Tal como es
Para ayudar a cualquier persona (también a nuestro cónyuge y a nuestros hijos), “primero” hay que quererla “tal como es”, con sus diferencias, limitaciones y defectos. De lo contrario, no se sentiría aceptada ni amada, sino rechazada, y será imposible ayudarle a mejorar.
Los defectos, entendidos correctamente, como aquello que hace daño a quien lo tiene por perjudicar también a quienes lo rodean, no pueden ser propiamente amados (podrían serlo en cuanto que nos ayudan a tomar conciencia de nuestra poquedad, a aceptarnos como somos, a comprender mejor las deficiencias de quienes nos rodean, a no juzgarlos ni juzgarnos…).
- El defecto, pues, no puede amarse.
- Pero sí debe ser amada la persona que lo tiene, con su carga de defectos y a pesar de esos defectos.
Toda persona merece un amor incondicional, es decir, incondicionado e incondicionable.
El defecto, como tal, no puede amarse, pues es un mal. Pero la persona, cualquiera, ha de ser amada con sus defectos, tal como realmente es.
En concreto
Descendamos al terreno familiar y a la primera persona (tú y yo), para considerar el asunto con toda su crudeza.
- Si un hijo tiene el mal hábito de mentir y quieres ayudarle a superarlo… primero has de quererlo “mentiroso” (tal como es).
- Si acostumbra a dejar las cosas por medio… primero has de quererlo “desordenado” (tal como es).
- Si a menudo interrumpe una conversación para meter baza y contar una batallita suya, en lugar de atender a quien está hablando… primero has de quererlo “egocentrado” (tal como es).
- Si “está siempre en las nubes”, pensando en sus cosas, y no atiende a los demás… primero has de quererlo “distraído” (tal como es).
- Si suele robar (¡sí, robar!)… primero has que quererlo “ladrón” (tal como es).
Y lo mismo, exactamente lo mismo, sucede con el cónyuge… aunque resulte mucho más difícil de llevar a cabo, de entender… e incluso de enunciar con convencimiento.
Querer a una persona de un modo distinto a como es (incluso “mejorándola) es no quererla a ella.
Para que se sienta aceptado
Así, como suena, aunque “suene” francamente duro y disparatado.
Porque solo entonces ese hijo (o el cónyuge):
- se sentirá aceptado y querido (él, no “la idea ideal” que tú te has forjado)
- y podrás ayudarlo a superar ese defecto… ¡a él! (no a tu “idea ideal”, que solo existe en tu mente).
La realidad es superior a las ideas, entre otros motivos, porque aunque opone resistencia (es como es), a la vez y por el mismo motivo (es como es) se deja realmente moldear (los cambios meramente “mentales” no afectan a la realidad).
Difícilmente quien no se sabe y siente aceptado puede acoger la ayuda que se le brinda.
A pesar de los pesares
No tendría nada de extraño, sino más bien al contrario, que de entrada estuvieras en desacuerdo con lo que expongo en estas líneas.
Más, probablemente, con el segundo grupo: el “tuyo y de tu hijo”, que es el que realmente puede doler (y no digamos nada si se tratara del cónyuge).
Te pido simplemente que las consideres con calma y que eches un vistazo a lo que alguna vez seguro que has vivido.
- Si después sigues no estando de acuerdo, ¡maravilloso!
- Y si me hicieras ver que estoy en un error, mi actitud sería (así lo espero) de sincera gratitud: y procuraría apresurarme a corregirlo.
Por ahora, expongo las cosas tal como las veo, después de haberlas pensado mucho, leído mucho al respecto, y contrastarlo con una experiencia que ya va siendo larga y extensa (más de 70 años, 7 hijos y 12 nietos, más una a punto de nacer).
Y tu deber es hacer lo mismo: formar tu propia opinión, a la vista de la realidad que te rodea: ¡no tenemos por qué estar de acuerdo!
Piensa lo que te expongo, compáralo con tu propia experiencia… ¡y actúa en consecuencia!
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