Siempre he odiado el 8M, no lo soporto. Desde que era pequeña, me hervía la sangre al ver la marea violeta que se echaba a las calles, y me horrorizaba el ver a mujeres, si es que se les puede llamar así, ir en público sin ropa y con los pechos al descubierto, llenas de pintura con frases soeces y sin depilar.
Las veía en la tele y en la calle, entrar en templos y profanarlos, defecar a la entrada de iglesias, vociferar como babuinos enfadados y proferir toda clase de injurias contra los hombres.
Al principio, en mi casa, todo esto se llevaba con humor con tintes negros del que nos reíamos sin complejos; sin embargo, con el paso de los años, nos hemos ido dando cuenta de que han cruzado todos los límites de la razón y del respeto, y se han convertido en animales peligrosos y violentos. El humor ha desaparecido en torno al 8M, y ahora, cada vez que se acerca, mi casa y la de tantas otras personas con valores, se convierten en escenario de gritos, insultos y caras de asco hacia el televisor, los periódicos y cualquier medio de comunicación o red social.
La primera vez que empecé a tomarme en serio todo este problema fue cuando en el colegio un profesor se dedicó a ir preguntando, uno por uno, a todos los alumnos de la clase si eran feministas. Absolutamente todos dijeron que sí, pero cuando llegó mi turno, respondí con un rotundo “NO” y se hizo el silencio en el aula. En otro momento podría contar con detalle aquel momento, pero lo que importa ahora es cómo adoctrinan a martillazos a los niños desde el colegio para tragarse toda esa falacia feminista.
Cuando empiezo la universidad, el tema se complica; en una universidad pública hay que ir con mil ojos sobre lo que se dice y lo que se hace, y aunque me mantengo firme en mi lema de “el día en que me peguen por mis valores, me sentiré mucho más orgullosa de ellos”, es verdad que en marzo me convierto en una proscrita y una renegada. Mis padres me recomiendan que evite llamar la atención, que sea discreta, que me “esconda”. Y es verdad que, aunque no me escondo, veo cómo amigas mías se quitan las pulseras con la bandera o el logo del partido político de su preferencia, algunas hasta se quitan la cruz que llevan en el cuello con tal de no llamar la atención. El día de la mujer, las mujeres nos convertimos en perseguidas.
Vamos con mil ojos por el campus, pendientes de cualquier grito o de cualquier persona de aspecto “curioso”, tenemos que hablar de nuestras ideas en bajito para que ningún energúmeno nos escuche. El 8 de marzo solo es el día de la mujer para las mujeres que odian ser mujeres, que se visten como hombres, actúan como monos y se duchan menos que los cerdos. El 8 de marzo es el día en el que las mujeres de verdad (porque no os dejéis engañar, los transexuales no son, ni serán mujeres, y esa clase de animales sucios, rugientes y asalvajados, tampoco lo son) tienen que esconderse. Porque el feminismo es el gran enemigo de la mujer, el feminismo es lo más misógino que existe ahora mismo en Occidente.
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