Una idea poco acertada de la castidad conyugal lleva a considerarla, entre otras cosas, como represiva, insípida, restrictiva, prolífica, aburrida, difícil y negativa.
Si no —se dice—, ¿dónde estaría su mérito?
- ¿Represiva?
La castidad tiene que ver primaria y directamente con el sexo, con la sexualidad: regula su ejercicio, la reprime.
No.
Como cualquier otra virtud, la castidad tiene que ver directa y primariamente con el desarrollo y la mejora del amor.
Y como toda virtud, capacita, potencia e impulsa (no solo hace capaces, también inclina y empuja) a amar más en un determinado ámbito, que en este caso son todos los actos de amor entre los cónyuges: los capacita para amarse más y mejor como marido y mujer.
(Y, derivadamente, al ser mejores esposos, los sitúa en buena disposición para ser también, si es el caso, mejores padres-y educadores de sus hijos).
Como cualquier otra virtud, la castidad conyugal tiene que ver directa y primariamente con el amor: en este caso, con el amor de los cónyuges en cuanto cónyuges. - ¿Insípida?
La castidad hace que, en su conjunto, disminuya el placer en las relaciones conyugales.
No.
Como cualquier otra virtud, la castidad hace posible amar bien y disfrutar más, y más hondamente, con los correspondientes actos de amor.
Es justo eso lo que distingue a la persona virtuosa: que goza al hacer el bien (a diferencia de quien no tiene la virtud, que ha de empeñarse y esforzarse… y puede que no logre realizar los actos propios de ella: en el caso de la castidad conyugal, como hemos dicho, cualquier acto de amor entre marido y mujer, en todo el recorrido y la amplitud de su vida en común).
En igualdad de circunstancias (si podemos hablar así), tanto en el conjunto de las relaciones conyugales como en cada una de ellas, en la misma medida en que la virtud va creciendo —y gracias a ese desarrollo—, el gozo también es mayor, más hondo y de más calibre.
Como cualquier otra virtud, la castidad hace posible amar bien y disfrutar más, y más hondamente, al hacerlo. - ¿Restrictiva?
La castidad conyugal obliga a disminuir el número, la calidad, la diversidad, la creatividad, la fantasía… de las relaciones conyugales.
No.
La castidad conyugal permite y ayuda a descubrir y vivir bien todos aquellos medios que efectivamente sirvan para manifestar, completar y hacer crecer el auténtico amor entre marido y mujer: todos.
Además, ayuda a discernir —de manera connatural, sin excesivo esfuerzo ni necesidad de muchas deliberaciones— si un medio en particular es o no es adecuado para manifestar, completar y hacer crecer el amor entre los cónyuges (y a rectificar si se percibe que no es oportuno).
- ¿Prolífica?
La castidad conyugal tiene que ver con el número de hijos: tener muchos hijos es una prueba o un índice de castidad conyugal.
No.
Como las demás virtudes, la castidad conyugal tiene que ver directa y propiamente con el amor; en este caso, con el amor de dos personas de distinto sexo que se han entregado y acogido mutuamente toda su capacidad de amar como mujer y varón.
Los hijos no entran de manera directa en la virtud: no pueden ni podrían entrar, porque no están en nuestras manos.
Es posible vivir maravillosamente la virtud de la castidad conyugal y quererse muchísimo como marido y mujer y disfrutar a tope de ese amor… teniendo muchos hijos, o bastantes o pocos o ninguno. No es esa la medida. - ¿Difícil?
Vivir la castidad conyugal es difícil (si no, no tendría ningún mérito).
No.
Precisamente la virtud hace posible vivir con más facilidad, con menos posibilidad de equivocarse y disfrutando más los actos que le son propios: en este caso, todas las manifestaciones de amor entre marido y mujer, precisamente como tales, como marido y
mujer.
Lo que es difícil, e incluso imposible, es vivir los actos propios de esta virtud (quererse bien como marido y mujer en todas las situaciones y circunstancias), sin desarrollar a fondo esta virtud.
Y, como consecuencia —de manera derivada—, puede ser también difícil adquirir la virtud (depende de las circunstancias de cada uno: tanto las que se asientan en propio modo de ser como las que surgen o se despliegan a lo largo de la propia biografía: lo que uno/a va haciendo durante su vida; de la manera como despliega y mejora, o deja en barbecho, su libertad).
Pero la dificultad disminuye, justamente, en la misma proporción en que aumenta la virtud.
Como cualquier virtud, la castidad conyugal hace posible vivir más fácilmente, con menos deliberación y posibilidad de equivocarse, y disfrutando más, los actos que le son propios.
- ¿Negativa?
La castidad conyugal lleva sobre todo a negarse, a evitar determinadas conductas, a “abstenerse”.
No.
Como toda virtud, la castidad es siempre una libre afirmación del y para el amor (nace del amor y lo alimenta).
En concreto, la castidad conyugal es la prolongación del “sí” de la boda (surge —se incoa o germina— del acto de libertad conjunta por el que los contrayentes acogen y se entregan mutuamente toda su capacidad de amar, como varón o mujer: pasada, presente y futura).
Hace posible e impulsa a querer cada día —¡cada minuto!— más y más a nuestro cónyuge.
No nos dice lo que no tenemos que hacer en la cama (que también), sino —sobre todo y muy principalmente— lo que sí tenemos que hacer, en cualquier situación, para enamorarnos más y más de la persona a la que hemos entregado toda nuestra capacidad de amar.
La castidad conyugal es la prolongación del “sí” de la boda, incoada precisamente gracias y a causa de ese “sí”.
¿Y EL MÉRITO?
Como en los demás casos, el mérito está ligado a la dificultad: cuanto más difícil, más meritorio.
No.
Esta es una de las ideas más de fondo y más arraigadas ¡y más equivocadas! no solo respecto a la virtud de la castidad y a cualquier otra virtud, sino a toda la vida ética en su conjunto: pensar que algo vale más y es más meritorio si cuesta más.
¡Depende! La medida del valor es única y exclusivamente el amor que se pone en juego: la intensidad y calidad de ese amor.
Por tanto, en identidad de esfuerzo, de amor y de envergadura del acto (si estas tres “variables” pudieran medirse), sucede más bien al contrario: es más meritorio, en todos los sentidos, el acto que cuesta… ¡menos! (como fruto sedimentado del crecimiento y del empeño que ha ido dando lugar a la virtud).
Un acto es más meritorio en la misma medida en que “menos” cuesta, si ese “ahorro de esfuerzo” es consecuencia de haber adquirido y desarrollado la virtud correspondiente.
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