La primera asociación que uno tiene con la “autoridad” hoy en día es negativa. Pero -se quiera o no- la autoridad es omnipresente: en la familia, en la escuela, en los tribunales, en la iglesia y en la nación en general. Ninguna de estas estructuras podría funcionar sin autoridad; de hecho, sin autoridad estos grupos no serían estructuras sino sólo conglomerados de personas. Alguien “manda” y “toma decisiones”, es decir, alguien tiene “autoridad”.
Según el filósofo, historiador y teórico político húngaro Thomas Molnar (1921-2010 – fallecido a los 89 años), la autoridad es algo que forma parte originalmente de la naturaleza humana. Seguimos la autoridad porque toca un “consentimiento preexistente del corazón”.
En su obra Autorität und seine Feinde (La autoridad y sus enemigos ,1976), Molnar realiza un profundo análisis de la autoridad y de las ideologías que pretenden abolirla o destruirla.
Todo se basa en la idea de que ningún grupo de personas puede existir sin autoridad. Aristóteles, Cicerón, Tomás de Aquino y otros: todos están de acuerdo en que las personas no se unen por mera necesidad, sino que en la naturaleza social del hombre está incrustado y fundamentado el esfuerzo por algo “superior”, y que este “bien común” superior sólo puede alcanzarse a través de una estructura social con un despliegue de autoridad.
Lo fascinante aquí es que los enemigos de la autoridad, que son muchos, trabajan con herramientas políticas para destruir las estructuras en las que los seres humanos se desarrollan socialmente.
Lo primero y más importante es la familia.
“De hecho, el grueso del asalto a la autoridad se concentra en la familia, donde el futuro adulto y ciudadano es llevado a la realización racional de una pequeña réplica del bien común, un modelo de las instituciones que serán los escenarios de todos sus posteriores actos de ciudadanía”, escribe Molnar. La familia es la escuela de autoridad donde los padres acompañan a los hijos hasta la edad adulta. (cf. p. 96)
El supuesto básico de los enemigos de la familia y de la autoridad es que el niño, sin obstáculos por el castigo y los límites, se convertirá en algo bueno y desarrollará sólo el mejor lado de su carácter.
“El hombre nació libre, pero en todas partes yace encadenado”, formuló Rousseau, marcando de una vez por todas la postura antiautoritaria. La única posibilidad de transformar esta civilización en una utopía sería hacer sobre todo al niño, al ser todavía maleable, libre, liberado de las ataduras”, añade. (cf. p. 97)
“Lo ideal, según este punto de vista, sería limitar la familia a dos parejas de apareamiento y al papel de la madre como proveedora en los primeros días, tras lo cual el niño va a la guardería comunal (estatal) y a la escuela”. (Cf. p. 97)
Esta nacionalización del niño transferiría su obediencia a los padres, al Estado, que dotaría a éste de poder y control sobre el ser humano incluso en sus últimas etapas de desarrollo.
Esta nacionalización del niño sólo puede contrarrestarse en la familia, donde los niños pueden experimentar la conexión entre la autoridad y el amor, la obediencia y el esfuerzo por el bien, de forma natural y donde -tomando prestado el juego de palabras de Gustav Siewerth- se vive la audacia y la preservación.
Sin embargo, la familia necesita al Estado, admite también Molnar.
“[Este desarrollo anti autoridad no es] culpa ni de la familia ni del Estado (es evidente que no podemos pasar por alto la culpa del Estado, que como mínimo, se pliega a la voluntad del legislador cuando promulga leyes anti familiares, como el aborto), más bien podemos hablar de la falta de cooperación entre todos los eslabones importantes de la red de autoridades, una falta de cooperación de tal magnitud que se podría decir que ha surgido una contra-autenticidad en lugares donde se esperaba legítimamente la continuidad del autor.” (Cf. pp. 98-99)
La familia no puede sobrevivir y desarrollarse sin las estructuras de la sociedad, y del Estado. Pero esta conexión ofrece sobre todo una oportunidad: la familia puede influir en las estructuras y así transformar el Estado, hacia una estructura pro-familia, como ya se ha aplicado con éxito en algunos países de Europa, como Hungría. Si el Estado, a su vez, lleva a cabo una política de apoyo a la familia, se crea una sinergia desde el núcleo de la sociedad hasta las grandes estructuras generales que conforman una verdadera nación.
Molnar quiso aspirar a este modelo y proponerlo, sin ninguna autosuficiencia utópica, como solución a la ausencia moderna de autoridad.