Un hombre heterosexual está siempre bajo sospecha. Todo es cuestionable y criticable.
Resulta muy triste que los chicos jóvenes ya no sepan nada de las reglas básicas de la cortesía y, si las saben, que no las apliquen por miedo a que se les recrimine. La masculinidad se define como tóxica por definición y la caballerosidad parece un crimen.
Y, sin embargo, necesitamos la masculinidad igual que necesitamos la feminidad.
La masculinidad complementa la feminidad. El hombre y la mujer son iguales en derechos y dignidad pero diferentes y complementarios, física y psíquicamente. Los jóvenes deben saberlo y desarrollar las cualidades que le son propias para encontrarse a sí mismos y desarrollarse plenamente. Es inaceptable que la complementariedad sea políticamente incorrecta, y es inaceptable porque estamos hablando de felicidad y plenitud. Mostrar la masculinidad como perversa y violenta en sí misma, es condenar a los chicos a desarrollarse a medias, a avergonzarse de sí mismos. Es condenarles a la desorientación. Y en ese camino de destrucción de la masculinidad, se destruye también la feminidad.
El cerebro del hombre y de la mujer funcionan de manera diferente y por eso es imposible que sientan, piensen y se comuniquen igual. Es además, negacionista y completamente aberrante. Negar la ciencia y la naturaleza en pro de una ideología es sencillamente ser culpable de “mutilar” a los chicos negándoles su propia esencia. Vivimos prisioneros de una ideología que se ha impuesto descaradamente ante la pasividad generalizada, una ideología que se ha colado en la política y en la religión.
Benedicto XVI hablaba de la dictadura del relativismo y esa dictadura es el pensamiento único, la condena del disidente, y el abrazo generalizado a cualquier propuesta por demencial que sea.
En este contexto de negar la masculinidad, y por tanto la feminidad, el hombre y la mujer se diluyen y la primera consecuencia práctica – y buscada- es que las figuras paternas y maternas dejan de ser necesarias en la familia. La educación de los hijos no se beneficia ni requiere de madre y padre porque no hay diferencia entre ellos, la familia natural desaparece y surgen con fuerza esas “otras formas de familia”.
Para eso era necesario deshacerse primero de la masculinidad y la feminidad echándole la culpa al hombre de serlo.
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