Supongo que cada época tuvo sus crisis y sus males. Pero debo reconocer que mi impresión es de estar al borde del abismo porque estamos inmersos en una absoluta desnaturalización y deshumanización del ser humano. Y eso conlleva la autodestrucción.
Como dice María Calvo, hoy estamos destruyendo todo lo que hemos construido a lo largo de la historia: hemos eliminado la razón y la trascendencia, es decir, aquello que le es propio al ser humano y que ha sido la base de la civilización.Y hemos colocado en su lugar sólo el sentimiento y el instinto, llamándolo libertad.
Hoy todo de basa y se centra en el instinto y el deseo y se justifica y entrona en el sentimiento. La ciencia y la razón quedan al margen, las leyes se dictan en base a lo que yo quiero, lo que yo siento o cómo me siento, lo que yo “percibo”, son los neo-derechos y cualquier duda que se suscite es un ataque a la libertad.
Todo lo que se ha construido desde la antigüedad, todo lo que constituyó la base del desarrollo intelectual y, por lo tanto, tecnológico, lo hemos eliminado de un plumazo. La razón, la sabiduría, la filosofía…no son la base de las leyes ni lo que da sentido a la política.
Y hemos eliminado también la fe, la trascendencia y con ella los modelos y el avance cultural que implica el cristianismo. Es imprescindible eliminar a Dios y poner en su lugar el deseo y el sentimiento.
Así, las bases de la cultura occidental desaparecen. Desaparece Grecia y Roma y también el cristianismo. Desaparecen los modelos de los héroes y los santos.
Es el caos, el vacío preparado para rellenar con un Nuevo Orden Mundial en el que la alteridad de los sexos desaparece, la masculinidad es tóxica y la feminidad ignorada. Por eso decía Benedicto XVI que la batalla crucial será en torno a la familia, al padre, la madre, los hijos unidos por el amor. Ése el enemigo: el amor y la vida.