1. Premisa: padre y madre “porque” esposos
Recuerda que él es padre por ser esposo, y tú madre, por esposa: su amor como padre se alimenta de tu amor de esposa; el tuyo, como madre, de su amor de esposo.
Vuestro amor recíproco ha dado vida a cada uno de vuestros hijos.
¡Mimadlo!
Enriquecido y aumentado, se desbordará como amor de madre, por tu parte, y como amor de padre, por la de él.
El mejor modo de hacer de tu marido un buen padre es quereros más los dos como esposo y esposa.
En negativo:
- No “desvíes” hacia los hijos, ni pretendas recibir de ellos, el amor que deberías enderezar hacia tu esposo y el que él tiene el deber de ofrecerte.
- El mismo amor con que te quieres y con el que quieres a tu esposo —¡el mismo!— es el que debes ofrecer a cada hijo…
- y el mismo amor con el que él debe quererte y debe querer a cada uno de ellos.
2. Asume que se trata de un varón y aprende a disfrutarlo a fondo
Precisamente por ser distinto de ti, puede contribuir con algo nuevo e imprescindible a la educación de tus hijos.
¿Entonces?
- Anímalo a que actúe “a su manera” y procurad ambos tener presente lo que haría el otro, incluso cuando estéis a solas con los hijos:
- que el modo de ser de cada uno/a acoja y modere el del otro… también cuando ese otro no esté presente.
Tus hijos y tus hijas necesitan un padre muy, muy, muy varón y muy, muy, muy padre.
- Aliéntalo a actuar como tal (lo repito adrede), aunque tú lo harías de otro modo… que para eso eres mujer y madre (y tus hijos te necesitan así: muy, muy mujer y muy, muy madre).
Que el modo de ser de cada uno/a acoja y modere el del otro… agregando su propio toque masculino/paterno o femenino/materno.
3. No pretendas entenderlo completamente ni que él te comprenda del todo a ti.
Lo que importa es que os acojáis amable y gozosamente tal como cada uno sois: irreductibles.
- De la nueva unidad que así forméis, con la sinergia que provocan la-afinidad-y-las-diferencias, surgirá un nuevo amor que os volverá… invencibles (capaces siempre de rectificar).
- Y ese nuevo amor es el que, cada uno a su modo, como mujer y varón, madre y padre, sabréis brindar a vuestros hijos.
Los hijos nacidos de vuestro amor recíproco necesitan alimentarse del mismo amor… “declinado” en dos versiones: amor de madre y amor de padre.
4. Cada hijo ¡y cada hija! necesitan ser educados también por un padre
En la educación, el padre contribuye con un elemento imprescindible que tú muy difícilmente podrías aportar:
- has llevado al hijo en tu seno, le has dado todo durante nueve meses y la naturaleza te inclina a satisfacer todas sus necesidades… ¡y ya!
Tu marido, reciamente (con tu apoyo), le ayudará a “desprenderse” de ti sin por eso quererte menos, a enfrentarse con la realidad, a ganar en autonomía y a no depender siempre de vosotros… aunque tú sufras mucho al verlos a ellos sufrir un poco.
Siendo a fondo esposa y madre… lograrás que tu esposo sea, también a fondo, esposo y padre.
5. Hoy, la esposa-y-madre “hace” esposo-y-padre a su marido.
En la medida en que te esfuerces en ser más y mejor mujer y esposa, lo inducirás a ser más y mejor varón (hoy, muchos lo necesitan) esposo y padre.
Y en la medida en que lo reconozcas y valores más como varón (repito: hoy, muchos lo necesitan), esposo y padre, harás de él un todavía mejor varón, esposo y padre.
La medida de su eficacia en la familia es la de tu confianza en él:
- Lo hará muy bien si sinceramente, no por estrategia, confías en que puede y sabe y quiere hacerlo… aunque a veces lo venza la pereza (como a ti puede vencerte en otros campos).
- Si no confías realmente en él, lo estás incapacitando para asumir varonilmente la tarea de esposo y padre que le corresponde.
Hoy bastantes padres necesitan saberse y sentirse plenamente varones porque su mujer sabe apreciarlos y quererlos como tales… siendo ella muy mujer.
6. Conclusión: mucho más —¡e infinitamente mejor!— lo “sintió” Miguel Hernández:
«Para siempre fundidos en el hijo quedamos: / fundidos como anhelan nuestras ansias voraces; / en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos, / en un haz de caricias, de pelos, los dos haces. /
[…] Él hará que esta vida no caiga derribada, / pedazo desprendido de nuestros dos pedazos, / que de nuestras dos bocas hará una sola espada / y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos. /
No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre descenderá mañana. / Porque la especia humana me han dado por herencia / la familia del hijo será la especie humana. /
Con el amor al cuestas, dormidos o despiertos, / seguiremos besándonos en el hijo profundo. / Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos, / se besan los primeros pobladores del mundo» (Miguel Hernández: Hijo de la luz y de la sombra).
«Para siempre fundidos en el hijo quedamos…
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