Fui a Ayacucho. Una localidad del interior de la provincia de Buenos Aires (Argentina). Fui manejando, en auto con mi familia. Mientras salíamos de la ciudad de Buenos Aires (3.5 millones de habitantes) por la ruta nacional 2 (RN2), nos cruzamos con un montón de turistas. Algunos salían de la gran ciudad e iban hacia las playas. Otros regresaban de sus vacaciones en los distintos balnearios.
Luego de recorrer 300 kilómetros, cuando salí de la RN2 y entré en la ruta provincial 74, que une General Madariaga con Tandil (y pasa por Ayacucho) todo cambió. El asfalto se pobló de hundimientos. No había más publicidades a los lados. La carretera pasó a ser una vía de comunicación rural para gente que iba desde un punto del interior del país hacia otro. Cambió el aspecto de los conductores con quienes me cruzaba. Muchos traían una boina y venían en camionetas, se notaba que estaban trabajando. Algunos llevando rollos de pasto, otros con un tráiler con vacas, caballos, corderos, o cerdos. La velocidad de los vehículos también era menor. No solamente por los baches presentes en el pavimento, sino también por la carga que llevaban.
Lo que me emocionó y me hizo recordar a mi infancia, cuando yo transitaba por estos caminos, fue que cada conductor, cuando lo cruzaba de frente, levantaba una mano del volante en señal de saludo. Yo hacía lo mismo y respondía. Esto me hizo reflexionar sobre la gran familia humana, y como estar inmersos en el ritmo de la metrópolis nos hace perder estos gestos. Estos no son otra cosa que reconocer al otro como una persona, única y valiosa, que está trabajando. Para mantener a su familia probablemente aportando también a la economía del país. A los ojos de todo el mundo.
En el campo, cuando uno pasa en auto por la tranquera de otro vecino, todo el vecindario se entera. Y con seguridad el comentario la próxima vez que uno se cruce con un lugareño, será: “Te vi pasar” “¿A dónde ibas?” o “¿de dónde venías?“. Esto refleja también la preocupación por el otro. A veces obviamente se puede mezclar con algún chismerío, pero en general es más por preocuparse de las cosas que hace el otro y para intercambiar ideas. De estos intercambios pueden surgir nuevas interacciones, oportunidades de negocios, de salidas familiares, reuniones entre amigos, asados… en definitiva: encuentros.
Muchas veces, el político que reside en grandes ciudades y pierde este contacto con la gente del interior, quienes realmente movilizan el corazón profundo y productivo del país. Esta desconexión se explica en parte porque la gente del interior no se siente representada por políticos que, cuando se alejan de los lugares de donde vienen, pierden esta conexión humana. Incluso dejan de ver las necesidades reales de quienes son sus representados.
Trasladado esto a mayor nivel, políticos con cargos en organismos internacionales pierden esta conexión con las necesidades de la gente de su país. Peor todavía, pasan a obedecer intereses ajenos a los de su nación. Es que más allá de las fronteras de nuestros países, subsisten muchos intereses, que nada tienen que ver con lo que nuestros conciudadanos necesitan.
Cuando conduces por la carretera que bordea un campo argentino y puedes ver a la distancia un campesino (un gaucho como los llaman aquí) andando a caballo, si le tocas la bocina es imposible que no se saque el sombrero, la boina, o que al menos te levante la mano para saludarte. Si vas muy rápido, tomate el tiempo de mirar cómo responde a tu saludo.
Cuando viajas al interior de la provincia de Buenos Aires, te sientes como en tu familia. Ojalá que nuestros políticos no olviden de dónde vienen y atiendan a las necesidades de quienes alguna vez les consideraron, a ellos también, parientes suyos.
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