En estos días de enero he oído, más que el usual “Feliz año,” muchas bendiciones, y muchas veces la frase: ‘! y que sea mejor que el 2020!’
Es natural, porque el 2020 trajo el Coronavirus de China con todas las restricciones que los gobiernos han querido imponer, algunas inteligentes y otras incomprensibles. De hecho el año pasado nos tomó de sorpresa y nos impuso desafíos nunca imaginables. ¡Es admirable cómo la mayoría ha logrado adaptarse a confinamientos, escuelas y colegios cerrados y tantas otras limitaciones!
Se entiende que todos quisiéramos que el 2021 sea más fácil, y más ‘normal’.
Pero no podemos contar con eso.
Viendo las tendencias y los cambios de poder y de influencias en el mundo, debemos estar preparados para la obligación de esforzarnos como nunca por enderezar la sensible perdida de la cultura Cristiana que estamos percibiendo, y con ello la perdida de la libertad, tanto de expresión y pensamiento como de acción.
No soy pesimista. Pero sí estudiosa de historia, y realista, al ver ciertos cambios innegables en nuestra civilización.
Las leyes en protección de la vida y de la integridad de la persona han caído en la mayoría de los países. La ONU va viendo como eliminarlas en los países donde quedan. Ni siquiera quieren dejar en pie la realidad cromosómica del sexo. No podemos negar que la base cristiana de las leyes civilizadoras que se desarrollaron desde Constantino en el 315 AD, ha sido extraída, poco a poco durante el siglo 20, a medida que la creencia en Dios se iba relativizando y separando del quehacer diario.
Junto al distanciamiento de la Fe en Dios, se iba evaporando la cultura de la belleza, en la música y las artes y nos vemos en un mundo donde la moda en todas las esferas tiende a lo feo, incluso a veces a lo diabólico.
Pero hay algo maravilloso y ciertamente fascinante en la admirable forma que Dios ha diseñado la Creación. Y es que siempre están naciendo nuevos seres humanos…!a cada rato! Estos abren sus ojitos al nacer queriendo conocer: conocer la verdad, conocer cómo hacer, cómo hacerlo bien. Los niños quieren saber la diferencia entre ‘bueno’ y ‘malo’. Basta ayudarles a distinguir, de manera amena y amorosa, e irán derechito hacia la bondad, la nobleza de corazón, el amor y la generosidad.
Esto se ve en todos los niños, en todas partes del mundo. Los niños son ávidos de que les cuenten cuentos que tienen una moraleja, que les expliquen cómo funciona todo, que los amen y los valoren como personas únicas. Los niños quieren ver sus padres unidos, quieren familias de muchos hijos. Quieren estar donde haya amor.
Es por eso es que nuestro trabajo provida nos llevó al enorme trabajo de 20 años para diseñar Aprendiendo a Querer (AaQ), un currículo completo como guía para niños y adolescentes en como discernir. Es un currículo simpático y no invasivo, que permite al alumno de cada edad (son 13 niveles, correspondiendo a cada edad de 5-18 años) seguir el cuento continuo de un grupo de muchachos y muchachas en sus aventuras, desafíos, amistades, e interactuaciones en la comunidad. Las situaciones son universales y muchachos de al menos 20 países donde circula AaQ, se identifican fácilmente con ellos.
En los 18 años escolares desde que salió AaQ se ha comprobado aquello de que los niños quieren conocer e identificarse con lo noble, lo correcto, lo acertado. En escuelas y liceos donde el mayor problema ha sido la violencia, y el abandono por entrar en pandillas, la violencia ha desaparecido. Estos adolescentes solo querían hacer su marca, demostrar su personalidad, pero no tenían ni guía, ni modelos coherentes para seguir. En Aprendiendo a Querer, encontraron caracteres parecidos a ellos, modelos de sentimientos nobles creíbles y explicaciones de vida al nivel de su poder de entendimiento.
Algo parecido se ha demostrado con las niñas adolescentes. Estas se inspiran con modelos sólidos de mujeres admirables, con el correspondiente razonamiento, que les ha abierto la ambición de ser mujeres excelentes, respetadas, plenas. Y la tasa de embarazos se ha reducido a casi nula en los liceos donde tienen AaQ.
El mundo tiene remedio. Pero no será pidiendo a los adultos que cambien, ni tratando de elegir mejores gobiernos. Debemos invertir en la nueva generación, tener confianza en los niños y adolescentes, y proporcionarles lo que necesitan para llegar a donde sus corazones anhelan llegar.
El ejemplo que podían dar padres y madres antaño, en la tranquilidad y desafíos de la vida campestre, ya poco se halla. Se lo tenemos que dar por medio de cuentos creíbles, y cargados de valores.
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