En Canadá se está desarrollando una situación inquietante en el rugby femenino. Un atleta masculino, que afirma identificarse como mujer, ha sido autorizado a participar en una competición femenina. Más que una desviación cuestionable de las normas establecidas de los deportes segregados por sexos, se ha convertido en una cuestión de seguridad, ya que este individuo ha causado un daño significativo a las competidoras.
En las últimas semanas, tres jugadoras han sido hospitalizados debido a lesiones infligidas por él. Este escenario profundamente preocupante suscita una pregunta en boca de todos: ¿estamos dando prioridad a la ideología sobre el bienestar de nuestras atletas?
Una jugadora manifestó su impactante experiencia, expresando que nunca antes había sido golpeada con tanta fuerza, ni siquiera a este nivel competitivo. Hay mujeres más grandes, admitió, pero la fuerza bruta detrás del golpe de este competidor masculino no tenía parangón.
La realidad es que los hombres y las mujeres poseen capacidades físicas inherentemente diferentes y permitir que los atletas masculinos compitan en ligas femeninas ignora descaradamente este hecho biológico. El espíritu de la competición leal y, lo que es más importante, la seguridad de las jugadoras se está sacrificando en el altar de lo políticamente correcto.
Rebel News informó de un inquietante incidente que reveló no sólo el flagrante desequilibrio físico, sino también un ambiente hostil para quienes se oponían a esta presencia perturbadora. En uno de sus partidos, sus compañeras de equipo defendieron agresivamente su participación en el equipo. Algunos incluso recurrieron a las amenazas y al acoso, lo que provocó la intervención de la policía.
Cada vez resulta más preocupante imaginar la situación de las jugadoras rivales, que ahora se enfrentan a la intimidación y la agresión, además de a su desventaja física.
El eco escalofriante de esta situación también se escucha en Australia. Se ha informado de que la policía y los tribunales protegen a los varones que se identifican como mujeres y está prohibido hablar del asunto públicamente.
Los códigos deportivos australianos han venido imponiendo estrictas directrices que priman los sentimientos de los varones sobre la seguridad y la equidad de las mujeres en diversos deportes. Entre ellas figuran el tenis, el críquet, el fútbol, la natación, el atletismo, el remo, el hockey, el netball y el baloncesto.
Parece que existe una negación evidente de la incomodidad que experimentan las atletas femeninas, las diferencias biológicas, las preocupaciones por la seguridad y la ansiedad inducida por la cohabitación forzada en los vestuarios. Incluso expresar una objeción a que los hombres participen en deportes femeninos puede acarrear sanciones, suspensiones y penalizaciones económicas.
Si las autoridades creyeran realmente que la autoidentificación de estos hombres es legítima, no habría necesidad de medidas tan drásticas para reprimir la oposición.
Sin embargo, la cruda realidad es que no se puede descartar la biología y no se debe comprometer la seguridad de las mujeres. No se debe hacer que las mujeres soporten la carga de los riesgos, tanto físicos como emocionales, sólo para acomodar los sentimientos de los hombres que dicen identificarse como mujeres.