Last updated on marzo 27th, 2022 at 03:41 am
“Por un gran milagro apareció la reina celestial, nuestra preciosa madre Santa María de Guadalupe”, con estas palabras da inicio el Nican Mopohua, texto hagiográfico del S.XVII atribuido al indígena Antonio Valeriano; en dicho texto se narran las 4 apariciones de S. María de Guadalupe a un indio pobre, llamado Juan Diego y que tuvieron lugar en el Cerro del Tepeyac, cercano a la Ciudad de México, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, a diez años de la conquista de México Tenochtitlan.
Continúa el relato: “Este (Juan Diego) subió a la cumbre del cerro y, cuando llegó, mucho se admiró de una mujer vestida de sol que lo llamó:
Juanito: el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios. Deseo que se me construya aquí un templo, para en él mostrar a mi Hijo y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los que viven en esta tierra y a todos los que me invoquen y en Mí confíen. Ve a ver al señor obispo y dile que deseo un templo en este llano. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo”.
Hasta aquí la parte medular del relato. Para probar la autenticidad de dichas apariciones, aparecieron rosas en un lugar desértico y S. María de Guadalupe, se dignó dejar plasmada su imagen en la Tilma de Juan Diego, hecha con fibras de maguey que no obstante su origen vegetal y un fuerte atentado sufrido por una bomba que explotó a los pies de la imagen, permanece incólume después de 490 años, pasando la prueba más difícil: la del tiempo.
El Culto a la “Morenita del Tepeyac”, como cariñosamente se le llama, constituye la celebración religiosa más importante de México y sigue siendo el símbolo de expresión dominante en la religiosidad mexicana. En la vida de los fieles va más allá de la fe misma, es un acto de identidad nacional, siendo el 12 de diciembre, la fecha en la que millones de creyentes profesan su veneración con mayor devoción acudiendo al cerro del Tepeyac a pedir ayuda o “a dar gracias por favores recibidos”.
Sin lugar a dudas, Santa María de Guadalupe, la llamada: “patrona de México”, es el símbolo de expresión religiosa dominante en gran parte de los mexicanos; culturalmente constituye un emblema, un elemento identitario, un eje alrededor del cual se congregan creyentes y no creyentes. Su papel en la historia de México ha sido determinante al generar un vínculo tan fuerte que permitió la conformación de su identidad como pueblo y su conciencia nacional.
¿Y por qué hablar de Santa María? Porque el tema de su presencia (en este caso, bajo la advocación de “Guadalupe”) a lo largo de la Historia de la humanidad, reviste una actualidad y una importancia indiscutidas sobre todo en los momentos álgidos de la historia, como el que actualmente estamos viviendo, para llenarnos de esperanza al saber que siempre, siempre, contaremos con su amorosa e incondicional ayuda y auxilio, como ella misma nos lo hizo saber en la persona de Juan Diego hace casi 500 años: “No temas… ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete cosa alguna”.
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