Last updated on octubre 19th, 2021 at 05:24 am
La eutanasia se está colando en nuestras vidas como algo normal.
Un hecho espeluznante, que hace bien poco era impensable, ya está legalizada en España, siguiendo los pasos de otros países en los que la vida es despreciada.
¿Por qué nuestra sociedad ha asumido tan fácilmente esta acción?
Muchos son los factores, pero yo me voy a centrar hoy en unos aspectos que me parecen claves para que el asesinato y la eugenesia encubierta (que es al fin y al cabo lo que supone la eutanasia) se acepten sin más.
En un primer lugar nos situamos ante una verdadera pandemia relativista, una mentalidad en la que se nos ha ido educando desde hace décadas mediante, principalmente, los grandes medios de comunicación, cine, literatura, instituciones educativas…
Este relativismo que nos lleva a pensar que todo vale, nada está bien o mal, va de la mano del subjetivismo, que nos indica que la verdad común y universal objetiva no existe, simplemente será la que cada uno considere. Así los hechos buenos o malos, serán los que cada uno perciba según su gran o nulo discernimiento. A su vez, la cultura de lo pragmático, el ser prácticos, es la que impera. Y claro está que no hay nada más práctico que hacer las cosas lo más rápidamente posible y con el máximo gozo a alcanzar, llegando así a colarse el hedonismo, la búsqueda del placer en lo que se hace y de un modo instantáneo.
Esto necesariamente llevará a la sociedad al consumismo exacerbado. Pero no solo de cosas, sino incluso las propias personas también seremos y somos usadas debido a esta mentalidad. Según los intereses que nos reportemos unos a otros utilizaremos a las personas y cuando ya no nos sirvan para nuestro beneficio fácilmente podemos llegar a darles la patada. A esto se le llama utilitarismo. Utilizar las cosas, pero también, como vengo apuntando, a las personas como objetos.
El utilitarismo también es conocido como “ética de la responsabilidad”, “consecuencialismo” y “ética teleológica”. Sus representantes más destacados han sido Jeremy Benthan y John Stuart Mill.
Esta utilización de las personas según el propio interés, no debe de sorprender en una sociedad relativista donde “todo vale” con tal de que nos den placer y colmen el deseo. Es un modo de actuar que se ha normalizado en nuestras vidas. Uno no anda pensando que está utilizando al otro y que eso es inmoral. Lo primero porque ya apenas se piensa, y lo segundo porque lo moral se considera de retrógrados.
De esta manera se logra que la moral sea variable y se oriente hacia el camino que lleve a conseguir mejor y con más facilidad sus promesas. No se entra en juicio de valor, la mente está embotada con la búsqueda de la vida cómoda y fácil.
Todas estas ideologías justifican que el sufrimiento no sea entendido como algo que forma parte del ser humano, no se le encuentra sentido. De ahí que la muerte actualmente es una realidad de la que se huye, a la que se le da la espalda.
El médico y profesor de bioética del Universidad Católica de Valencia, Ignacio Gómez, nos recuerda cómo en la vida nos han enseñado de todo menos a morir, lo cual es algo que forma parte también de la vida. Se enseña a despreciar todo lo que haga sufrir, lo cual, en mi opinión, es un grandísimo error. El sufrimiento nos fortalece enormemente, nos hace madurar, saber afrontar con valentía las adversidades, vivir con mayor templanza.
Se nos ha vendido la idea de que tenemos que exigir un bienestar perenne, sin embargo, el sufrimiento es inherente del ser humano. Todos sufrimos.
Un ejemplo actual de esta pésima interpretación ética de la muerte, es el éxito y aumento extraordinario de las técnicas de reproducción asistida.
No se puede negar que han supuesto grandes alegrías a numerosos matrimonios al brindarles la oportunidad de poder dar cumplido su deseo de ser padres. Sin embargo, queda abierto el hecho de que los avances técnicos todavía no eviten la pérdida de óvulos fecundados, lo que supone la eliminación voluntaria de formas de vida humana en los primeros estadios del desarrollo y que son hijos de ese matrimonio que ha utilizado estas técnicas.
Para la ética utilitarista, la bondad de una acción se mide fundamentalmente por sus consecuencias. Todo lo que es posible hacer debe hacerse, siempre que su finalidad sea la de producir un bien personal, lo único que vale son los resultados.
La eutanasia también se disfraza como un bien que se le hace al enfermo moribundo. Ayudarle a morir para que finalice su dolor es visto como un acto bueno.
Poco a poco ayudaremos a morir a nuestros familiares que hayan caído en depresión, a nuestros hijos cuando ya hayan perdido el sentido de sus vidas. Dejaremos morir a un niño que haya nacido con alguna anomalía o enfermedad grave ¿no se hace acaso ya en el vientre de sus madres?
La eutanasia se acepta porque se vive sin un conocer el para qué se vive. Porque ya no se tiene noción transcendental de la vida. Porque ya la vida es como un sueño que se ha de vivir soñando, sin ser capaces de aterrizar en la vida real tal y como Dios nos la ha regalado, con un principio y un fin en una maravillosa historia que nuestro creador realiza en nuestras vidas hasta que quiera llamarnos a su presencia.
La eutanasia se acepta porque no nos han enseñado a morir, a dejarnos caer en los brazos de la Virgen María. Porque no nos han dicho que es el comienzo de una nueva y maravillosa vida, sin dolor, sin muerte, sin sufrimiento y para la eternidad.
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