Sí, también el cónyuge y los hijos son personas 

Para dañar cualquier otra realidad, tiene que existir un motivo que lo justifique. Pero nunca puede haber un motivo que justifique atentar contra la dignidad de las personas

¿Es toda persona digna de respeto?

Tal vez al leer este enunciado, tu atención se haya dirigido a la palabra “toda” y hayas pensado que sí, que toda persona debe ser respetada.

Por mi parte, pienso que la afirmación es correcta, pero insuficiente: respeto es un término genérico, admite diversos grados… y no acaba de definir la actitud debida a la persona.

Respeto lo merece cualquier realidad, de manera proporcional a su propia categoría.

Respeto lo merece cualquier realidad, de manera proporcional a su propia categoría “ontológica”.

Con motivo y “sin motivo”

¿Cuál es, entonces, la diferencia?

Veámoslo así:

¿Por qué?

Porque la persona —cualquiera, cada una de todas— no es solo merecedora de respeto, sino de reverencia o veneración.

Los romanos de los primeros siglos de nuestra era, en un contexto pagano, se referían al enfermo como res sacra miser: alguien en estado penoso, digno por tanto de compasión… ¡pero sagrado!

Merecedor, pues, de veneración o reverencia.

Para dañar cualquier otra realidad, tiene que existir un motivo que lo justifique. Pero nunca puede haber un motivo que justifique atentar contra la dignidad de las personas.

Respeto, reverencia… ¡amor!

Y no exageraban. Kant lo repetiría, muchos siglos después, en un contexto más amplio.

Pero también él se quedaba corto. La grandeza de la persona reclama no solo ese grado supremo de respeto que conocemos como reverencia o veneración, sino auténtico amor.

Un amor que consiste:

El amor es la única actitud-comportamiento acorde con la dignidad de la persona: el amor, sólo y siempre.

¡En familia!

Ese es el amor que reclaman, de entrada, nuestro cónyuge y cada uno de nuestros hijos, por su sublime condición de personas.

También cuando nos “caen mal”, nos molestan, nos enfadan… o no se portan objetivamente como deberían.

También entonces hemos de amarlos. También entonces son personas.

Siempre hemos de amarlos: ayudarlos a ser mejores, aunque eso lleve consigo que ellos y nosotros no nos sintamos bien o incluso pasemos un mal rato o nos llevemos un disgusto de categoría.

Hemos de procurar que aquellos a quienes amamos sean mejores personas (en eso consiste el amor más auténtico), aunque eso implique algunas veces que ellos o nosotros no nos sintamos bien.

LinkedIn: www.linkedin.com/in/tomás-melendo-granados-04750a234

Salir de la versión móvil