Entro en un debate escabroso. Espero salir airoso…
¿Debo moralmente vacunarme?, ¿a pesar de las informaciones que hablan de muertes por la vacunación?, ¿a pesar de que aunque me vacune deba seguir usando cubrebocas y manteniendo la distancia de seguridad?
¿Existe otra alternativa para poder regresar a la normalidad, salir con los amigos a comer, besar a mi madre, evitar la saturación hospitalaria y el crecimiento de la mortalidad de los más débiles y recuperar la actividad económica?
Y si concluyo que tengo obligación moral de vacunarme, ¿debe el gobierno obligar a vacunar a toda la población? Y si no obliga, ¿debe de imponer el pasaporte sanitario? Y si no lo impone a los nacionales, ¿debe de imponerlo a los extranjeros?, ¿a determinados extranjeros?, ¿no es una forma de discriminación?
En el fondo de todos estos debates está el conflicto entre libertad y responsabilidad social. Debate complejísimo que seguramente habrás sostenido en los últimos días y semanas.
Comencemos por aclarar algunos principios que nos pueden ayudar en el debate. El primero es que la libertad es sagrada, es el “mayor regalo de los cielos a los hombres” en expresión de D. Quijote. Ningún gobierno está legitimado para decidir por nosotros. Y menos sobre nuestro cuerpo.
Segundo: estamos moralmenmte obligados a no hacer daño a los demás si podemos evitarlo. No debemos contaminar un río del que beben poblaciones enteras. No debemos conducir en dirección contraria porque ponemos en riesgo la vida de los demás, además de la nuestra.
Tercero. Las vacunas que utilizan fetos humanos de abortos provocados son moralmente reprochables. El posible bien de la vacuna no se justifica conm el mal provocado.
Pero hay más debates encima de la mesa. Por ejemplo, ¿la no eticidad de algunas vacunas justifica su rechazo? La Santa Sede considera en una comunicación oficial que la responsabilidad social está por encima del efecto secundario no deseado de las vacunas no éticas.
Más: ¿por qué debo de vacunarmem si estoy sano? Si abstraemos el debate de la eficacia y seguridad de la vacuna, si la vacuna fuera claramente testada, segura y eficaz, ¿debería vacunarme aunque esté sano? La respuesta es sí, si lo deseas. Como se hace con los bebés nada más nacer o como hacen muchos con la gripe cuando se acerca el invierno. Si te puedes proteger y proteger a los demás, ¿por qué no hacerlo?
Después está la sana desconfianza de muchos hacia la industria farmacéutica y su ánimo de lucro. Y la también sana desconfianza de muchos hacia los gobiernos que están tratando de aprovechar esta pandemia para imponer sus “reseteos” ideológicos, algunos muy agresivos contra la libertad de pensamiento, expresión y religiosa.
¿Cuál la conclusión? Que probablemente nos falta a todos información. Ni conocemos bien al virus ni tenemos información transparente sobre las vacunas. Por eso se desatan todo tipo de comentarios y especulaciones. Lo que es evidente es que ni la libertad ni la responsabilidad social son valores eludibles. Y que casi todos los gobiernos tratan de aprovechan la crisis de la pandemia para sus proyectos totalitarios. Defender nuestra libertad es un imperativo moral. Evitar riesgos a los demás, también.