El amor conyugal-personal
Denomino amor conyugal-personal al que se va forjando en el matrimonio como resultado de la integración de los distintos amores que confluyen en él.
Si se realiza adecuadamente, la integración de amores en el amor conyugal-personal constituye siempre una ganancia:
- El amor conjunto que resulta de esa integración —el conyugal-personal, según acabo de sugerir— y cada uno de los tipos de amor que se funden en él —electivo, amistad y eros, esencialmente— crecen, se desarrollan y se enriquecen como consecuencia de la interpenetración recíproca de esos amores.
- Nada se pierde de los amores originarios. Al contrario, la contribución propia de cada uno resulta notablemente engrandecida, en virtud de la sinergia que establece con los restantes.
La integración de eros, amor electivo y amistad, en el amor conyugal-personal, constituye una ganancia para cada uno de ellos y para el conjunto.
Hasta la boda
Eros (más que complementarios, recíprocos)
En el origen remoto del matrimonio suele situarse hoy el eros, la atracción sexual: el varón se siente inicialmente y sobre todo atraído por las cualidades (físicas y psíquicas) de la mujer; la mujer, por las cualidades (psíquicas y físicas, tal vez) del varón. Esas cualidades son, ahora y de momento, por así decir, la vía que abre el acceso a la persona que se comienza a amar.
Cada uno ve o intuye en el otro su propio complemento. En el amor erótico, el polo fundamental, por llamarlo de este modo, se encuentra en el yo, que percibe al otro como alguien que en cierto modo lo colma en cuanto persona sexuada: el eros se incluye, por tanto, en el ámbito del amor natural.
De todos modos, al reflexionar con cierta hondura, más que como complementarios, el varón y la mujer se descubren como recíprocos:
- el varón es para-la-mujer y extrae lo mejor de sí cuando se entrega a ella por amor;
- la mujer es para-el-varón y despliega sus mayores virtualidades cuando se entrega a él por amor.
No se trata, por tanto, de una suerte de simple encaje de piezas, al estilo de la ilusión andrógina, que la más elemental experiencia advierte como falsa; sino de la creación esforzada y gozosa de una unidad superior, solo posible por el crecimiento de las dos personas en juego, que desarrollan sus afinidades y superan o aprenden a convivir con las incompatibilidades supuestas y/o efectivas.
La atracción sexual del inicio constituye la vía de acceso a la persona amada y está llamada a madurar y a integrarse en el amor conyugal-personal.
Amistad inicial
En esta fase previa al matrimonio, junto al eros crece y se despliega la amistad:
- O bien el chico y la chica eran amigos antes de que prendiera en ellos la llama del eros.
- O bien la atracción erótica lleva a uno y otra a tratarse y poner en común lo que en sentido amplio cabría llamar sus respectivos bienes —amistades, relaciones familiares, convicciones, ilusiones, ideales, aficiones…—, que van transformándose entonces en bienes comunes de ambos, que es lo propio de la amistad.
Durante el noviazgo, el empeño por lograr el despliegue de la amistad es tanto o más fundamental que el de la atracción erótica (que, hasta cierto punto, si la relación sigue adelante, continúa creciendo sola):
- ante todo y por encima de todo, los novios deben hablar y comunicarse sus respectivas interioridades, de manera que se conozcan lo suficiente para advertir si,
- además de las diferencias inevitables y en principio positivas,
- poseen las afinidades básicas imprescindibles para la constitución y el desarrollo del matrimonio.
Junto al eros, que en cierto modo “camina” solo, los novios deben cultivar y hacer crecer una auténtica amistad, que les permita advertir si conviene o no contraer matrimonio.
“Sí, quiero”
El eros entra por la puerta grande en el amor conyugal-personal gracias al sí libérrimo (amor electivo, fruto de la libertad) por el que, en el momento de la boda, cada cónyuge elige y decide querer a la persona sexuada del cónyuge de manera incondicional, es decir, incondicionada e incondicionable: suceda lo que suceda.
Al pronunciar el “sí, quiero”, cada contrayente:
- recoge toda la capacidad de amar que ha desarrollado en el pasado, anticipa todo su amor futuro… y lo entrega a la persona amada, aceptando también toda su capacidad de amar (pasada, presente y futura) como varón y como mujer;
- por eso, el acto libérrimo de casarse torna a los contrayentes capaces de comenzar a amar a un nivel radicalmente superior al que lo harían antes o al margen de la boda.
A diferencia de lo que ocurre en el eros, cuyo polo se sitúa en el yo y cuya referencia principal son las cualidades de la persona que nos atrae, el amor electivo puesto en juego al casarse está centrado en la persona amada, en el tú más hondo y pleno, al que se afirma con todo cuanto lo constituye, también en su dimensión biográfico-temporal; y, sin duda, en cuanto sexuada.
Por apuntar a la persona del amado en su totalidad unitaria, el amor electivo es capaz de crecer, acogiendo en sí la variada riqueza del eros y la amistad:
- El amor electivo es la clave del amor conyugal-personal.
- La integración de amores en el matrimonio comienza con el acto de libertad —¡de amor libérrimo!— que tiene lugar en la boda: ¡sí, quiero!
El amor electivo hace posible e inicia la integración de amores que constituye el amor conyugal-personal.
La múltiple unión-unidad entre los cónyuges
Como recuerda Dionisio areopagita, el amor es quaedam vis unitiva (cierta fuerza que une).
Todo amor, por tanto, tiende a realizar la unión entre el amante y el amado.
La realizan el eros y el amor electivo, cada uno a su modo, sumando sus respectivas fuerzas y resultados.
El eros: como a mí mismo/a
El eros, cuyo polo se sitúa en el yo, une a la persona amada a sí mismo/a como cierta prolongación y complemento del propio yo.
Por tanto, gracias a la integración-elevación del eros en el amor conyugal-personal:
- el amor con el que quiero a mi cónyuge (a quien identifico conmigo) no es solo igual, sino que es el mismo amor con el que me quiero a mí mismo/a;
- el amor con el que me quiero no es solo igual, sino que es el mismo amor con el que quiero a mi cónyuge.
El amor electivo: como el tú del tú al que amo
El amor electivo (que en el matrimonio se inaugura formal y espléndidamente con el “sí, quiero”) tiende a sacarme de mí (es por naturaleza extático) y a hacerme uno (identificarme) con la persona a la que amo.
Gracias a la integración del amor electivo en el amor conyugal-personal:
- el amor con el que me quiero a mí mismo no es solo igual, sino que es el mismo amor con el que quiero a mi cónyuge (con el que y en el que me he identificado);
- el amor con el que quiero a mi cónyuge no es solo igual, sino que es el mismo amor con el que me quiero;
- me quiero, por tanto, como el tú del tú amado.
El “buen” amor de sí
Para quererse bien a uno/a mismo/a, sin mezcla o con un mínimo de egoísmo, hay que quererse como el tú del tú amado:
- porque mi mujer (marido) me quiere con locura, y porque yo la (lo) quiero del mismo modo,
- busco lo que es bueno para mí, procuro ser mejor y estar más en forma, solo para poder darle más, cada vez que me entrego a ella (él).
Gracias a la integración de amores, en el matrimonio tienden a desaparecer las distinciones entre amor al cónyuge (engrandecido) y amor a sí (purificado): entre altruismo y egoísmo.
Enriquecimiento del eros-integrado
La fuerza y el vigor apasionado del eros no se pierden ni languidecen, sino que se elevan a un nivel superior, más rico y jugoso.
El punto de referencia del eros-integrado es ahora la persona sexuada, en cuanto sexuada, y no propiamente sus cualidades físicas o psíquicas, como sucedía al principio.
Con el paso de los años, se aprecian sobre todo, con la persona y en la persona, las cualidades espirituales de la persona del sexo recíproco a la que se ama.
Pero no solo, ni mucho menos.
Las cualidades físicas, modificadas:
- comienzan a apreciarse y amarse locamente no tanto como vía de entrada hacia la persona amada (como sucedía al principio), sino como manifestación maravillosa de la grandeza de su persona,
- en la que reverberan también el amor mutuo desplegado durante los años de matrimonio y el desgaste producido por el empeño en amar y por los frutos de ese amor.
Las cualidades psíquicas, también rectificadas y enaltecidas:
- se aman y aprecian asimismo como elementos constitutivos y manifestaciones cercanas y entrañables de la persona que, a través de ellas, pone en común con nosotros lo mejor de su ser;
- e incluso las cualidades negativas, hasta cierto punto casi cristalizadas y hechas más rígidas conforme los cónyuges se aproximan a la vejez, aprenden a percibirse, con afecto, como consecuencia del empeño en sacar adelante el matrimonio y la familia: unen, en lugar de separar, aunque en ocasiones haya que esforzarse para que así sea.
El eros integrado en el amor conyugal-personal se eleva a la categoría propia del amor electivo, sin perder su pujanza, aunque sí la rectifique cuando sea necesario.
Una nueva y más enérgica amistad
Despliegue enriquecido de la amistad ya existente
Recordemos la conocida afirmación de Saint-Exupéry: «los enamorados se miran el uno al otro; los amigos miran juntos en la misma dirección».
Hablando en términos generales, y no solo en relación con el matrimonio, el bien común que inicialmente une a los amigos en el amor de amistad (por ejemplo, la afición conjunta que hace nacer la amistad) desemboca en la unión de las personas de los amigos, que se van queriendo más y más.
En el caso del matrimonio, la amistad imprescindible en el noviazgo se desarrolla y enriquece enormemente:
- en la misma proporción en que los esposos siguen poniendo en común sus propias personas (que se pertenecen mutuamente y son, por eso, en cierto modo común a ambos) y cuanto a ellas va ligado,
- además de la nueva unión que se despliega también como consecuencia de las relaciones íntimas, en las que el eros sigue jugando un papel primordial y cuyo fruto primario es un incremento del amor recíproco y de la unión entre los cónyuges.
La amistad entre los cónyuges se desarrolla en cuanto se multiplican y engrandecen los bienes comunes a ambos.
El hijo, bien común por antonomasia de los cónyuges
Pero precisamente el eros (ligado a la condición sexuada de las personas de los cónyuges y al particular tipo de fecundidad unido a ella) abre las puertas a un nuevo modo y nivel de amistad, propio y específico del matrimonio, que acompaña a la procreación y nacimiento de los hijos (cuando los haya).
Con otras palabras, cuando marido y mujer se aman, con cada hijo aumenta el amor conjunto y, por tanto, el amor entre los cónyuges:
- por decirlo así, ahora (con el nuevo hijo) hay más a quien amar, por lo que el amor aumenta;
- y con ese amor aumentado quiero a mi cónyuge, a mí mismo… y a los demás hijos, cuando los hay.
(El hijo, cada hijo, es la síntesis vital del amor recíproco de sus padres, y del infinito Amor de Dios, que pone el alma y, con ella, el ser. ¡Hay mucho que amar en cada hijo! Y, al hacerlo, amamos también a Dios y nos amamos los cónyuges en nuestro amor recíproco.)
Gracias a la integración del amor-de-amistad-cuyo-bien-común-es-el-hijo en el amor conyugal personal:
- el amor con el que quiero a cada hijo no es solo igual, sino el mismo con el que quiero a mi cónyuge y con el que me quiero a mí mismo;
- el amor con el que quiero a mi cónyuge no es solo igual, sino el mismo con el que me quiero a mí mismo y quiero a cada hijo;
- el amor con el que me quiero a mí no es solo igual, sino el mismo con el que quiero a mi cónyuge y quiero a cada hijo.
Gracias en buena medida al eros, el hijo, bien común por excelencia de los cónyuges, introduce en el matrimonio un amor de amistad propio y exclusivo de él.
El amor conyugal-personal constituye, pues, una modalidad única de amor, capaz de integrar de un modo también exclusivo eros y amistad, amor natural y amor electivo.
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