El 4 de septiembre de 2021, las redes sociales se llenaron de una foto de dos hombres sentados juntos y sonriéndose uno al otro mientras cada uno acunaba a un bebé en sus brazos. Se trata del Secretario de Transporte, Pete Buttigieg, y su marido, Chasten, sosteniendo a sus gemelos recién nacidos y recientemente adoptados. El hecho de que el cuadro fuera amplia e indiscriminadamente aplaudido no puede cambiar la circunstancia de que falta algo esencial, como en el famoso cuento de Hans Christian Andersen “El traje nuevo del emperador”. Tal y como lo resume Wikipedia,
Dos estafadores llegaron a la capital de un emperador que gastaba muy abundantemente en ropa a costa de los presupuestos del Estado. Haciéndose pasar por tejedores, se ofrecieron a suministrarle magníficas prendas, invisibles sin embargo para los estúpidos y los inútiles. El emperador los contrató, y ellos montaron telares y se pusieron a trabajar. Una sucesión de funcionarios, y luego el propio emperador, los visitaban constantemente para comprobar sus progresos. Todos y cada uno de ellos constataba que los telares permanecían vacíos, pero aun así fingían ver lo contrario para evitar que los tomasen por estúpidos o inútiles. Finalmente, los tejedores informaron de que el traje del emperador estaba terminado. Le vistieron con mimo y salieron en procesión ante toda la ciudad. Los habitantes de la ciudad se sentían incómodos con el espectáculo, ya que no querían de ninguna manera parecer estúpidos o inútiles, hasta que un niño voceó que el emperador no lleva nada puesto. El pueblo se dio cuenta entonces de que todos han sido engañados. Aunque sorprendido, el emperador contiuó la procesión, caminando más orgulloso que nunca.
Para quienes se dejan seducir por la imagen de dos hombres que se sonríen mientras privan a dos niños indefensos de una madre, la voz de Katy Faust es como la del niño del cuento de Andersen. Privada de un padre durante años de su crianza por parte de su dos “madres” lesbianas, Katy reflexionó sobre su experiencia en una carta abierta al presidente del Tribunal Supremo, Kennedy, cuando éste deliberaba en el caso Obergefell.
Es muy difícil hablar de este tema, porque quiero a mi madre. Y este es el caso de la mayoría de niños con padres homosexuales. También queremos a su(s) pareja(s). No se oye hablar demasiado de nosotros porque, para los medios de comunicación, sería imposible poder amar a nuestro(s) padre(s) gay(s) y oponernos al mismo tiempo al matrimonio gay. Muchos opinan que no debería existir. Pero yo sí, y no soy el único…. Sin embargo, este debate, en el fondo, trata de otra cosa. Se trata de los niños….
Cuando dos adultos que no pueden procrear quieren criar hijos juntos, la pregunta es ¿de dónde salen esos bebés? Cada niño es concebido por una madre y por un padre a los que ese niño tiene un derecho natural. Cuando un niño es colocado en un hogar formado por dos personas del mismo sexo se perderá al menos una relación parental fundamental y, con ella, una influencia vital de los dos géneros. La naturaleza misma de la unión de los adultos está llamada a garantizar esto. Tanto en los casos de adopción, divorcio o reproducción por parte terceros, los adultos en este escenario satisfacen los deseos de su propio corazón, mientras que el niño tiene que cargar con el costo más significativo: perderse a uno o más de sus padres biológicos….
Ahora que soy madre, veo claramente las hermosas diferencias que mi marido y yo aportamos a nuestra familia. Veo la plenitud y la salud que reciben mis hijos porque tienen a sus dos padres viviendo con ellos y amándolos. Veo lo importante que es el papel de su padre y lo insustituible que soy yo como madre. Desempeñamos papeles complementarios en sus vidas, y ninguno de los dos es descartable. De hecho, ambos somos críticos. Es casi como si la madre naturaleza hubiera acertado con todo esto de la reproducción.
La conclusión de Katy se hace eco de lo que las Naciones Unidas declararon en su informe de 1989 en la Convención sobre los Derechos del Niño: “el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de la familia, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión”, siendo la familia “el grupo fundamental de la sociedad y el entorno natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros y, en particular, de los niños” (énfasis añadido).
Anteriormente, en su Declaración de los Derechos del Niño de 1959, la ONU había subrayado igualmente que “el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, crecerá bajo el cuidado y la responsabilidad de sus padres”.
Estos documentos fundamentales de la ONU, con tres décadas de distancia entre uno y otro, fueron aprobados por la Asamblea General de un 20 de noviembre, fecha también designada por la ONU como Día Mundial del Niño. Es un sobrio recordatorio de que, como subraya la Declaración de los Derechos del Niño, “la humanidad debe al niño lo mejor que tiene para darle”.
Pero, ¿cómo podrá describirse una situación en la que los adultos impiden esto a sabiendas, adjudicando a un niño dos padres del mismo sexo? Nuestro colega australiano, el Dr. David van Gend, lo llama “robar a un niño”. En su incisivo libro del mismo título, van Gend menciona la contundente advertencia de G. K. Chesterton sobre la insustituibilidad de la madre y el padre: “Este triángulo de verdades, de padre, madre e hijo, no puede ser destruido; sólo puede destruir a las civilizaciones que lo ignoran”.
Instamos a que este Día Mundial de la Infancia sea un momento de resolución y compromiso para dejar de robar a los niños y para dar a cada uno lo mejor que la humanidad puede darle: la oportunidad de ser criado por una madre y un padre. Todos los niños lo necesitan, y nuestra civilización depende de ello.
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