Se ha acabado el 2020. Conocido por algunos como el peor año del siglo, con él ha llegado supuestamente la gran amenaza de nuestro tiempo. Sin embrago, sin querer quitar importancia al virus, creo que es importante destacar también esas otras tragedias que han ocurrido silenciosamente, mientras todos estábamos demasiado ocupados con pandemias y vacunas.
En España se ha aprobado la ley del suicidio asistido, aplaudida por el Congreso como “un logro y paso para el progreso”. Desgraciadamente la mayoría de la opinión pública (incluida gran parte de la derecha) apoya con entusiasmo la nueva ley. En Argentina, se ha dado vía libre para asesinar a los no nacidos. Y así podríamos hacer un largo repaso de otros avances eugenésicos en Hispanoamérica.
Y no puedo evitar preguntarme por qué. ¿Por qué le tenemos tanto miedo al sufrimiento? Es oír hablar de él y ya nos recorre un escalofrío por la espalda, nos revolvemos incómodos y cambiamos rápidamente de tema.
Lo cierto es, que, en el caso de la eutanasia por ejemplo, a pesar de que los cuidados paliativos ya cubren actualmente todo posible sufrimiento físico, seguimos viendo la vejez como algo a evitar. Y la gente, que ha tratado de proteger a sus mayores con el uso de la mascarilla y evitando la propagación del virus, ahora vitorea una ley que carga contra esos mismos ancianos.
Y con el caso del aborto igual: una sociedad que ha logrado poner el pie en la Luna, que ha logrado grandísimos avances tecnológicos y sociales aún se ve incapaz de solucionar problemas como los embarazos no deseados de forma humanitaria y respetuosa con la dignidad del ser humano, poniendo al servicio de la protección de la vida humana los resortes del Estado y la Sociedad, abocando a las mujeres -en la mayoría de los casos con presiones totalmente machistas del varón que se desentiende del niño y presiona a la mujer- a tomar la única solución que se le ofrece: el barranco de los espartanos, para deshacerse de los más indefensos.
Es la ironía del progreso…. quedan tantos problemas que resolver. Y unos problemas que, cuando los resolvamos, serán la vergüenza de las generaciones futuras.