La gran disyuntiva
El amor humano está siempre llamado a crecer, entre otros motivos, porque la alternativa es clara:
- No “o crece o muere”, en la impersonal tercera persona, que parece no comprometer a nadie, como si el amor “funcionara” por sí mismo, con vida propia e independiente de los amantes.
- Sino “o bien lo hago crecer”, yo, en primera persona, dándole el alimento oportuno; “o bien lo estoy matando”, también yo, con responsabilidad personal, simplemente con dejar de darle el alimento que necesita.
- No es posible “conservarlo”.
- Quien lo intenta, o lo congela o lo momifica.
- Le roba la vida.
Como el amor es vivo, solo caben dos posibilidades reales: o lo hago crecer o lo estoy matando.
“Los” crecimientos del amor humano
Dos son los modos de hacer crecer el amor entre los hombres: la intensificación y la integración.
- La imagen habitual del crecimiento cuadra sobre todo con la intensificación, en la que determinado amor aumenta su intensidad, se torna más fuerte y vigoroso.
- Aquí nos interesa más la integración de amores, mucho menos tratada y conocida. Supone, por una parte, que existen distintos tipos de amor humano,
- algunos de los cuales son compatibles entre sí y están llamados a integrarse, creando una sinergia que arroja como resultado un amor más intenso y mucho más denso y rico;
- mientras que otros resultan incompatibles, y el intento de unirlos está destinado al fracaso, a la degradación e incluso a la perversión de esos presuntos amores.
- Como es lógico, existe una tercera posibilidad de desarrollo real y positivo, que es la de la integración de amores compatibles, ligada al crecimiento de cada uno de los tipos de amor que se unen (integración + intensificación): algo que sucede de manera connatural cuando se integran amores llamados a coexistir, puesto que la presencia de los demás impulsa el desarrollo armónico de cada uno de los componentes.
La integración de amores compatibles arroja como resultado un amor más intenso, denso, rico y jugoso.
“Los amores” humanos
Muchos son los tipos de amor que pueden establecerse entre los hombres: el paterno, el materno, el fraterno, el erótico, el de amistad…
- Todos ellos tienen en común la “búsqueda del bien de la persona amada” (Aristóteles) y el generar “cierta unión entre quienes se aman” (Dionisio areopagita); de otro modo, no serían amor.
- Pero la manera de lograr y confeccionar el bien y la unión es distinta en los diversos tipos de amor; de ahí que pueda hablarse de amores diferentes.
- Y, como ya he apuntado, ciertos “amores” se reclaman entre sí, mientras que lo propio y específico, lo distintivo de algunos otros los hace mutuamente excluyentes (lo diferenciador del amor conyugal no puede darse en el amor paternofilial ni en el fraterno, por poner un ejemplo muy claro).
Cualquier tipo de amor, si es auténtico, busca el bien de la persona amada y es causa de unión entre quienes se aman.
Amor “natural” y amor “electivo”
Una de las distinciones más relevantes, tanto en la teoría como en la vida, señala dos tipos básicos de amor: el natural y el electivo.
Se trata de amores diferentes, pero no incompatibles.
Más bien al contrario,
- ninguno de ellos puede darse en estado puro, por una parte;
- y, además, ambos necesitan ser integrados, pues, por sí mismos, son insuficientes.
El amor “natural”
Hasta cierto punto, el amor natural es común al hombre y a los animales.
- El ejemplo más claro de amor natural es quizá el de la madre respecto a sus crías (entre los hombres, como es obvio, respecto a sus hijos).
- El fundamento de este amor es la semejanza, sobre todo la semejanza de naturaleza, y el punto de referencia es el bien en cuanto mío (de ahí la centralidad de la semejanza).
- Con este tipo de amor, los hijos son queridos porque en cierto modo constituyen una prolongación de los padres, que le comunican su propia naturaleza.
- Aunque Tomás de Aquino hace del amor materno el paradigma o icono del amor humano, estimo que esto solo es cierto en referencia al amor natural, no al electivo, al que me referiré enseguida.
El amor “electivo”
Es consecuencia de una elección libre, por la que decido querer el bien para otro.
- El punto de referencia de este amor es el bien en sí mismo (y no en cuanto mío).
- Precisamente por eso, porque no se centra ni se limita a mi bien, puedo conocer y querer el bien para otro (puedo amar, en el sentido más fuerte del término).
El amor electivo es, por tanto, exclusivo de las personas y deriva de su superioridad respecto a los animales, a la vez que la pone de manifiesto.
- Hablando con estricto rigor, solo este tipo de amor, radicado en la libertad, merece ser calificado como amor: los demás reciben esa denominación derivadamente, en la medida en que se le asemejan o participan de él.
- Por su propia naturaleza, el amor electivo es superior al amor natural, y está llamado a asumirlo y elevarlo (creciendo también él al hacerlo).
- Como consecuencia, entre los seres humanos, los lazos derivados de la libertad (del amor electivo) son superiores a los que derivan de la sangre (del amor natural).
Entre los hombres, los lazos derivados de la libertad son superiores a los que surgen de la sangre.
Amistad y eros
El eros
En sus orígenes —por ejemplo, en Platón—, el eros se caracteriza fundamentalmente por su carácter desiderativo y menesteroso.
- Quien ama con este tipo de amor desea o anhela la plenitud que le falta; y el eros le impulsa a alcanzarla.
- En Aristóteles, el eros es también oréctico: responde a una carencia o privación de quien ama, que el eros pretende paliar.
En la actualidad, y desde hace ya algunos siglos:
- El eros se encuentra ligado fundamentalmente a la sexualidad.
- Conserva su carácter oréctico-menesteroso (los distintos sexos serían complementarios entre sí, aportando cada uno lo que al otro le falta).
- Suele situarse en el inicio del amor conyugal y constituye su elemento diferenciador respecto a otros tipos de amor.
Por cuanto el eros tiende a completar a su sujeto, contribuyendo a su bien propio, se acerca más al amor natural que al electivo.
La amistad
Entra de lleno dentro del amor electivo, basado en una elección libre.
- Para Aristóteles, la necesidad de los amigos no deriva de carencia alguna, sino más bien de la grandeza o sobreabundancia del ser humano, que hace de los amigos el término de las propias dádivas (sin amigos, sostiene Aristóteles, el ser humano no tendría a quienes hacer el bien).
- También para Lewis «la amistad es el menos “natural” de los amores, el menos instintivo, orgánico, biológico, gregario y necesario»; y, por lo mismo, «el más libre»: «libre del instinto, libre de todo lo que es deber, salvo aquel que el amor asume libremente, casi absolutamente libre de los celos, y libre sin reservas de la necesidad de sentirse necesario».
El matrimonio: amor, amistad y eros
Es célebre la afirmación de Saint-Exupéry: «los enamorados se miran el uno al otro [se necesitan]; los amigos miran juntos en la misma dirección [hacia el bien común a ambos, que, en cierto modo, los une]».
El amor conyugal integra, al menos, el eros y la amistad.
- En el origen remoto del matrimonio suele situarse hoy el eros, la atracción sexual: el varón se siente inicialmente y sobre todo atraído por las cualidades (físicas y psíquicas) de la mujer; la mujer, por las cualidades (psíquicas y físicas) del varón. Cada uno ve o intuye en el otro su propio complemento.
- Realmente, el matrimonio inicia con un acto de libertad, de amor electivo, el consentimiento, por el que los contrayentes reciben y entregan mutuamente su persona en cuanto sexuada y, en particular, en lo que tiene de más valor: toda su capacidad de amar como varón o como mujer.
- Ese acto inaugural de amor-libre ha de renovarse cada día, e incluso muchas veces al día, para que el amor electivo crezca, a la vez que integra en sí, en su desarrollo, al amor erótico, que nunca debería desaparecer.
- Cada hijo constituye un muy peculiar bien común de los cónyuges: la síntesis vital de ambos, generada en el acto de unión más específico del amor conyugal: la unión íntima.
- Cuando el amor conyugal se despliega adecuadamente, los hijos son un incentivo grandioso para instaurar entre los cónyuges el amor de amistad —ambos “miran conjuntamente en la dirección del hijo—, amor que se integra entonces con el eros y el amor electivo que dio origen al matrimonio.
El matrimonio facilita la integración adecuada de eros y amistad, de amor natural y amor electivo.
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