Reader: Classical and Contemporary Essays on the Science, Technology, and Philosophy of the Human Future, ed. Max More and Natasha Vita-More (Chichester, UK: Wiley-Blackwell, 2013), 317–26.

[2] Rothblatt, “Mind is Deeper Than Matter,” 318.

[3] Ted Peters, “Progress and Provolution: Will Transhumanism Leave Sin Behind?” in Transhumanism and Transcendence: Christian Hope in an Age of Technological Enhancement, ed. Ronald Cole-Turner (Washington, DC: Georgetown University Press, 2011), 66.

[4] El especialista en bioética Leon Kass concluye que la búsqueda transhumanista del “uso de las biotécnicas para perseguir la ‘perfección’, tanto del cuerpo como de la mente, es quizás el tema más descuidado en la bioética pública y profesional. Sin embargo, creo que es la fuente más profunda de ansiedad pública sobre la biotecnología, representada en la preocupación por el ‘hombre jugando a ser Dios’, o sobre el mundo feliz o un ‘futuro posthumano’. Plantea las preguntas más importantes de la bioética, conmovedoras sobre los fines y metas de la empresa biomédica, la naturaleza y el significado del florecimiento humano y la amenaza intrínseca de la deshumanización (o la promesa de la superhumanización). Llama la atención sobre lo que significa ser un ser humano y ser activo como ser humano. Y nos lleva más allá de nuestro enfoque a menudo singular en los “problemas de la vida ” del aborto o la destrucción de embriones, a pesar de lo importante que sean estos, para abordar lo que es genuinamente novedoso y preocupante en la revolución biotecnológica: no el viejo poder de matar a la criatura creada a imagen de Dios, pero el nuevo poder basado en la ciencia para rehacerlo según nuestras propias fantasías “.Leon R. Kass, “Ageless Bodies, Happy Souls: Biotechnology and the Pursuit of Perfection,” The New Atlantis 1, no. 1 (2003): 10.

[5] Para una reflexión extensiva sobre las implicaciones del proyecto Baconiano en la bioética contemporánea, ver Gerald P. McKenny, To Relieve the Human Condition: Bioethics, Technology, and the Body (Albany, NY: State University of New York Press, 1997), 25–38.

[6] Por una genealogía detallada y un estudio sobre el significado de una mentalidad contemporánea lenta a aceptar lo que es transcendente, ver Charles Taylor, A Secular Age (Cambridge, MA: Belknap, 2007), 539–93.

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