Hace unas semanas, concretamente el 6 de diciembre, se celebró en España el día de la última Constitución española que se votó en 1978, camino ya de 50 años. Se celebra el día de San Nicolás; no quiero dejar pasar la oportunidad de pegarle una buena bofetada con la mano abierta como hizo en su día el bueno de Nicolás de Bari a Arrio en el concilio de Nicea.
Decía S. Juan XXIII, en su encíclica “Ad Petri Cathedram” que “In necessariis unitas, in dubis libertas,in omnibus charitas” o lo que es lo mismo, “en las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; en todas, caridad”.
Saliendo de una dictadura, el pueblo español se otorgó a sí mismo una Constitución que prefirió la unión y el consenso, como valor en sí mismo antes que crear una Carta Magna que defendiera sin ambajes las verdades universales en la caridad, como dice la famosa frase.
Así, se obvió indicar en artículo alguno que toda vida humana es sagrada y posee la dignidad humana única e inviolable en su integridad. En ningún sitio se mencionó que la vida humana comienza en la concepción y acaba tras la muerte. En ningún sitio se afirma que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer con el fin de crear una familia y establecer un lugar y un tiempo en el que concebir y ayudar a crecer a los hijos.
¿De qué sirve que diga nuestro artículo 14 diga que los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social si luego; atendiendo a lo que comenta George Orwell en su obra “Rebelión en la Granja”, salen los partidos políticos afirmando que hay algunos españoles que son más iguales que otros? ¿Quien puede ponerles coto a sus desmanes? ¿La justicia?
Ya se encargaron los padres de nuestra Constitución de saltarse a Montesquieu creando un devastador Tribunal Constitucional, absolutamente mangoneado por los políticos. Véase el artíulo 159 de nuestra constitución. De esta manera, la última instancia de la justicia, afirmará lo que los partidos quieran. Como decía el Conde de Romanones: “Ustedes hagan la Ley, que yo haré el Reglamento.”
Y así, atendiendo a Orwell, tenemos a grupos afectos al poder que son utilizados como punta de lanza de su ingeniería social al servicio cipayo del NOM que, como cuchillos bien afilados, son utilizados con maestría para cortar la carne social en filetes separados, incapaces de unirse en un único músculo que se oponga a sus intereses. Dos de las puntas de lanza más agresivas y visibles son la ideología de género y la androfobia rabiosa por parte de un hembrismo militante y agresivo.
En el fondo, estas y otras manifestaciones, no son más que hojas que exponen la savia de un tronco de hedonismo exacerbado que sirve fervorosamente a todo gobierno que facilite la satisfacción de sus concupiscencias. Tenemos una democracia secuestrada por partidos autodenominados democráticos porque compiten por el poder en una democracia, pero que son auténticas dictaduras internamente y que aceptarán y aprobarán las leyes que haga falta para seguir en el poder.
Estos y otros silencios deliberados y cómplices convirtió esta Constitución en un Frankestein que, lejos de adherirse a la verdad, como auténtico cemento de la unidad; generó un amasijo inviable de consecuencias devastadoras. Estamos pagando, a medida que hemos ido recibiendo los lixivados de la putrefacción constitucional, las consecuencias de la cultura de la muerte que llevaba dentro: Aborto, eutanasia, anticonceptivos, abortivos, rotura de la familia; destrucción de la infancia mediante tecnologías absorventes, acceso normalizado, libre y gratuito a contenidos inmorales, tanto de/por menores como de adultos; normalización de la sodomía, pronto de la poligamia y poliandria; pérdida de valores tradicionales, ataque a la familia tradicional, cristofobia, distorsión de la verdadera historia de España, genuflexión cipaya ante el NOM…
Han convertido al pueblo español en un pueblo timorato, en carne trémula, como decía la película de Almodovar. Cuánta razón tenía la carta a los Hebreos hace ya casi 2000 años: “…por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” Hb 2, 15.
En fin, una constitución que nació con el pecado original, que la distorsionarían hasta extremos irreconocibles y en la que ya muchísima gente ya no nos sentimos identificados, ni reconocidos.
Reivindico un cambio constitucional absoluto; no una reforma constitucional, sino una refundación desde cero; que diga las cosas claritas y sin titubeos, algo más de lo que ha hecho Viktor Orbán en Hungría.
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