En Argentina, Martín atendía a sus clientes en la vereda del taller de automóviles. Cuando el gobierno expropió parte de su terreno, creyó que era el fin de su negocio. Ése por el que había luchado por tanto tiempo. Su clientela iba a desaparecer. ¿De qué iba a trabajar Martín?
La expropiación era necesaria para ensanchar una avenida y construir un túnel bajo las vías del tren. Menos contaminación. Tráfico más fluido. Nueva iluminación. Más espacios públicos. No más accidentes en el cruce… pero Martín se quedaría sin trabajo.
Sin esa porción de su propiedad, el taller no reunía las medidas mínimas para que el municipio lo habilitara.
Cuando el gobierno me envió a negociar las expropiaciones con los vecinos conocí a Martín. Escuché su historia y entendí lo que necesitaba. Le dije la verdad: que lo único que podía prometerle era que haría lo posible para ayudarlo.
Me comprometí a visitar el lugar cada 2 semanas. La mayoría de las veces recibía quejas de Martín y de otros. Yo escuchaba y anotaba. Averiguaba en otras dependencias del gobierno, les explicaba lo posible y dejaba en claro aquello que no lo era. Seguí visitándolo y poniéndolo al tanto de los avances y dificultades que iban apareciendo para habilitar su negocio. Me di cuenta de que Martín y otros comerciantes del barrio valoraban que los escuchara y que les hablara honestamente. No estaban habituados a ello.
Dediqué muchísimas horas a conversar los vecinos en la negociación de las expropiaciones. Hoy Martín sigue con el taller mecánico en el que invirtió los esfuerzos de toda su vida. Cuando paso por la zona los vecinos me saludan y me preguntan cuándo voy a volver. Me muestran estar felices de seguir adelante con sus comercios. La obra pública hizo también que todas las propiedades de la zona aumentaran de valor.
Desde hace tiempo me siento llamado a participar de la vida política de mi país y de Latinoamérica. La defensa de ciertos valores fundamentales, como la honestidad, vida y la familia han sido un campo fértil donde transformar esa vocación en acción. Por eso estoy trabajando en la conformación de un espacio político en mi país dentro del cual los valores como la familia y la vida humana sean fundamentales. Ese espacio se llama NOS.
Y estoy convencido de que tengo algo valioso para aportar: mi corazón.
Mi corazón es el motor del entusiasmo con el que enfrento los desafíos. El lugar de donde surge la fortaleza ante las frustraciones. La alegría por las metas alcanzadas. Ese corazón se agranda cuando encuentro personas de bien con las cuales trabajar. Se hace más sabio con las lecciones que aprendo de ellas y de los adversarios a cada paso. Porque la labor política es un saber hacer. Y porque los cambios políticos no resultan factibles ni sostenibles sin un grupo de personas inteligentes que los promueva con perseverancia.
Ese corazón necesita de un lugar donde descansar cada día. Necesita cariño. Necesita cómplices. Necesita una razón que dé verdadero sentido a tanta actividad. Necesita pausas y equilibrio. Eso son los amigos. Pero sobre todo, esa es mi familia.
En Argentina la sanción de la ley aborto es un ataque contra la vida humana, pero también contra la familia. Es legalizar el fracaso de la sociedad frente al derecho a la vida de cada individuo. Es renunciar a la posibilidad hermosa de dar en adopción a una persona. De brindarle una familia en lugar de asesinarla.
La ley de aborto fue posible por la traición de varios legisladores al mandato de representación de sus votantes. Dos de cada tres argentinos rechazaba esta ley y solamente un 27% la apoyaba. Es evidente que el sistema de representación político se ha quebrado en la Argentina. Por eso, es oportuna la aparición de nuevos partidos políticos como NOS.
Sé que se trata de una tarea muy importante. También es un proyecto muy demandante. Requiere mucho tiempo y también ocupa mi pensamiento.
La política es algo apasionante y quiénes sentimos el llamado a servir en ese campo nos vemos en la encrucijada sobre cómo trabajar para generar las mejores políticas públicas, sin descuidar en el camino nuestra propia salud, nuestra vida y nuestra familia. Cuando ponemos el corazón de lleno en una empresa tenemos que tener cuidado: que la empresa no se robe nuestro corazón.
Trabajar por la vida, el bienestar y la familia de nuestros compatriotas puede traernos grandes satisfacciones. Como la historia de Martín. Sin embargo, hacer un aporte al bien común de nuestros países perderá sentido si, al final del día, no tenemos una familia con la cual compartir nuestros afanes, nuestras desilusiones y nuestros éxitos.
En definitiva, en nuestra familia están los destinatarios últimos del amor con el cual afrontamos, cada día, nuestras ganas de trabajar para tener un país mejor.
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