Rezar por el prójimo es, a mi parecer, la forma de amor más cercana a lo sobrehumano. No me refiero solamente a la oración cristiana, sino a todas las que existen y pueden llegar a existir. Sin embargo, como yo no conozco la oración en otra forma que no sea la católica, es en esta en la que me centro.
Sé que no vengo descubrir América, que todo el mundo lo piensa, pero es que no puedo dejar pasar un día más sin hacer mención especial a la belleza de orar por el prójimo.
Nosotros, los creyentes, cuando rezamos, reconocemos nuestra naturaleza limitada y humana frente a la omnipotencia de lo divino, y es por eso que pedimos, suplicamos y nos mostramos vulnerables ante la Grandeza del Señor.
Aquí se encuentra el primer acto de rebeldía que hace de la oración algo tan bello: nuestra sociedad no nos ha educado para ser vulnerables, quizá víctimas, pero no vulnerables.
Está mal visto ser conscientes de nuestra naturaleza y debilidad en un mundo que te dice que solo existe la “ley del Más Fuerte”, y que puedes ser lo que quieras en la vida, saltándote las leyes de la naturaleza por el camino, si es necesario.
Además de que una cosa es hacerte vulnerable para ti y para tu propio beneficio. Pero vamos más allá y lo hacemos por otros, a veces amigos y familia, a veces desconocidos, a veces gente que nos ha hecho tanto daño que somos incapaces de perdonarles, pero rezamos por ellos; y otras veces incluso por gente cuya existencia no conocemos o que ya no están aquí.
Y aquí llega el culmen de este acto tan sencillo: lo hacemos sabiendo que no obtendremos nada a cambio, rompiendo los esquemas de un mundo que ha llevado su mentalidad de negocio a sus relaciones personales, que se ha expandido como una epidemia y que ahora forma parte de la educación de nuestra sociedad: ¿y qué saco yo a cambio?
Nada. Absolutamente nada. Lo haces por amor puro y divino, como una cadena de favores que lleva siglos moviéndose y sin detenerse, salvando vidas y obrando milagros.
Y eso es lo más humano que tenemos, precisamente aquello en lo que necesitamos la intervención de lo divino.
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