La carta de un gigante del amor a las familias
En este Año de las Familias que viven los cristianos católicos, y siempre todas las familias, vale la pena a las familias sentarse a la mesa a leer la carta que en 1994 les mandó un amigo. Un amigo que fue papa de la Iglesia católica 23 años, y que partió para quedarse un 2 de abril de 2005, a la casa del Padre. Una carta rebosante de amor por las familias, y de comprensión y energía espiritual para sus quebraderos de cabeza diarios. Una carta en que Juan Pablo II mira a la familia a los ojos, la llama por su nombre, «La familia es…», insistentemente. En esta recopilación de palabras de amor de Juan Pablo II a las familias, cito los pasajes relevantes de su hermosa carta llamada Gratissimam Sane.
«AMADÍSIMAS FAMILIAS: LA FAMILIA ES EL PRIMER CAMINO Y EL MÁS IMPORTANTE»
Entre los numerosos caminos, la familia es el primero y el más importante. Es un camino común, aunque particular, único e irrepetible, como irrepetible es todo hombre; un camino del cual no puede alejarse el ser humano. En efecto, él viene al mundo en el seno de una familia, por lo cual puede decirse que debe a ella el hecho mismo de existir como hombre. Cuando falta la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesará posteriormente durante toda la vida.
EL AÑO DE LA FAMILIA
Precisamente por estos motivos la Iglesia acoge con gozo la iniciativa, promovida por la Organización de las Naciones Unidas, de proclamar el 1994 Año internacional de la familia. Tal iniciativa pone de manifiesto que la cuestión familiar es fundamental para los Estados miembros de la ONU. Si la Iglesia toma parte en esta iniciativa es porque ha sido enviada por Cristo a «todas las gentes» (Mt 28, 19).
En la fiesta de la Sagrada Familia de 1993 se inauguró en toda la comunidad eclesial el «Año de la familia», como una de las etapas significativas en el itinerario de preparación para el gran jubileo del año 2000, que señalará el fin del segundo y el inicio del tercer milenio del nacimiento de Jesucristo. Este Año debe orientar nuestros pensamientos y nuestros corazones hacia Nazaret, donde el 26 de diciembre pasado ha sido inaugurado con una solemne celebración eucarística, presidida por el delegado pontificio.
LA ALIANZA CONYUGAL: «LA FAMILIA ES UNA COMUNIDAD DE PERSONAS»
La familia es una comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y vivir juntos es la comunión: communio personarum. También aquí, salvando la absoluta trascendencia del Creador respecto de la criatura, emerge la referencia ejemplar al «Nosotros» divino.
En virtud de esta comunión, la familia está llamada a ser comunidad de personas. Es un compromiso que los novios asumen «ante Dios y su Iglesia», como les recuerda el celebrante en el momento de expresarse mutuamente el consentimiento. De este compromiso son testigos quienes participan en el rito; en ellos están representadas, en cierto modo, la Iglesia y la sociedad, ámbitos vitales de la nueva familia.
«LA FAMILIA ES, COMUNIDAD ORANTE, COMUNIDAD DE GENERACIONES»
La familia es comunidad de generaciones. En la oración todos deben estar presentes: los que viven y quienes ya han muerto, como también los que aún tienen que venir al mundo. Es preciso que en la familia se ore por cada uno, según la medida del bien que para él constituye la familia y del bien que él constituye para la familia. En la oración, la familia se encuentra como el primer «nosotros» en el que cada uno es «yo» y «tú»; cada uno es para el otro marido o mujer, padre o madre, hijo o hija, hermano o hermana, abuelo o nieto.
La familia es —más que cualquier otra realidad social— el ambiente en que el hombre puede vivir « por sí mismo» a través de la entrega sincera de sí. Por esto, la familia es una institución social que no se puede ni se debe sustituir: es «el santuario de la vida».
DOS CIVILIZACIONES: «LA FAMILIA ES EL CENTRO Y EL CORAZÓN DE LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR»
Si el primer «camino de la Iglesia» es la familia, conviene añadir que lo es también la civilización del amor, pues la Iglesia camina por el mundo y llama a seguir este camino a las familias y a las otras instituciones sociales, nacionales e internacionales, precisamente en función de las familias y por medio de ellas. (…) La familia es el centro y el corazón de la civilización del amor.
La civilización del amor evoca la alegría: alegría, entre otras cosas, porque un hombre viene al mundo (cf. Jn 16, 21) y, consiguientemente, porque los esposos llegan a ser padres. Civilización del amor significa «alegrarse con la verdad» (cf. 1 Co 13, 6); pero una civilización inspirada en una mentalidad consumista y antinatalista no es ni puede ser nunca una civilización del amor.
Si la familia es tan importante para la civilización del amor, lo es por la particular cercanía e intensidad de los vínculos que se instauran en ella entre las personas y las generaciones. Sin embargo, es vulnerable y puede sufrir fácilmente los peligros que debilitan o incluso destruyen su unidad y estabilidad. Debido a tales peligros, las familias dejan de dar testimonio de la civilización del amor e incluso pueden ser su negación, una especie de antitestimonio. Una familia disgregada puede, a su vez, generar una forma concreta de «anticivilización», destruyendo el amor en los diversos ámbitos en los que se expresa, con inevitables repercusiones en el conjunto de la vida social.
«EL AMOR ES EXIGENTE: LA FAMILIA ES EL CAMINO DE LA IGLESIA»
La familia es el camino de la Iglesia. En esta carta deseo profesar y anunciar a la vez este camino que, a través de la vida conyugal y familiar, lleva al reino de los cielos (cf. Mt 7, 14). Es importante que la comunión de las personas en la familia sea preparación para la comunión de los santos. Por esto la Iglesia confiesa y anuncia el amor que todo lo soporta, viendo en él, con san Pablo, la virtud mayor (cf. 1 Co 13, 7. 13).
«CUARTO MANDAMIENTO: LA FAMILIA ES UNA COMUNIDAD DE RELACIONES INTERPERSONALES»
La familia es una comunidad de relaciones interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos, entre generaciones. En su formulación [del cuarto mandamiento] no se habla explícitamente de la familia; pero, de hecho, se trata precisamente de ella. Para expresar la comunión entre generaciones, el divino Legislador no encontró palabra más apropiada que ésta: «Honra…» (Ex 20, 12). (…) Dicha formulación no la exalta «artificialmente», sino que ilumina su subjetividad y los derechos que derivan de ello. La familia es una comunidad de relaciones interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos, entre generaciones. Es una comunidad que ha de ser especialmente garantizada. Y Dios no encuentra garantía mejor que ésta: «Honra».
«LA FAMILIA ES SUJETO MÁS QUE OTRAS INSTITUCIONES SOCIALES»
La familia realiza, ante todo, el bien del «estar juntos», bien por excelencia del matrimonio (de ahí su indisolubilidad) y de la comunidad familiar. Se lo podría definir, además, como bien de los sujetos. En efecto, la persona es un sujeto y lo es también la familia, al estar constituida por personas que, unidas por un profundo vínculo de comunión, forman un único sujeto comunitario. Asimismo, la familia es sujeto más que otras instituciones sociales: lo es más que la nación, que el Estado, más que la sociedad y que las organizaciones internacionales. (…) Y esto se deduce también del cuarto mandamiento.
En el designio de Dios la familia es, bajo muchos aspectos, la primera escuela del ser humano. ¡Sé hombre! —es el imperativo que en ella se transmite—, hombre como hijo de la patria, como ciudadano del Estado y, se dice hoy, como ciudadano del mundo. Quien ha dado el cuarto mandamiento a la humanidad es un Dios «benévolo» con el hombre, (filanthropos, decían los griegos).
La familia es expresión y fuente de este amor; a través de ella pasa la corriente principal de la civilización del amor, que encuentra en la familia sus «bases sociales».
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