Hace unos días salía en diversos medios de comunicación, que la plataforma digital Disney Plus retiraba tres clásicos animados por motivos racistas (si si, lo que leen, racistas), para aquellos perfiles infantiles que pertenezcan a menores de siete años. Las películas “agraciadas” eran Peter Pan, por su desconsiderado trato a los “pieles rojas”, Dumbo, por una escena donde aparecen maltratados un grupo de afroamericanos, y Los Aristogatos, por exagerar los rasgos asiáticos del malo de la película (el gato siamés).
Viendo el panorama que se nos viene encima y la falta absoluta de criterio propio (o sentido común más bien), me veo en la necesidad de explicar la finalidad de cada una de estas películas a los censores de Disney Plus, para que dejen de manchar el legado que Walter Elias Disney dejó a la humanidad, con su larga cinematografía infantil, de la que tanto disfrutamos (y aprendimos) los niños de esa generación.
Peter Pan cuenta la historia del niño que no quería crecer y que se empeñaba no solo en vivir una vida sin ataduras, repleta de juegos y aventuras, sino en atraer hacia su mundo al mayor número de personas posibles (¿no conocen a nadie así?), hasta que se da cuenta de que si no crece, nunca podrá disfrutar de partes esenciales de la vida, como el formar una familia. La película transcurre desde los ojos de un niño, donde literalmente todo es juego, inclusive sus aventuras con los “pieles rojas”, donde más allá de las diferencias visuales, nadie ve más que a unos nuevos amigos con los que jugar y divertirse. Si corrompemos esta inocencia viendo racismo donde no lo hay, terminaremos tachando de islamófobo el jugar a “moros y cristianos” o sencillamente de vejatorio el “polis y cacos” de toda la vida. Si no permitimos que los niños vean con naturalidad la interacción entre personas “diferentes”, estaremos creando una nueva generación que asocie la diferencia con el miedo, algo que debe ser censurado, que debemos tratar con mucho cuidado, o mejor aun, evitar para no meternos en líos.
Con Dumbo aprendimos a amar aquello que nos hace diferentes, una historia de superación simplemente magistral a los ojos de nuestros pequeños (¿Acaso no es eso progreso e inclusión?) Dumbo nos enseñó aunque siempre habrá gente esperando – y buscando – nuestra caída, nunca nos faltarán amigos a nuestro lado, que harán todo lo posible por vernos “volar”. Solo por eso nunca dejaría de ponerle esta película a mis hijos, una y otra vez, hasta que comprendieran el valor de la verdadera amistad. Pero es que encima, de manera accesoria, la película nos revela una serie de imágenes donde animales y trabajadores afroamericanos resultan maltratados, sin ton ni son, porque en aquella época, esclavos y animales tenían la misma consideración, a los ojos de los hombres y de la ley. Esto pasó de verdad y es esencial que nunca se olvide. Si gracias a estos segundos del cortometraje podemos despertar en nuestros pequeños ese rechazo a la violencia, sin importar raza, sexo o edad, estaremos dando pasos agigantados hacia un mundo mejor, porque, al fin y al cabo, como dijera Cicerón “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.
Y ya para concluir, entro de lleno con una de mis favoritas: Los Aristogatos. Sinceramente, cuando leí el titular pensé “Van a hablar de la lucha de clases, por esto de los aristogatos, miembros de la aristocracia gatuna. No pueden renunciar a sus raíces comunistas”. Pero no, en este caso, lo discriminatorio es que el gato siamés (el malo), tiene unos rasgos asiáticos exagerados (¿En serio? En serio.) Cuando los guionistas incluyeron un gato siamés (presumiblemente, clase alta) con ese comportamiento tan pedante y narcisista, en contraposición con la acomodada pero dulce familia de Duquesa, su intención era bien sencilla, enseñarnos que la bondad no reside en las clases sociales, sino en las personas y, por extensión, en sus actos. Por eso a pesar de ser un gato callejero, Thomas O’Malley, era mil veces mejor (¿persona?) que ese gato siamés, que bien podría haber sido negro, como el pequeño Berlioz, pelirojo, como Toulouse, o una dulce damisela como Marie, y habría sido tachado igualmente de racista (o machista) la película, por no tener la deferencia de hacer que “el malo” careciera de raza y sexo. Ya esta bien de tonterías, debemos abandonar estos razonamientos tan superficiales y simplistas para comprender que el destino de las personas lo marcan sus decisiones y no sus circunstancias personales. Soy abogada, y de las lecciones más humanas que aprendí en la carrera fue aquella que nos trajo Concepción Arenal: “odia el delito y compadece al delincuente”. Aprendamos de esta ilustre jurista española a tener bien claras nuestras prioridades y no seamos tan ingenuos de caer en absurdas generalizaciones y discursos populistas.
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