Last updated on mayo 6th, 2024 at 02:29 pm
El problema
En un artículo publicado no hace mucho, hablaba de la desfamiliarización de las familias como el principal problema que incide hoy sobre la educación de los hijos.
Carlos Llano lo resumía hace años con sus propios términos, aludiendo simultáneamente a:
- El vacío que los miembros de bastantes de las familias actuales —y, en particular, los padres— han ido creando en ellas.
- La invasión de realidades extrafamiliares o incluso antifamiliares en los dominios del hogar.
Escribe Llano:
«No cabe duda de que el entorno social tiene incisividad en la formación del carácter de los ciudadanos. Pero lo que quiere aquí subrayarse es que tal incisividad no es fruto tanto del poder de los medios condicionantes, sino del vacío de poder creado con la disolución de la familia y los valores familiares».
Para añadir, casi de inmediato:
«Son las familias las responsables de que los otros medios de influencia tengan o no peso en la formación del carácter de los ciudadanos».
Los responsables de la “desfamiliarización” son… las propias familias.
¿Y la buena noticia?
Quizá inicialmente te hayas sentido molesto por el hecho de que nuestro autor responsabilice a las familias del influjo en ella de instancias o instituciones que la están desnaturalizando.
Lo entiendo, parece lógico.
Y, sin embargo, bien mirado, debería ser un motivo de optimismo:
- Si la causa principal de lo que ocurre en mi familia fueran realidades ajenas a ella, sobre las que no tengo ningún poder, la situación podría considerarse desesperada.
- Por el contrario, si me aseguran que el causante soy yo (y mi cónyuge, pero quien ahora más me importa soy yo), aunque me duela, una vez que me reponga y advierta que es verdad… ¡también la solución está en mis manos!
- Por ahí camina la buena noticia.
Quien causa el déficit es muy probable que también tenga el remedio para superarlo.
De dentro afuera
Una vez recuperado el aliento, me atrevo a proponer otro diagnóstico, análogo al que acabo de transcribir, pero expuesto de forma todavía más agresiva.
Son ideas de Chesterton, recogidas en este caso por Álvaro Silva:
«Chesterton fue consciente de que el enemigo número uno de la familia no había que buscarlo afuera, en estas fuerzas enormes y avasalladoras que derrumban sociedades enteras. El enemigo del amor y de la familia es uno mismo».
Añade después, y sugiero que prestes especial atención a estas palabras, porque, si no me equivoco, constituyen la clave de todo el asunto:
«La vida no es algo que viene de fuera, sino de dentro» (es decir, que va de dentro hacia fuera).
Para concluir, de nuevo de forma incómoda y un tanto ofensiva:
«Es el “mí mismo” el que en su cobardía egoísta es incapaz de aceptar el prodigioso escenario del hogar, con su grandeza de composición épica, trágica y cómica, que todo ser humano puede protagonizar».
- Es probable que también ahora te han llamado la atención los “insultos”: lo de la cobardía egoísta, sobre todo, que puede sonarte exagerado, aunque yo en parte sí que me lo aplico.
- Te pido entonces que corrijas un poco el rumbo y te fijes más bien en la descripción del «prodigioso escenario del hogar, con su grandeza de composición épica, trágica y cómica, que todo ser humano puede protagonizar».
Porque ahí está de nuevo la buena noticia: todo ser humano: ¡todo!, ¡también tú y también yo!
Pese a las circunstancias más adversas, cualquier ser humano que de veras se empeñe puede sacar adelante a su familia, incluyendo la educación de los hijos.
“El” requisito
¿Cuáles serían las condiciones para llevarlo a cabo? ¿Qué es lo que habría que hacer, en primer lugar, para tener éxito?
He querido llamar gráficamente tu atención sobre el hecho de que, de momento, se trata de señalar un único requisito, solo uno: “el” requisito, como indico en el enunciado.
En términos generales cabría expresarlo con solo seis palabras: pasar más tiempo con tu familia: con tu cónyuge y con (cada uno de) tus hijos.
La primera y casi única condición para educar a tus hijos es que pases tiempo con ellos.
¡El requisito!
¿Basta con eso?
Sí y no.
No, si el pasar más tiempo con tus hijos lo entiendes solo como un estar junto a ellos o cerca de ellos.
Sí, si lo entiendes como un auténtico convivir; si el estar realmente con ellos significa, por ejemplo:
- Realizar actividades conjuntas que facilitan la relación interpersonal, la única que permite hacer familia y educar.
- Hablar con ellos a solas o, al menos, prestándoles real atención, sin pantallas ni similares.
- Enterarte de lo que los ocupa y les preocupa, y no solo en relación con los estudios, sino también con sus amigos y con su propio desarrollo biológico-biográfico (pubertad, adolescencia…), que pueden ser para ellos fuente de preocupaciones o problemas.
- Ponerles al corriente de tus propias actividades e inquietudes (de manera siempre adecuada a su edad), y de las del conjunto de la familia, que deben cada vez sentir más como algo muy propio.
De “esto” depende la buena noticia.
Es decir, de ti.
Eres tú quien la construyes.
La buena noticia para la educación de tus hijos depende (casi) exclusivamente de lo que tú hagas.
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