La fórmula maestra
La fórmula es sencilla, pero tremendamente eficaz, cuando se toma en serio. Establecer un número mínimo de normas, pero innegociables; y hacerlo con la sincera intención de educar y fomentar la libertad de los hijos.
Pocas, innegociables… y a favor de su libertad.
Sí a las normas
Aunque poquísimas, en la familia debe haber normas: facilitan la vida en común y contribuyen a configurar el sello propio de cada hogar, el aire de familia.
¿Para quién son necesarias?
Para los hijos:
encauzan sus actividades, que tienden a la dispersión, y les ayudan a superar la inseguridad propia de sus años, indicándoles lo que deben y no deben hacer, lo bueno y lo malo.
Para los padres:
orientan el quehacer educativo, en conjunto y en sus detalles, y ponen freno a la impremeditación y a la arbitrariedad, de modo que no improvisemos ni actuemos en función del humor o del estado de ánimo, del cansancio… o del afán de imponernos y llevar razón, abusando de nuestra autoridad.
Las normas impiden que ordenemos lo que nos venga en gana o se nos ocurra en el momento, y facilitan el ejercicio de lo correcto, de lo que ayuda a todos. Pero poquísimas. Ni una más de las imprescindibles, ni una menos de las necesarias.
¿Por qué?
Veamos:
Una buena norma:
Orienta el comportamiento, contribuyendo a la armonía familiar.
Pero, además, puede convertirse en motivo de conflictos y desencuentros, en buena medida inevitables…
¡Y no pasa nada!
Una norma innecesaria:
No ejerce función alguna positiva. Es, exclusivamente, ocasión para las desobediencias y las disputas.
¿Vale la pena, entonces, establecerla o conservarla?
Las normas innecesarias dificultan la armonía familiar.
Innegociables
En la medida en que real y motivadamente resulten innegociables:
Disminuirá de manera drástica el número de las discusiones y el deterioro de las relaciones mutuas. Pero, obviamente, han de ser poquísimas, de lo contrario, en vez de hogares, nuestras casas serían cuarteles.
Nada más lejos de nuestra intención. Pretendemos establecerlas, y que se adviertan y se vivan: Como un medio de colaboración entre todos, para crear un ambiente de familia agradable, alegre, divertido y enriquecedor de las distintas personalidades.
Nunca como una especie de lucha o de “pulso” para ver quién se impone.
Las normas son un modo de colaborar y generar armonía, con criterio; no una forma de imponernos y hacer valer nuestra presunta “autoridad”.
Fundamentales
Por lo mismo, por ser las menos posibles e innegociables, además de reflexiva, serena y previamente establecidas, dándose tiempo para hacerlo, han de ser fundamentales.
Lo que equivale a decir que la ausencia de cualquier de ellas (de esas pocas, poquísimas, pero que están vigentes para todos), destruirían la familia o, al menos, provocarían un notable deterioro.
¿El criterio para decidir si son o no fundamentales?
Que favorezcan o dificulten el amor recíproco (entendido en su sentido más noble: querer eficazmente el bien del otro).
La misión de la familia es el amor: todas sus normas deben favorecer el amor recíproco.
Como cuáles?
Algunos ejemplos:
No faltar al respeto debido a los otros, en particular, a los padres y abuelos… ¡y al servicio doméstico, si lo hubiere! (nunca está permitido levantar la voz a la madre: el padre debe hacer que esto se cumpla siempre).
Ayudar a los demás, cuando lo necesiten y esté en nuestras manos.
Evitar las “peleas excesivas”, los gritos a destiempo, los insultos, las malas contestaciones.
Adaptarse a los horarios que hacen posible la convivencia y la buena marcha del hogar.
Comer con gratitud aquello que nos sirven, aunque no sea del todo de nuestro agrado…
¡Y viva la libertad!
Libertad para el bien
Aunque de entrada a veces no se entienda, establecer unas normas —poquísimas e innegociables, insisto— es ya un magnífico modo de educar en la auténtica libertad y favorecer su crecimiento y desarrollo: estimula y encauza la capacidad de elegir y hacer bien el bien, que es el sentido más propio de la libertad.
Más aún, en lo opinable
Y libertad también, de manera todavía más clara, aun cuando las preferencias de nuestros hijos no coincidan con las nuestras,
en todo lo opinable, que es mucho, muchísimo (cosa que resulta aún más obvia tras haberse dado el tiempo para discernir y establecer con serenidad y de manera objetiva las normas irrenunciables).
Advertiremos más fácilmente todo lo que es opinable, cuando hayamos hecho el esfuerzo prolongado y sincero de discernir y establecer lo que no lo es.
En resumen
Muy pocas normas y muy centrales; no arbitrarias sino objetivas; que de veras procuren el bien y la armonía en la familia; y que siempre se cumplan…dejando total libertad en cuanto se sitúa al margen de ellas (casi todo).
Un excelente criterio educativo: ¡el máximo de libertad!
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