Parece ser que está de moda regresar a la naturaleza, a todo lo que sea natural, ser un naturalista… como si ese fuese el camino para la perfección y la paz humana. A la par que se nos invita a abrazar la 4ª revolución tecnológica como el máximo a aspirar en nuestras progresistas sociedades. Por un lado, nos lo venden como algo imprescindible en nuestras vidas, y por otro, se nos empuja a despojarnos de ello. Las ideologías, una vez más se entremezclan como un amasijo de hilos sin saber exactamente hacia donde nos llevan.
De esta manera, la educación para la paz va de la mano del amor a la naturaleza, porque si eres de los que se consideran del grupo de los sanos, los que tienen “hábitos de vida saludables y sostenibles”, como les gusta llamarlos ahora, reciclas, eres pacífico (hasta que te pisan el callo) y no tienes muchos hijos, pero sí mascotas, entonces eres per se un hombre de paz.
Sin embargo, la paradoja es que, en la naturaleza, si nos sumergimos en sus profundidades, lo que encontramos es un verdadero campo de batalla entre los depredadores y sus víctimas. Pero claro, eso de que los animales sean carnívoros y violentos, pasa por alto para todos estos “verdes”, que parecieran viven rodeados de pajaritos y mariposas de colores. Ya sabemos… el espíritu hippie de los años 70 del siglo pasado sigue en auge: “Haz el amor y no la guerra”.
La naturaleza es como es, tanto la de los animales como la de los seres humanos. Empeñarse en modificar esta realidad es como pretender mirar al cielo sin reconocer las estrellas que alumbran en las noches claras.
Chesterton decía, (ya hace unos cuantos años cuando ya se apreciaba el repunte de lo que sería el naturalismo absoluto) “empiezo a creer que la gente de hoy no tiene ni idea sobre la vida, esperan de la naturaleza cosas que ella no pretendió jamás y se empeñan en destruir lo que realmente les ofrece”.
Ahora nos tienen entretenidos con los conflictos entre la ganadería extensiva e intensiva porque esta última, nos dicen, supone maltrato al animal. O nos sirven en bandeja la carne artificial, que, a decir verdad, para como están de hormonados los animales, casi casi no se van a diferenciar. Y no olvidemos el temita de las flatulencias de las vacas que contaminan o los apetitosos insectos crujientes…. No me explico, la verdad, como llevamos sobreviviendo tantos siglos sin el consejo de todos estos “expertos en medio ambiente y cambio climático” que adoran a la naturaleza como una diosa madre. Por cierto, para los que ponen como ejemplo a San Francisco de Asís que amaba la naturaleza, se ha de aclarar, que él la amaba y respetaba como hermana nuestra que es según el principio original de la creación, en ningún momento dijo que fuese nuestra madre, esa Pachamama que quiere suplantar a nuestro Dios.
Cerca del lugar donde trabajo, hay unos carteles pegados en un viejo muro que rezan: “no comas animales, no los necesitas”. No hay que ser muy listos para adivinar la hipocresía de estas ideas naturalistas envueltas de buenismo y pacifismo. Se defiende a los animales como un valor supremo, pero se aplauden las leyes de aborto que asesinan vidas humanas como quien se quita un grano en el trasero. Y perdone mi querido lector esta expresión, no puedo evitar sulfurarme con tanta necedad, menos mal que con un exquisito plato de jamón serrano y un chatico de buen vino, una se vuelve a pacificar.
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