No resulta extraño que en sociedades cada vez más secularizadas, se busque de forma creciente algún sucedáneo de la religión, que contenga dogmas y mandamientos que exigen obediencia y prometen la felicidad. En nuestro caso, estos nuevos dogmas y mandamientos son los nuevos “derechos humanos”, considerados no solo como algo evidente, sino además, contra lo cual está prohibido disentir.
Como se sabe, en un principio estos derechos se consideraron por vastos sectores como emanados de la inherente dignidad humana, con una clara alusión a un Derecho Natural objetivo que entre otras cosas, abogaba por la igualdad esencial de todos los hombres.
Sin embargo, hace unos 60 años se difundió la idea contraria, esto es, que estos derechos no emanan de una naturaleza objetiva, sino de los acuerdos, siendo por ello relativos y cambiantes. Con lo cual, han podido ingresar al catálogo de “derechos” un cúmulo de aspiraciones bastante discutibles, cuando no aberrantes o injustas.
Sin embargo, un aspecto poco resaltado es que estos derechos, al ser entendidos como facultades de exigir, generan al mismo tiempo obligaciones, pues todo derecho subjetivo conlleva la existencia de una obligación o deber correlativo.
De esta manera, lo que hoy está ocurriendo es que en nuestras sociedades se están imponiendo un cúmulo de deberes colectivos, que vienen a depender de ciertos “derechos” que benefician a una selecta minoría, que de este modo impone su querer a los demás. Un buen ejemplo son las diversas leyes y tratados contra la discriminación y la intolerancia.
Por tanto, mediante la elaboración de ciertos “derechos”, se están imponiendo al mismo tiempo varios “deberes”, cuyo contenido último emana de organismos internacionales, universales y regionales que nadie controla (ONU, OEA, UE, varios comités de seguimiento de diversos tratados y tribunales internacionales). Por eso, en el fondo los actuales “derechos humanos” se están convirtiendo en los nuevos dogmas y mandamientos de nuestro tiempo, que no admiten crítica ni oposición alguna.
Estos mandamientos y dogmas buscan imponerse a los ordenamientos jurídicos internos, saltándose los cauces formales preestablecidos. Además, entregan cada vez mayores atribuciones a los Estados para vigilar su fiel cumplimiento y castigar duramente su inobservancia. Ambos temas no pueden ser desarrollados aquí.
Y esta es una de las grandes paradojas de nuestra época: que los actuales “derechos humanos”, se están convirtiendo en férreas reglas de comportamiento para sociedades enteras, que terminan en el fondo, siendo esclavizadas por ellas.
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