El mensaje anunciado en su cuenta de Twitter era claro: #NoToHate. Las palabras matan. En el mundo de lo políticamente correcto, el “delito de odio” se ha convertido en la herramienta número uno para aplicar la censura.
Sin embargo, la Carta de Derechos Humanos de la ONU dice en su artículo 19 que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Pero, ¿cuál es la “incitación al odio” asesina que la ONU pide censurar? La incitación al odio se define como toda incitación a la violencia o la intolerancia.
La cruzada contra la intolerancia es uno de los baluartes de la nueva normalidad promovida por las instituciones internacionales, pero obviamente sólo se refiere a la intolerancia hacia lo que ellos consideran intolerante. Los disparatados objetivos de la Agenda 2030 también se imponen a través de la censura.
Según las Naciones Unidas, “el discurso de odio se ha convertido en una de las formas más comunes de difundir retórica divisoria a escala global, amenazando la paz en todo el mundo”.
Nadie niega que el racismo o la xenofobia sean atributos negativos (especialmente cuando motivan delitos), pero en esta lucha contra los odios de todo tipo subyace un intento de evitar las críticas a la inmigración masiva o de impedir el auge del nacionalismo/patriotismo en clara oposición a la idea del “ciudadano del mundo” sin fronteras.
Este tipo de activismo de la ONU está alimentado por un “principio rector”, considerado actualmente el motor de las iniciativas internacionales, la Agenda 2030.
La persecución de los “delitos de odio” se puso en marcha oficialmente en 2019. Ese mismo año, el Secretario General de la ONU, António Guterres, lanzó una campaña internacional para “identificar, prevenir y abordar” los mensajes que pudieran considerarse como tales.
Cualquier crítica a lo que se consideran minorías raciales (curiosa paradoja cuando estas minorías en los países occidentales son una clara mayoría en sus países de origen y viceversa) o sexuales (colectivo LGTBI, etc.) puede ser condenada y puesta en la lista negra de la ONU.
Mención aparte merecen los ataques a la libertad religiosa, o mejor dicho, al cristianismo, no porque los cristianos sean el grupo religioso más perseguido del mundo, sino porque ser y vivir según los principios cristianos es síntoma de un extremismo peligroso, habrá aprendido la Administración Biden de la ONU en el perseguir a los católicos.
¿Americanos con FBI? En respuesta a las alarmantes tendencias de aumento de la xenofobia, el racismo y la intolerancia, la misoginia violenta, el antisemitismo y el odio antimusulmán en todo el mundo, el Secretario General de la ONU lanzó el 18 de junio de 2019 la “Estrategia y Plan de Acción de la ONU” contra la incitación al odio.
¿Por qué se mencionan dos de las tres religiones en el libro, pero se deja fuera a los cristianos cuando, en todos los índices, como éste del Pew Research Centre, se reconoce a los cristianos como el principal grupo atacado por motivos religiosos?
Una vez más, la Agenda 2030 se está convirtiendo en un instrumento de “colonización ideológica”. Lo vemos cuando se establece una relación directa entre la aprobación de ayudas, por ejemplo para el África subsahariana, y la “adopción de ideologías” abortistas y LGBTI en estos países.
Una vez más, los objetivos y las metas también se aplican de forma selectiva. En este sentido, algunos países desarrollados destinan entre el 60% y el 70% de sus contribuciones a la Agenda 2030 a objetivos relacionados con la “salud reproductiva”, interpretando que incluye el aborto, a pesar de que ningún documento de la ONU ha mencionado nunca el aborto como un derecho.
Así que cuidado, apréndete la Agenda 2030 de memoria y en cuanto la oigas venir, levanta las antenas, ¡que vendrán a buscarte para que cierres la boca!
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