Last updated on octubre 19th, 2021 at 05:14 am
La eutanasia aparece de nuevo en el escenario parlamentario español, y lo hace de la mano de unos políticos con más miras en resultados electorales que en el propio bien de sus representados. La comunidad sanitaria se ha posicionado en reiteradas ocasiones en contra de su legalización, no obstante, a la opinión pública solo llegan las voces de determinados movimientos pro-eutanasia -compuestos por más activistas que sanitarios- que se dedican a llamar la atención de los medios con casos excepcionales de los que pretenden extraer una falsa generalidad.
En España, en el plano jurídico, las lagunas y contradicciones se han ido sucediendo a medida que la voluntad política cambiaba al son de las peticiones de los votantes. Por un lado, el Tribunal Constitucional aclaró en su momento que el artículo 15 de nuestra Constitución no se extendía al “derecho a la propia muerte” y que precisamente los poderes públicos debían proteger la vida por encima de todo (STC 120/1990, de 27 de junio. Fundamento Jurídico 7), sin embargo, nos remitimos a el caso de Andrea Lago (niña a la que se le retiró la alimentación artificial) y sabemos cómo terminó su historia. Y, por otro lado, a pesar de la expresa condena de la eutanasia y la cooperación al suicidio, que encontramos en el artículo 143 del Código Penal, los tribunales han ido interpretando dicho precepto de manera oscilante hasta llegar a la extraña situación en la que se encuentra ahora mismo España.
Así las cosas, debemos meternos de lleno en el debate humano que se esconde detrás de todos estos formalismos, si queremos llegar a buen puerto. Tenemos que aprender a diferenciar el dolor del sufrimiento, para comprender que el primero deben combatirlo los cuidados paliativos y el segundo es responsabilidad nuestra, con un buen acompañamiento del enfermo, y por supuesto no esconder detrás de una supuesta compasión el egoísmo que muchas veces encierra la eutanasia. La dignidad humana se ha puesto en tela de juicio en el momento en que se ha dado a entender que el valor de una persona no es intrínseco a ella, sino dependiente de sus circunstancias, y eso nos pone en peligro a todos.
La medicina se creó para sanar y evitar el sufrimiento humano, así lo reconocen sus códigos deontológicos y así lo reclama la inmensa mayoría del personal sanitario. Un paciente que solicita la eutanasia es un paciente mal atendido, alguien que no ha recibido los correspondientes cuidados paliativos o el adecuado acompañamiento médico y familiar. Es el fracaso de un sistema sanitario, y en general, también de la sociedad, y no debemos borrar los errores cometidos, sino aprender de ellos. Los esfuerzos deberían centrarse en la persona que hay detrás de la enfermedad, y no en ésta. Cuando se aplica la eutanasia a un paciente, estamos permitiendo que sea la enfermedad la que elija el destino de la persona, estamos contraviniendo su derecho a la vida, a la salud, a un trato no degradante, estamos admitiendo que su vida no es digna, le estamos sustrayendo la esencia de la naturaleza humana, y lo estamos reduciendo a una cosa: su enfermedad. No existe una muerte digna, existe una persona tratada sin dignidad.