En una larga entrevista concedida en 1984 al periodista italiano Vittorio Messori (y publicada en el libro El Informe Ratzinger), Benedicto XVI (entonces cardenal Joseph Ratzinger) opinó sobre las diversas crisis que asolaban Occidente y a la Iglesia en aquel momento: la separación del sexo del matrimonio y la maternidad, la promoción de las agendas homosexual y transgénero, el feminismo radical, la pornografía, los izquierdistas -incluidos clérigos católicos- que pedían la destrucción de las instituciones occidentales, y los teólogos liberales que socavaban la Iglesia desde dentro, especialmente en lo que se refiere a cuestiones morales. (Suena igual que hoy…) Las tres soluciones que propuso entonces el cardenal Ratzinger (el inconformismo con el mundo, la conversión de los corazones individuales y la necesidad de santos), siguen siendo tan válidas hoy como lo eran en 1984.
La primera solución que propuso el cardenal Ratzinger a los problemas que aquejaban a la sociedad y a la Iglesia hace cuatro décadas fue la necesidad de que los cristianos vivieran como cristianos y se negaran a vivir según las normas del mundo. Declaró:
“Hemos perdido el sentido de que los cristianos no pueden vivir como “todo el mundo”. La insensata idea según la cual no existe una moral cristiana específica no es más que la expresión de la pérdida de un concepto básico: lo que es “netamente cristiano” con respecto a los modelos del “mundo”…
Hoy más que nunca el cristiano debe ser consciente de que pertenece a una minoría y de que se opone a todo lo que parece bueno, obvio, lógico al “espíritu del mundo”, como lo llama el Nuevo Testamento. Entre las tareas más urgentes de los cristianos está la de recuperar la capacidad de inconformismo, es decir, la capacidad de oponerse a muchos desarrollos de la cultura circundante”.
La segunda solución que propuso el cardenal Ratzinger fue la necesidad de la conversión interior de cada cristiano para que entregue completamente su voluntad a Cristo. En los años 80, la “teología de la liberación” había infectado a muchos clérigos católicos, especialmente en América Latina.
Según la teología de la liberación, la Iglesia debe colaborar con los activistas de izquierda para derribar las estructuras sociales injustas, mediante la revolución si es necesario, con el fin de crear el cielo en la tierra. Esta teología tenía dos defectos principales. En primer lugar, la verdadera razón de las estructuras injustas era el fracaso de los cristianos a la hora de vivir para Cristo, no las estructuras en sí. En segundo lugar, se utilizaban medios terrenales para intentar crear fines sobrenaturales. Como afirmó el cardenal Ratzinger:
“El peligro de algunas teologías es que insisten en la perspectiva inmanentista, el punto de vista exclusivamente terrenal de los programas liberacionistas secularistas. No ven ni pueden ver que, desde el punto de vista cristiano, la “liberación” es sobre todo y principalmente liberación de la esclavitud radical que el mundo no advierte, que en realidad niega, a saber, la esclavitud radical del pecado.”
Más adelante en la entrevista añadió:
“También es doloroso confrontarse con la ilusión, tan esencialmente anticristiana, presente entre sacerdotes y teólogos, de que se puede crear un hombre nuevo y un mundo nuevo, no llamando a cada individuo a la conversión, sino sólo cambiando las estructuras sociales y económicas. Porque es precisamente el pecado personal el que está en realidad en la raíz de las estructuras sociales injustas.”
Por último, y en relación con el segundo punto, el cardenal Ratzinger habló de la necesidad de más santos que ayuden a resolver los problemas del mundo y de la Iglesia. En cuanto a que se necesitan santos para reformar la Iglesia, declaró:
“Los santos, en efecto, reformaron la Iglesia en profundidad, no elaborando planes para nuevas estructuras, sino reformándose a sí mismos. Lo que la Iglesia necesita para responder a las necesidades del hombre de cada época es santidad, no gestión… Y la Iglesia, no me cansaré de repetirlo, necesita santos más que funcionarios.”
En cuanto a la necesidad de santos para atraer a la gente al cristianismo, el cardenal Ratzinger afirmó:
“La única apología realmente eficaz del cristianismo se reduce a dos argumentos: los santos que ha producido la Iglesia y el arte que ha crecido en su seno. Mejor testimonio da al Señor el esplendor de santidad y arte que ha surgido en la comunidad de los creyentes que las ingeniosas excusas que la apologética ha inventado para justificar los lados oscuros que, tristemente, son tan frecuentes en la historia humana de la Iglesia.”
Tasas altísimas de nacimientos fuera del matrimonio, divorcios, abortos y enfermedades de transmisión sexual. La degradación desenfrenada de la mujer, especialmente a través de la denigración de la maternidad y la omnipresencia de la pornografía. La agenda radical LGBT domina las cumbres de la cultura en Occidente, incluso entre las filas de destacados clérigos y teólogos católicos. Izquierdistas llamando a la destrucción de las estructuras de la Civilización Occidental.
Los problemas mencionados por el cardenal Ratzinger en 1984 han empeorado exponencialmente hasta 2023. Si tenemos el valor de aplicar por fin las soluciones que propuso el cardenal Ratzinger hace cuatro décadas -inconformismo con el mundo, conversión del corazón y necesidad de más santos-, quizá podamos salvar a Occidente de las élites izquierdistas empeñadas en destruirlo.