El equilibrio imprescindible
Es muy importante mantener el equilibrio entre las dos posturas con las que finalizaba el artículo precedente y que aquí recojo en el subtítulo.
Dos maneras de entender el amor que, aisladas y sin relación entre sí, darían origen a peligrosos errores teóricos y a desviaciones de la conducta, a veces irreparables: el voluntarismo y el emotivismo.
El voluntarismo
De un lado, se encuentra la visión del amor que lo reduce a un mero acto de la voluntad, sin repercusiones ni intervención de las restantes potencias y actividades.
♦ Se trata de esas personas “frías y obstinadas”, que pretenden sacarlo todo adelante a base de esfuerzo, sin apenas poner en ello el corazón ni pedir ayuda, aunque la necesiten.
El sentimentalismo o emotivismo
Y, en el polo contrario, la que entiende el amor al margen del ejercicio de la voluntad: como si se tratara, por acudir al caso más frecuente, de un mero sentimiento o de un conjunto de ellos.
♦ Es decir, dejándose llevar por las apetencias del momento, el estado subjetivo, los afectos, sin indagar con la inteligencia cuál es el verdadero bien y poner en juego la voluntad para alcanzarlo.
En los dos casos estamos ante posturas parciales, incompletas y, por lo mismo, peligrosas.
Ni la voluntad aislada y desasistida ni solo el sentimiento.
Amor total, aunque ordenado
Muy al contrario, conviene repetir y dejar claro que:
♣ El amor implica a la persona toda: no solo ciertos elementos o facultades, ni siquiera los más nobles, como el entendimiento o la voluntad.
♣ Pero se enraíza, como en su núcleo, en la voluntad, en el acto inteligente de querer: pues, si no se centra en él y de él se nutre, decae en sentimentalismo, en el imperio de los deseos o caprichos, en la arbitrariedad.
Al amar ponemos en juego toda la persona, pero dirigida por la voluntad inteligente.
En torno al acto de la voluntad inteligente
Veámoslo más despacio.
Toda la persona
Por una parte, es toda la persona quien se encuentra plena, íntima y enérgicamente implicada en cualquier acto de amor verdadero, cuyo término será siempre el bien de otra persona.
El amor es una realidad inter-personal, en el sentido más amplio, hondo e intenso de esta expresión.
Se establece entre personas y compromete lo más personal de cada una de ellas.
El amor es una realidad inter-personal, en el sentido más amplio y fuerte de esta expresión.
Bajo el imperio de la voluntad
Por otra parte, y justo por implicar a la persona toda, el motor del amor auténtico es siempre un acto de la voluntad.
♣ Un acto de la voluntad dirigido a lo más noble que existe —otra persona—, para proporcionarle un bien que efectivamente lo sea.
♣ Es decir, algo que la perfeccione, que le ayude a ser una persona mejor y, como consecuencia, más feliz.
♣ Y, como acabo de sugerir, para suministrarle ese bien, la voluntad moverá, en quien ama, todos los resortes necesarios.
Es decir, pondrá en juego:
♣ Siempre, la inteligencia, imprescindible para descubrir lo que más conviene en cada momento a quien queremos.
♣ Y, según de qué se trate en cada caso, todos los actos que se requieran para conseguirlo (si es algo ya existente) o para confeccionarlo (si ha de surgir como fruto de nuestras acciones) y, así, ofrecérselo a quien amamos.
♣ Y todo lo anterior, acompañado de los sentimientos oportunos: cariño, ternura, afabilidad, dulzura, según lo que en cada caso convenga.
El amor implica, pues, a la persona toda, pero su núcleo es un acto de voluntad inteligente, conocido como querer.
El amor implica a toda la persona, pero su núcleo es un acto de voluntad : el querer.
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