Ni tampoco novio, que quede claro
Puebla, hace alrededor de quince años (en torno al 2010).
Una buena amiga me cuenta parte de la conversación que ha tenido días antes con uno de sus sobrinos, de seis años.
El sobrino comenzó a hablarle de la novia de un compañero de clase, de su misma edad.
Mi amiga intenta corregirle:
—No será su novia, sino una amiga.
El sobrino insiste:
—No, tía, es su novia.
Permanece dos o tres segundos en silencio y añade:
—Pero no te preocupes, que yo no tengo novia.
Otros instantes pensando, y concluye:
—Ni tampoco novio, ¡eh!
A los seis años de edad, hace alrededor de quince, su sobrino asegura a una buena amiga que no tiene novia ni novio.
Amor y sexualidad
Al concluir la anécdota, mi amiga me pregunta:
—Tomás, ¿no será que hablamos a nuestros hijos demasiado de sexo?
Le respondo que nuestros hijos y sobrinos, desde muy pronto, saben sobre sexo un montón de cosas que nosotros ignoramos.
Y agrego que muy probablemente lo único que desconocen, porque nadie se lo ha dicho, es lo que real y decisivamente importa:
● Que la sexualidad es un medio maravilloso al servicio del amor.
Probablemente ignoran la único importante: la íntima relación entre sexualidad y amor.
Solo tres acertaron. Tras pensar un poco, mi amiga confirma mi parecer con otra anécdota.
Unos meses antes, en un colegio “con buena formación”, hicieron a unos trescientos alumnos entre 13 y 16 años una especie de encuesta.
Uno de los ítems les pedía relacionar “sexo” con una de las seis opciones que les ofrecían, entre las que figuraba la palabra “amor”.
¡Solo tres de ellos relacionaron amor y sexo!
Entre trescientos chicos de 13 a 16 años “con buena formación”, solo tres relacionan sexualidad y amor.
Sexo… ¿y amor?
Comentamos que no debería extrañar.
Los mensajes que nuestra sociedad lanza públicamente sobre la sexualidad no suele ponerla en relación con el amor: ni los que “recibimos” sin buscarlos en la calle, ni los que nos brindan los medios de comunicación, ni los que pueblan internet, ni los que se les “cuelan” —incluso sin quererlo— en el móvil/celular…
Nuestra “cultura” ofrece sexo, también en los ambientes no propiamente pornográficos, como medio fundamental de obtener placer, como satisfacción emotiva… o de mil modos, a veces muy degradantes, que todos más o menos conocemos.
La cultura contemporánea suele ligar la sexualidad al placer, a la satisfacción emotiva o a otras realidades que, de hecho, poco tienen que ver con el amor.
Participación en el amor y en el poder creador de Dios
En medio de todo ese rumor que despista, estimo conveniente recordar lo que la sexualidad es en el fondo-fondo, resaltando ese “es” con toda el vigor y la rotundidad que hacen posible mi condición de metafísico.
Si superamos las apariencias engañosas y nos adentramos hasta su núcleo más íntimo, descubriremos que la sexualidad es, en primer término, una estupenda participación en el Amor infinito y en el Poder creador de Dios.
Por ese orden, desde nuestro punto de vista:
● en su Amor infinito;
● y en su Poder creador.
La sexualidad humana constituye una maravillosa participación en el Amor y en el poder creador de Dios.
Un ingrediente maravilloso del amor humano
De manera simultánea, de nuevo en el fondo-fondo, la sexualidad es un medio grandioso para despertar, desarrollar, consolidar, hacer crecer, madurar, rectificar… el amor entre un varón y una mujer, precisamente en cuanto tales (varón y mujer: personas sexuadas).
Los verbos han sido escogidos con cierta arbitrariedad. Cabría sustituirlos por otros equivalentes y agregar muchos otros.
Lo que siempre debería quedar claro es que la sexualidad está “pensada” como un medio inefable para hacer que germine, se consolide y se robustezca el amor entre varón y mujer. La sexualidad es un medio maravilloso al servicio del amor humano sexual-sexuado.
… y 3. Puede ser lo primero porque es lo segundo
Es tal vez la idea más relevante que pretendo comunicar.
La sexualidad humana puede ser una participación en el Amor infinito y creador de Dios (está llamada a serlo) porque es capaz de hacer surgir, mantener e incrementar una corriente de amor exquisito entre un varón y una mujer (está llamada a hacerlo).
Conviene que “concuerden” el Texto y el contexto.
● El Texto con que se “escribe” la entrada a este mundo de cualquier persona humana es el
infinito Amor de Dios que “se vuelca” sobre ella y le otorga un ser llamado a perdurar por
toda la eternidad como interlocutor del Amor divino.
● El contexto no puede sino ser un maravilloso acto de amor, en el que el varón y la mujer se entregan y reciben plenamente toda su capacidad de amar como personas sexuadas.
La sexualidad constituye una participación en el Amor infinito y en el poder creador de Dios “porque” es capaz de instaurar, consolidar y hacer crecer una maravillosa relación de amor entre
un varón y una mujer.