Como padre de una familia numerosa -mi esposa y yo tenemos nueve hijos- a veces me preguntan por qué elegimos tener tantos hijos. Mi respuesta adquiere distintas proporciones y alcances dependiendo de la audiencia a la que me dirijo.
Si estoy hablando a una persona cristiana, diré que la Biblia nos dice que los niños son una bendición de Dios. Como dice el salmista, la herencia que Dios te da son los hijos, cosa que El estima es el fruto del vientre (Salmo 127,3)
Si son padres, les digo, que se les ha otorgado la increíble oportunidad de ayudar a Dios en la creación de un alma inmortal. El nacimiento de un niño les atará a Dios más fuertemente que nunca, en una sobrecogedora gratitud.
El niño que los esposos han recibido de Dios generosamente fue creado para regresar a Él, después de una vida de amor, servicio y obediencia en la tierra, para pasar la eternidad en el Cielo. Nuestro Señor mismo dijo que había mucho espacio para esas almas que regresaban a Él. ¡Por supuesto, no hay problema de sobrepoblación en el Cielo!
Una persona cristiana esbozará una sonrisa y asentirá ante la verdad de todo esto, y no será necesaria ninguna explicación adicional.
Sin embargo, tal explicación no funcionará igual con aquellas personas que no comparten la fe cristiana. Vivimos en una época anti-natalista. Los humanistas seculares han retorcido las cosas convirtiendo la virtud de procrear en un vicio por el mito de la superpoblación. Efectivamente he recibido muchos ataques de humanistas seculares por el hecho de tener demasiadas pequeñas “bendiciones”.
Entonces, ¿qué les diría a aquellos que aún no creen?
A una mujer joven con una crisis por un embarazo inesperado le diría: No experimentarás mayor alegría que el gozo de acoger a este hijo en tu vida. Te asombrarás de lo bien formado que está tu pequeño, y de lo rápido que te enamorarás de él. Te encantará cada pequeño aspecto de su apariencia. El color de su cabello, la forma de su nariz, y la amabilidad de su sonrisa te encantará. Será la cosa más maravillosa que te haya pasado en la vida.
Y le explicaría que a medida que crezca su hijo cuidará de ella. Las personas que tienen hijos no tienen que depender de extraños para cuidar de ellos en su vejez. Los hijos también se convertirán en los padres de sus nietos. Los nietos traen alegría, felicidad y sonrisas, ¡y los abuelos son una ayuda invalorable para que los padres puedan dormir bien!
Finalmente, ¿qué les diría a quienes trabajan activamente para acabar con el aborto en el mundo?
Cuando una joven madre le preguntó a la Madre Teresa de Calcuta sobre la mejor manera de proceder con el trabajo provida, ella respondió enfáticamente, “¡Tengan una gran familia, esa es la mejor manera de terminar con el aborto!”
Y no es difícil de entender cuál es el trasfondo de esta afirmación. A medida que los niños disminuyen en número debido a la anticoncepción, la esterilización y el aborto, sectores enteros de la sociedad son cada vez más ajenos a la alegría y esperanza que sólo los bebés y los niños pueden dar. En este clima, la anticoncepción y el aborto se retroalimentan. Los pocos son cada vez más egoístas y éstos reducen aún más su número.
Al tener otro hijo, demuestra una vez más al mundo que los niños son los mayores dones de Dios. “Los niños construyen la vida familiar y de la sociedad”, como ha dicho San Juan Pablo. “El niño hace de sí mismo un don a los hermanos, hermanas, padres, a toda la familia. Su vida se convierte en don para los mismos donantes de la vida, los cuales no dejarán de sentir la presencia del hijo, su participación en la vida de ellos, su aportación a su bien común y al de la comunidad familiar”.
Mientras más niños haya en una sociedad, más provida será, y más fácil será que la gran lacra del aborto sea erradicada de una vez por todas. Esa es nuestra meta.
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