Cuando, por el motivo que sea, trato este tema, brotan montones de heridas sin curar en muchas familias. No sé qué porcentaje habrá de familias que han perdido un bebé antes de nacer, pero sin duda son muchísimas y son, casi siempre, heridas abiertas.
Mi primer aborto espontáneo era mi segundo hijo. Estaba de pocas semanas y en urgencias el médico cogió el saquito y lo tiró al cubo de basura que había allí. Ésa es mi herida abierta. Con los demás abortos tuve legrados, con casi todos, y no sé lo que hicieron con ellos. Nadie me dijo nada. Al volver a casa se te queda en la cabeza y en el corazón la idea de que han tirado a tu bebé a la basura.
Muchas veces, es un llanto callado, con la sensación de que no se te ‘concede’ el privilegio de llorar la muerte de tu hijo, otras, el supuesto consuelo viene en forma de “en seguida te volverás a quedar embarazada”. ¿Pero es que no entiende nadie que era mi hijo y se ha muerto? Necesito un momento, un tiempo, aunque sea breve, para aceptar y llorar esa pérdida. No es un simple “pasar página” y ya vendrá otro.
Hay un tema de humanidad y de empatía con los padres, pero también de dignidad humana del feto. Creo que es básico informar a los padres de qué va a pasar con su bebé y que el tratamiento del cuerpo sea humano y digno. Un feto no es igual que un apéndice ni un quiste. No puede considerarse residuo quirúrgico. Es perfectamente exigible que los cuerpos de los bebés se recojan en recipientes específicos y exclusivos para fetos y que se permita a los padres asistir a la incineración del contenido de ese recipiente. Aparte de dar opción de hacerse cargo del cuerpo, por supuesto.
Se trata de respetar y acompañar en el duelo, de empatía, de humanidad. Se trata de respetar el dolor y el silencio de los demás, aunque nos parezca que “no es para tanto”. No sabemos qué hay en el corazón de esa madre. No sabemos nada, en realidad.
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