Last updated on junio 3rd, 2021 at 08:23 am
Parte 1: https://ifamnews.com/es?p=70658
Parte 2: https://ifamnews.com/es?p=70677
En este artículo podemos admirar la valentía del ahora arzobispo emérito de Filadelfia en los Estados Unidos de Norteamérica al denunciar la falta de claridad del documento vaticano preparatorio —Instrumentum Laboris— para el Sínodo de la Juventud celebrado en el Vaticano del 3 al 28 de octubre de 2018. Monseñor Charles Chaput habló dos años después de ser el arzobispo anfitrión del Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, ya en el Sínodo de la Juventud de 2018 en Roma, de que la Iglesia no cataloga a las personas, y que con ese afán de utilizar etiquetas —“LGBTI”, o “transgénero”—, que no son más que productos de culturas descreídas es precisamente lo que estamos haciendo, por haber perdido tal vez la confianza en las verdades que se nos han transmitido en estos últimos 2000 años.
Hay que regresar al estudio, explica, de las bases de la antropología filosófica y trascendental, que nos darán luces sobre qué significa ser persona humana creada por Dios. Resaltaba monseñor Chaput el Salmo 8 —al que también el célebre escritor anglo católico C. S. Lewis dedica una gran parte de su apasionante libro “Relexions on the Psalms”, de gran belleza—. Explicaba el arzobispo de Filadelfia Charles Chaput [pronunciado chapiú -de origen indio aborigen americano del norte]: «Hermanos, fui elegido para el consejo permanente del sínodo hace tres años. En esos momentos se me pidió, al igual que a otros miembros, que sugiriera temas para este sínodo. Mi consejo en ese momento fue centrarnos en el Salmo 8. Todos nosotros conocemos el texto: “Cuando miro a los cielos que has creado, la obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has formado; ¿qué es el hombre para que le prestes atención, y el hijo del hombre para que cuides de él?”
»Lo que somos como criaturas, lo que significa ser humano; por qué deberíamos creer que poseemos una dignidad especial: estas son las preguntas cruciales detrás de nuestras ansiedades y conflictos. Y la respuesta a todas ellas no la encontraremos en ideologías o en las ciencias sociales, sino solamente en la persona de Jesucristo, del redentor del hombre. Lo cual significa, claro está, que necesitamos entender en primer lugar y al nivel más profundo posible por qué necesitamos ser redimidos.
»Si nos falla la confianza para predicar a Jesucristo sin dudas ni excusas a cada generación, especialmente a los jóvenes, entonces la iglesia será otro comerciante más de beaterías éticas que el mundo no necesita.
»Con esto en la mente leí el capítulo cuarto del Documento de Trabajo para el Sínodo, párrafos 51 a 63, con gran interés. El trabajo cumple bien con su cometido de describir los retos antropológicos y culturales con los que se enfrentan nuestros jóvenes. De hecho, en general son puntos fuertes de este documento de trabajo la descripción que hace de los problemas de hoy día y el darse cuenta de la necesidad de acompañar a la gente joven en su desempeño con estos problemas. Sin embargo, creo que el párrafo 51 lleva a confusión cuando habla de la gente joven como de los “guardianes y sismógrafos de cada época”. Esto es una adulación falsaria que enmascara la pérdida por parte de los adultos de la confianza en la continua belleza y fuerza de las verdades de fe que hemos recibido.
»En realidad, los jóvenes son demasiado a menudo productos de la época, conformados en parte por las palabras, el amor, la confianza y el testimonio de sus padres y maestros, pero más profundamente hoy por una cultura que es a la vez profundamente atractiva y esencialmente atea.
»Los mayores en nuestras comunidades de fe tienen la tarea de transmitir la verdad del Evangelio de generación en generación, íntegra y no dañada por los compromisos o la deformación. No obstante, con demasiada frecuencia mi generación de líderes, tanto en nuestras familias como en la iglesia, ha claudicado en esa responsabilidad por una combinación de ignorancia, cobardía y pereza a la hora de formar a la gente joven para que pueda llevar nuestra fe al futuro. Formar las vidas jóvenes es una tarea ardua en el escenario de una cultura hostil.
»La crisis de los abusos sexuales por parte del clero es precisamente un resultado de la autoindulgencia y confusión introducida en la iglesia en el tiempo que llevo de vida, incluso entre aquellos que han recibido el encargo de enseñar y de orientar. Y los menores —o los jóvenes— han pagado por ello el precio».
«“LGBTI” Y LENGUAJES PARECIDOS NO DEBERÍAN UTILIZARSE EN DOCUMENTOS ECLESIALES, LA IGLESIA NO CATALOGA A LA GENTE DE ESA MANERA»
«Finalmente, aquello que la Iglesia sostiene como verdadero en lo concerniente a la sexualidad humana para nada es un ladrillo que está flojo. Es el único camino al gozo y a la plenitud. No existe un católico “LGBTI” o “transgénero”, como si fueran los apetitos sexuales lo que define lo que somos; como si estas designaciones describieran comunidades diferenciadas, de idéntica, pero a la vez distinta clase de integridad dentro de la comunidad eclesial real, que es el cuerpo de Jesucristo.
»Esto no ha sido nunca verdad en la vida de la Iglesia, y tampoco es cierto ahora. Se sigue de estas palabras que “LGBTI” y lenguajes parecidos no deberían utilizarse en documentos eclesiales, porque su utilización da a entender que estos son grupos reales y autónomos, y la iglesia simplemente no cataloga a la gente de esa manera.
»Parece pues crucial para cualquier debate sobre aspectos de antropología explicar por qué la enseñanza católica acerca de la sexualidad humana es verdadera, y por qué ennoblece y es misericordiosa. Aun así, brilla por su ausencia de manera clamorosa en este capítulo del documento en cuestión. Deseo que las revisiones por parte de los padres sinodales puedan resolver este aspecto».
Continuará…
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