¡No!, no todos los defectos son defectos

Lo que nos cuesta sangre es lidiar con las concretas limitaciones de quienes nos rodean, en particular cuando no coinciden con las nuestras

¿…?

El título es contradictorio solo cuando se ignora la tendencia, tan humana, a igualar, metiendo en el “saco de los defectos” todo lo que nos molesta, en particular de quienes más queremos, como el cónyuge y los hijos.

Pero, entonces, si defecto equivale a aquello-que-nos-molesta, no todos los defectos (todo lo que nos molesta) son defectos.

Sin distinguir coherentemente estas tres realidades, la convivencia se transforma en un infierno.

Si no distinguimos con claridad las diferencias, las limitaciones y los defectos, la convivencia puede llegar a ser imposible.

Las diferencias

Sobre todo, las personales

Las diferencias personales derivan inevitablemente de la singularidad de cada persona.

Ya Platón hacía ver que toda realidad está “tocada” por el no-ser: para ser lo que es, tiene forzosamente que no-ser todas las demás y diferenciarse de ellas.

Por su propia condición de persona, cada una de ellas es radicalmente diferente de todas las demás.

Amar las diferencias… por más que nos molesten

Pero a los humanos —limitados y un tanto obtusos— nos incomoda lo que contrasta con nuestro modo de ser y nos hace abandonar nuestra zona de confort.

Por eso interpretamos las diferencias del cónyuge y los hijos negativamente, como un defecto que debemos corregir, movidos, cómo no, por… ¡el amor hacia ellos!

Craso error: nadie puede acercarse a la propia plenitud y felicidad sino siendo a fondo quien es, con todas sus particularidades y diferencias.

La “mejor versión” de cada uno es justo la suya, única e irrepetible, en continuidad con sus rasgos propios y exclusivos.

Hay que amar las diferencias, incluidas las del cónyuge y los hijos, por mucho que nos molesten.

Las limitaciones

Propias de todo ser humano

Derivan también de nuestra finitud (de nuestra “limitación”).

Tampoco son un defecto, negativo por sí mismo.

De hecho, aceptamos sin problema que “todos somos limitados”.

Lo que nos cuesta sangre es lidiar con las concretas limitaciones de quienes nos rodean, en particular cuando no coinciden con las nuestras:

Las limitaciones derivan también de nuestra finitud, pero no son defectos.

Conocer bien las limitaciones…

Las limitaciones no son negativas —forman parte de la condición humana—, pero las vivenciamos negativamente.

Son sin duda carencias —algo que nos falta—, pero de lo que no es obligado que tenga un ser humano normal, capaz de desarrollarse y ser feliz.

Carencias perfectamente asumibles, aunque nos cueste aceptar las de quienes nos rodean. Pero no defectos.

¿Actitud práctica? Conviene conocer bien las limitaciones, para no pedir lo que no podemos dar… y centrar toda nuestra atención en las fortalezas, que sí podemos y vale la pena desarrollar.

Conviene conocer bien las limitaciones… y centrar toda nuestra atención en las fortalezas o mejores cualidades.

¡Defectos!

Lo que son

¿Qué es entonces un defecto, si no es una diferencia ni una limitación?

Algo que daña a quien lo tiene —antropológicamente, cabría decir, impidiéndole el pleno desarrollo como persona— porque también perjudica a quienes lo rodean.

Un defecto hace daño a quien lo tiene, porque perjudica también a quienes lo rodean.

Qué “hacer” con los defectos

Los defectos deben tratarse en dos fases:

Aceptar a la persona con sus defectos, ayudarle a luchar contra ellos (no necesariamente a vencerlos), sentir ternura si vemos que no los supera.

Salir de la versión móvil