Cuando en el año 2015 Donald Trump decidió presentarse a las primarias del Partido Republicano para dar el salto a la presidencia de los Estados Unidos, muchos medios se lo tomaron a broma. Según el dicho de Gandhi: primero te ignoran, lluego se ríen, luego te atacan, entonces vences. Cuando en el año 2016 Donald Trump accede a la presidencia de los Estados Unidos, los medios que hasta ese momento lo habían dado por imposible y nos habían tratado de convencer a todos de que jamás veríamos eso, dedicaron todos sus esfuerzos explicarnos por qué ellos no podían haberse equivocado y sí lo estaban los 63 millones de votantes que tuvo frente a Hillary Clinton.
Hemos vivido 4 años de presidencia de Trump en los que ha sido acosado en todos y cada uno de sus movimientos. No ha habido una sola declaración suya que no haya sido sacada de contexto, exprimida hasta sus últimas consecuencias, retorcida y manipulada para explicar a las audiencias de los grandes medios que ellos no podían haberse equivocado. Durante los últimos meses de la campaña política. Fuimos alimentados y casi cebados, con una infinidad de encuestas ficticias, manipuladas en las que el candidato demócrata le sacaba hasta 20 puntos al candidato republicano. Es por todos conocido que estas encuestas forman parte de la estrategia del Partido Demócrata para generar unas expectativas en los potenciales financiadores de la Costa Este y Oeste americana, que, en previsión de un resultado devastador, invierten en dicho candidato.
Sin embargo y contra todo pronóstico, la noche electoral del 3 de noviembre de 2020, Trump, a las 3 de la mañana iba superando a su contrincante en algunos estados por más de 800 mil votos. Es en ese momento en el que se detiene el recuento y ya no volverán a aparecer datos hasta 3 horas después, cuando Biden ya está por delante en los estados disputados. Han pasado 2 meses en los que se han presentado todo tipo de pruebas, declaraciones juradas, análisis estadísticos, análisis informáticos, que no han dejado lugar a dudas de que esa noche a los demócratas se les fue de las manos el fraude electoral. El tiempo demostrará, a través de las acciones legales que se están llevando a cabo y que no entienden de calendarios, quién tenía razón.
En paralelo durante esos meses el equipo de campaña de Donald Trump ha estado preparando una estrategia con los mejores expertos constitucionalistas, entre ellos el profesor Eastman, que pasaba por devolver las listas de delegados a los Estados para que estos, a través de las legislaturas republicanas, recertificaran el recuento y de este modo darle la victoria al candidato Donald Trump. Para ello contaban y tenían la seguridad de que iba a colaborar el vicepresidente Pence, responsable del recuento. Finalmente Pence decidió no dar el paso, o quizá no tuvo tiempo de hacerlo, ya que en el momento en el que todo ello se iba a producir, una enorme masa de manifestantes entraron en el Capitolio obligando a suspender las certificaciones.
Parece claro que la entrada en el Capitolio fue liderada por veteranos miembros del movimiento BLM y antifa, en una operación que se conoce como de bandera falsa. Es sencillo, aprovechan la frustración de la masa para encender esa chispa que convierte a las personas en una turba incontrolada. Esta ha sido la forma en la que Trump ha caído en la más antigua de las trampas políticas. Pero si hay algo que sabemos de él, es que no se da por vencido con facilidad y es por eso que la izquierda está usando todo el armamento a su alcance para no permitir que emita una sola palabra más. Saben que en este momento Donald Trump es más peligroso que nunca. Y le tienen miedo.
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