De acuerdo con la emblemática Ley de Derechos Civiles de 1964, en su versión modificada, las empresas tienen expresamente prohibido discriminar por motivos de raza, color, religión, sexo o nacionalidad de origen a la hora de contratar, promocionar y remunerar a sus los empleados. Tal como declara la Ley:
“Será una práctica laboral ilegal que una empresa
(1) niegue un contrato o despida a un empleado, o lo discrimine de cualquier otro modo en lo que concierne a remuneración, términos, condiciones o privilegios de su puesto de trabajo, por motivo de su raza, color, religión, sexo u origen nacional; o
(2) limite, segregue o clasifique a sus empleados o a quienes solicitan un empleo de cualquier forma que prive o tienda a privar a cualquier individuo de oportunidades laborales, o que afecte negativamente a su condición de empleado, por motivo de su raza, color, religión, sexo o nacionalidad de origen”.
Sin embargo, la pregunta sigue sin ser contestada: ¿Por qué tantos estadounidenses permanecen pasivamente sentados mientras las empresas y los gobiernos manifiestan abiertamente que efectivamente van a contratar, promocionar y formar a personas en función de su raza, etnia y sexo, violando de esta manera la ley del país? A modo de ejmplo, NASDAQ acaba de instituir una política que exige que todas las empresas que cotizan en bolsa tengan al menos dos minorías sociales en sus consejos de administración. El New York Jobs CEO Council, entre cuyos miembros se encuentran JP Morgan Chase, IBM, Accenture, Amazon, Google, Goldman Sachs y Microsoft, ha declarado abiertamente que sus empresas miembros se proponen contratar al menos a 100.000 nuevos negros, hispanos y asiáticos para 2030. Walgreens ha declarado recientemente que cada año pretende aumentar el número de minorías y de mujeres en puestos de dirección en un 2% y un 3% respectivamente. La Academia de las Ciencias y el Cine exige ahora duras cuotas raciales, étnicas y de sexo para que una película sea considerada para la categoría de “Mejor Película”. United Airlines anunció en primavera que el 50% de los nuevos pilotos que forme serán minorías o mujeres. La NFL tiene cuotas rígidas para las minorías y las mujeres a la hora de contratar para puestos directivos. Muchos, si no la mayoría, de los gobiernos federales, estatales y locales y la mayoría de las grandes corporaciones han incorporado medidas de “diversidad e inclusión” en los planes anuales de eficacia para los gerentes y demás directivos basando las revisiones de los puestos de trabajo, los ascensos y los plus por buenos resultados en el número de minorías y mujeres que son contratadas, renovadas y promocionadas. Y esto no es más que la punta del iceberg.
Es justo decir que todos los trabajadores de las empresas y de la administración pública saben que el que le está ofreciendo el empleo discrimina abiertamente por motivos de raza, etnia y género y, además, entienden que tienen que colaborar con el sistema , ya que su propia continuidad en el empleo, sus posibilidades de ascenso y las bonificaciones dependerán de ello. Y mientras tanto, todos, de lo más alto hasta la base, se ven obligados a negar que tal discriminación exista. Es un sistema construido sobre un pilar de mentiras, al igual que el sistema que existía bajo el comunismo en la Unión Soviética y la Europa del Este el siglo pasado. El régimen comunista contaba mentiras descaradas que los ciudadanos tenían que creer y aceptar, o enfrentarse a graves sanciones en caso contrario, mientras que todos, desde los dirigentes hasta los dependientes en los comercios tenían que negar que tales mentiras existieran. De hecho, esta es la razón por la que el disidente checo Vaclav Havel instó a sus conciudadanos a “vivir en la verdad”, ya que el mero hecho de hacerlo derribaría un sistema cuyos ruines cimientos dependían de que cada persona “viviera en la mentira”. Señaló que una sola persona que dijera la verdad era suficiente para poner en peligro todo el sistema comunista, por lo que los gobiernos comunistas castigaban duramente incluso los actos más triviales de vivir en la verdad.
Es importante señalar que lo único que no hacen todas estas políticas es comprometer a sus respectivas empresas y gobiernos con una de las cosas más importantes que pueden hacer: contratar y promocionar a sus empleados en base a la competencia y el carácter. Competencia y carácter son las dos características que más importan a los accionistas y a los clientes. De hecho, las políticas mencionadas están diseñadas específicamente para la discriminación, basándose en características sobre las que una persona no tiene control, como son la raza, la etnia y el sexo, que no tienen relación con el éxito de una persona. Los líderes de los derechos civiles, desde Susan B. Anthony hasta Martin Luther King, Jr. lucharon por el día en que todos en Estados Unidos fueran juzgados por su carácter y competencia, pero estas nuevas políticas corporativas y gubernamentales que discriminan por raza, etnia y sexo están alejando cada vez más el momento de llegada de ese día. Jim Crow sigue existiendo en Estados Unidos; sólo que las víctimas y los beneficiarios han cambiado.
Ya es hora de que la mayoría silenciosa de Estados Unidos empiece a vivir en la verdad y proclame a los cuatro vientos que nuestros gobiernos y empresas discriminan descaradamente por motivos de raza, etnia y sexo. Tenemos que exigir que se aplique eficazmente la Ley de Derechos Civiles de 1964 y que se juzgue a las personas por su competencia y por su carácter. Y cuando comencemos a vivir en la verdad, el castillo de naipes que es nuestro sistema discriminatorio se derrumbará, al igual que el sistema comunista en Europa del Este se derrumbó cuando la gente se dedicó a la verdad.
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