Los golpes de realidad son duros porque no te los esperas. Son un tsunami en un mar en calma; una tormenta en un día soleado; un precipicio a mitad de una llanura y un choque en medio de la estabilidad.
De pronto me doy cuenta de que ser humanos se queda corto, que ni siquiera somos mortales… somos fugaces. Somos tan fugaces como un relámpago en una tormenta, como una sonrisa furtiva en un secreto compartido, como un pestañeo en una película. Y después vendrán más relámpagos, sonrisas, secretos y pestañeos, y no se acordarán de nosotros… No recordarán cuánto tiempo fuimos, ni cómo lo hicimos; se olvidarán de nuestros ojos, de nuestro rostro, de nuestra voz, de nuestra altura… Y entonces ya ni siquiera quedará la estela de la estrella fugaz que fuimos.
Los golpes de realidad traen consigo crisis existenciales; porque se tambalean los cimientos de algo que ni siquiera hemos construido. Nos hemos limitado a creer lo que nos han metido en la cabeza de que todo lo que somos lo hacemos nosotros, y se nos olvida que cada estrella luce a su momento y de una manera distinta, pero todas tienen fulgor.
Somos una lluvia de estrellas en la noche de San Lorenzo. Y no sirve de nada pensar en que solo somos un instante, y que habrá más Perseidas y más San Lorenzos; porque eso no va a cambiar lo que somos ni cuándo lo somos. No nos va a alargar nuestro instante ni nos va a ayudar a brillar distinto. Solo va a opacar nuestra luz con la niebla del miedo y de la prudencia insensata… Y no tenemos tiempo para perderlo en ideas absurdas e irrelevantes sobre qué pasará después, porque no hay un después. No tenemos ese tiempo garantizado; este es lo único que tenemos, así que no lo desaprovechemos.
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